CAPÍTULO 9

163 33 11
                                    


Llevaba dos días pidiendo un maldito teléfono, porque necesitaba comunicarse con Elizabeth, precisaba saber de ella y que supiera que no la había olvidado, pero cuando por fin consiguió que João le prestara el suyo, no pudo recordar el número; todavía sufría de lagunas mentales, que por más que se esforzaba, no conseguía llenarlas. Eso inevitablemente lo frustraba, trayendo consigo un terrible dolor de cabeza y un insistente hormigueo que le recorría el cerebro.

El doctor le decía que no debía preocuparse ni esforzarse, que poco a poco conseguiría llenar los vacíos; aprovechó su situación para decir que tampoco recordaba quién o quiénes lo habían dejado en esa condición, pero claro que lo recordaba, lo hacía muy bien; tenía muy presente en su memoria la cara del maldito que casi lo asesina; sin embargo, no iba a denunciarlo, porque él mismo se encargaría de eso. No iba a permitir que lo llevaran a ningún juicio, no quería que lo encerraran por algunos años; su plan era mucho más radical y preciso, juraba que todo el dolor que había pasado y que todavía sufría ese hijo de puta lo pagaría al doble.

Intentaba seguir con el juego didáctico que el doctor le había recomendado para reforzar su memoria, pero realmente le parecía tan estúpido y lo hacía sentir como un niño de tres años. En el momento que levantó su mirada gris de las cartas y miró al cristal vio que su madre llegaba con Jonas en brazos; inevitablemente su corazón latió desbocado de felicidad, apreciando como nada ese pequeño momento. Pensar que estuvo a punto de perderse verlo crecer provocó que la angustia se le instalara en la garganta.

El corazón se le disparó en latidos y no pudo evitar sonreír de felicidad al ver a Jonas con su mirada gris cargada de inocencia y brillante por la emoción.

—¡Papi! —exclamó con una gran sonrisa, estirando los bracitos, queriendo acercarse cuanto antes.

Arlenne tuvo que apresurar el paso antes de que el niño saltara de sus brazos.

—Hola pequeño, ven aquí. —Alexandre le ofreció sus brazos.

—Ten cuidado... Cuidado. —Le pidió Arlenne al tiempo que se lo entregaba. Sabía que su hijo todavía estaba convaleciente y que un mes no había sido suficiente para que sanara sus heridas.

—Ya lo tengo, está bien mamá... Puedo cargarlo. —Lo acostó sobre su pecho, y el niño lo abrazó—. ¿Me has extrañado? —preguntó acariciándole la espalda, sintiendo cómo el más puro amor lo reconfortaba.

—Sí. —Movió la cabeza, afirmando para reforzar sus palabras—. Avó no quería traerme. —La acusó sin remordimientos.

—No podía... Dile a papi la buena noticia.

—¿Me tienes una buena noticia? —preguntó Alexandre, alejándolo para mirarlo a los ojos.

—Sí, ya no uso pañales para dormir —confesó con una gran sonrisa y los ojos brillantes de orgullo propio.

—¡Por fin dejó de mojar la cama! —completó Arlenne.

—Esa es una muy buena noticia, ya eres todo un hombre.

—Sí, así como tú papi... ¿Ahora sí puedes pasearme en la moto?

—Sí, ya te lo había prometido.

—¿Puede ser ahora?

—No, ahora no... El doctor no me deja salir. —Lo sentó a un lado, percatándose de que la curiosidad de Jonas era tentada por las cartas que estaban sobre la mesa auxiliar—. ¿Ves esto? —Se palmeó el yeso y el niño movió la cabeza, asintiendo—. No permite que me mueva, pero cuando me lo quiten te llevaré a pasear en la moto.

—¿Falta mucho tiempo? —curioseó, clavando sus pupilas en las de Alexandre.

—Unas semanas, eso es poco. —Le explicó con infinita ternura—. ¿Quieres jugar con esto? —propuso mostrándole las cartas, después miró a su madre y le guiñó un ojo, mientras ella los observaba sonriente.

Mariposa Capoeirista (Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora