CAPÍTULO 49

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Habían pasado exactamente dos semanas sin que su padre le dirigiera la palabra, ni siquiera la miraba, era como si de repente ella hubiese dejado de existir para él, lo que le había hecho pedazos el corazón y se tragaba sola todo ese dolor, pero verdaderamente ya la estaba envenenando demasiado.

Su tío Thor la había llamado para informarle que había ido hasta su oficina para hablar con él, pero que no hubo manera de que intentara por lo menos comprender la situación.

Samuel Garnett estaba decidido a no perdonarla por algo que ella no consideraba tan grave, porque enamorarse no era un delito; que le exigiera que olvidara a Alexandre era el ejemplo más vil de hipocresía a ese sentimiento tan bonito que desde niña le había inculcado.

Con lágrimas en los ojos y en silencio se despidió de su habitación, no quiso hacerlo de sus hermanos, porque no quería que interrumpieran su huida.

Solo se llevó una maleta en la cual llevaba las cosas más importantes e irremplazables para ella y salió de su casa rumbo al aeropuerto. Durante el trayecto lo único que hizo fue llorar, a solas y amparada por la oscuridad de la noche podía hacerlo abiertamente.

Dejó el auto en el estacionamiento del aeropuerto y abordó el avión que horas antes había reservado con destino a Río de Janeiro, esa decisión la fue tejiendo durante la semana y se fue reforzando con cada momento que su padre la ignoraba.

Canceló definitivamente todos los pendientes sin decirle a Cristina, ni siquiera se lo contó a Luck, porque no quería levantar sospechas, mucho menos deseaba ser blanco de lástima. Así como en silencio se tragó el dolor que le provocaba el rechazo de unos de los seres que más amaba, también lo hizo con sus decisiones.

Llevaba un par de horas de viaje y las lágrimas no se le agotaban, no era primera vez que estaría fuera de su casa, pero sí que lo hacía de manera definitiva y tan resentida con su padre.

Se decidió a escribirle un correo a su madre, porque ella había sido amiga y cómplice, y no merecía que la preocupara. Resopló en un intento por calmarse, abrió la aplicación en su teléfono y empezó a redactar, mientras las lágrimas seguían corriendo por sus mejillas.

Mami.

Para cuando leas este mensaje seguramente te habrás dado cuenta de que no estoy en casa, quizá solo pienses que salí temprano sin avisar, porque me aseguré de no traer conmigo tantas cosas como para que notaran mi ausencia.

Lo cierto es que me he ido de casa y no creo volver, así le ahorro a mi papá la molestia de verme. Sé que hice mal al no contarle que me había enamorado, al no hablarle sobre el hombre que amo o avisarle del viaje que hice, pero eso no es razón suficiente para que me ignore de esta manera. No pretendo que mi partida sea una medida de presión para que se vea obligado a hacer las paces conmigo, solo es algo que debí hacer desde hace mucho.

Ha llegado el momento de independizarme, de hacer mi vida lejos del amparo de la familia, de dejar de ser una niña para ser una mujer; ya no es necesario que me protejan, es momento de que aprenda a enfrentar las cosas por mi cuenta.

Solo quiero que sepas que estoy bien y que voy a estar bien.

Te quiero.

Envió el mensaje y se limpió las lágrimas, no había nada que pudiera hacer para sentirse mejor, por lo que guardó el teléfono en su cartera y se acurrucó en el asiento, sufriendo ese momento de madurez al que tarde o temprano le tocaría enfrentarse.

Ahora se daba cuenta de que haber permanecido por tanto tiempo junto a su familia hacía todo más difícil, pero estaba segura de que superaría esa situación.

Mariposa Capoeirista (Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora