CAPÍTULO 30

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Los meses pasaban y la vida le sonreía a Alexandre, trabajaba duramente dos turnos para que a su mujer e hija no les faltara nada, mientras que Branca no solo se dedicaba a la niña sino también a él; lo atendía en todas las maneras en que una mujer podía atender a su marido.

Sin darse cuenta el primer año de Luana se cumplió, seguía siendo su pequeña musa, su mayor inspiración. Sabía que era momento de que Branca regresara a la escuela, así que la inscribió y tomó la decisión de renunciar a uno de sus trabajos para atender por las mañanas a la pequeña; y de tarde hasta las tres de la mañana seguiría trabajando de botones en el hotel en Copacabana.

Los fines de semanas los pasaban juntos, en familia; pero él también aprovechaba para seguir dándole vida a su pasión por la capoeira, la que había mejorado considerablemente; y debido a la técnica imitada de su suegro empezaron a llamarlo Cobra. Para Branca era un orgullo y para él un honor, un verdadero honor.

Sin decirle nada a Branca se dispuso a vender la cámara, lo hizo para comprarle los útiles escolares y el uniforme, para que ella pudiera volver a las clases que estaban a punto de iniciar, porque lo que él más deseaba era que ella cumpliera su sueño de convertirse en oceanógrafa.

Estaba trabajando su última semana en el restaurante de comida rápida, para quedarse solo con el trabajo del hotel; se sentía agotado, porque las pocas horas que tenía para dormir no podía hacerlo, debido a que Luana había cogido un resfriado y le daban constantes fiebres y procesos gripales.

Estaba por terminar su turno en el restaurante cuando recibió una llamada de Branca, lloraba desesperada, decía que la niña acababa de convulsionar y que tenía mucho miedo porque la fiebre no bajaba.

Inmediatamente dejó su puesto de trabajo y corrió a la favela subido a una moto, pero no lo llevaron muy lejos, pues se corría el rumor de que los del BOPE harían una redada esa noche, que estaban tras unos narcotraficantes, y bien sabían que cuando el grupo élite entraba a Rocinha nadie salía de sus casas, porque las cosas se ponían muy feas.

No le quedó más que correr hasta la casa con el corazón latiendo enloquecido y el aliento quemándole la garganta, al llegar se encontró a su mujer llorando inconsolable y su niña estaba muy débil.

—Hay que llevarla al médico, voy a llevarla, no salgas de casa. —Le pidió al tiempo que tomaba a la niña y la envolvía en una manta.

—Quiero ir contigo, no puedo quedarme aquí, no quiero quedarme aquí.

En medio de la desesperación Alexandre no le discutió, solo quería llevar cuanto antes a Luana al hospital. Antes de salir, Branca le dejó una nota a su madre para que supiera que irían al médico.

Corrieron por los callejones desolados, porque todos estaban confinados en sus hogares, hasta los negocios habían cerrado.

—Date prisa, date prisa —pidió Alexandre, doblemente nervioso mientras corría con la niña en brazos.

No podía evitar estar aterrado ante la posibilidad de quedar en medio del fuego cruzado del BOPE y los narcotraficantes, porque estaba seguro de que ninguno tendría piedad de ellos.

Sintió un gran alivio cuando por fin llegaron a la avenida y pudieron subir a un taxi; aun así, estaba preocupado por la salud de su pequeña, quien no paraba de llorar y seguía con la temperatura demasiado alta.

En el hospital la llevaron directamente a urgencias, donde a los médicos les tomó por lo menos cuatro horas entre bajarle la temperatura, hacerle análisis, entregarle la receta de los medicamentos y darle el alta.

Alexandre no quiso irse a casa sin antes comprar la medicina, le pidió a Branca que lo esperara mientras iba a la farmacia del frente, no le tomó más de cinco minutos regresar.

Mariposa Capoeirista (Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora