CAPÍTULO 18

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Raquel Dias hablaba por teléfono casi sin aliento mientras taconeaba enérgicamente hacia el vestíbulo de Globo televisión.

—Lo estoy intentando, pero no hay manera de que Letícia Mendes quiera ofrecernos una entrevista.

—Te lo advertí Raquel, no debimos publicar esas fotografías sin el previo consentimiento de los familiares, pero tu perversa obsesión por todo este caso del maldito asesino nos vas a traer serios problemas —reprendió su jefe, quien se encontraba furioso por estarse enfrentando a la amenaza de demanda en contra del canal de Mendes.

—Sabías muy bien que no iba a permitirlo, está renuente a colaborar. Nuestra misión es informar, hicimos con su hija lo mismo que con las demás víctimas; ya hablé con mi abogado y me dejó completamente claro que la demanda no procede —aseguró reteniendo con una de sus manos el teléfono, y con la otra carpeta—. No te preocupes Romário, tengo todo totalmente controlado.

—¡Dias! —La llamó un hombre en su casi carrera al ascensor.

—Ahora no, no tengo tiempo —dijo tajante sin dejar de avanzar, quería aprovechar que las puertas estaban abiertas, por lo que se apresuró y logró su cometido, pero antes de que se cerraran se interpuso el brazo masculino.

Los ojos marrones de Raquel se fijaron en los grises del hombre que avanzó un paso y entró al ascensor.

—Para mí tendrá que sacarlo —dijo una vez que las puertas se cerraron y bloqueó el aparato.

El tono de voz algo ronco de ese hombre provocó que los vellos de la nuca de Raquel se le erizaran y tragó en seco para pasar esa ola de nervios que empezó a envolverla.

—Romário, ahora hablamos. —Le anunció a su jefe sin quitarle la mirada al hombre de mandíbula pronunciada, labios sonrosados y piel casi traslúcida, al tiempo que terminó la llamada—. ¿Qué desea? —Se armó de valor y siguió con su disimulado escrutinio, grabándose en la retina la imagen de ese desconocido que vestía un pantalón caqui y una camisa a cuadros, en tono marrón, abotonada hasta el cuello, de mangas largas.

—¿Quiere detalles? Yo se los puedo dar —susurró acercándose a ella, hasta permitir que su tibio aliento le rozara la oreja; no pudo evitar sonreír cínicamente al ver cómo la periodista se tensaba. Era una reacción universal en todas las mujeres.

—No sé de qué me habla, ¿puede ser más específico? —preguntó casi tartamudeando, y dio un paso al lado, tratando de poner distancia en el reducido lugar.

—Sí lo sabe, es sobre eso que le apasiona; puedo darle todos los detalles, desde cómo elijo a mis víctimas hasta el último jadeo que emiten antes de morir.

La voz ronca del hombre le molestaba y le aterraba a partes iguales, el corazón iba a explotarle y toda ella empezó a temblar, se aferró a las carpetas como si fueran su tabla de salvación. Siempre había pensado que si se encontraba en una situación semejante lo primero que haría sería marcar a emergencias y después luchar, pero no conseguía hacer lo uno ni lo otro.

—¿Quiere saber si siguen con vida cuando cerceno sus extremidades, sus pechos o saco sus ojos?

«¡Ya basta! ¡Basta!» intentó exclamar, pero no emitió más que un jadeo, estiró la mano para abrir las puertas del ascensor, pero antes de que pudiera llegar al tablero el hombre la detuvo, sujetándole tan fuerte la muñeca que parecía que le quemaba; definitivamente, la apariencia de bobalicón no conjugaba con esa furia—. Es un charlatán, solo quiere fama... Si realmente fuese el asesino... no, no... no se expondría de esta manera; las cámaras lo están filmando —balbuceó con los ojos a punto de salir de sus órbitas y el corazón de estallarle.

Mariposa Capoeirista (Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora