CAPÍTULO 34

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Elizabeth se ducho rápidamente, aunque quería quedarse por lo menos una hora bajo el agua caliente no podía, porque no deseaba incomodar más de la cuenta; al salir estuvo segura de que le sería imposible usar el secador, por lo que se envolvió una toalla en la cabeza y se puso la camiseta que Alexandre le había prestado; no había tiempo para pedir permiso, así que usó su cepillo de dientes, su hilo y enjuague bucal. Volvió a lavar el vestido, lo exprimió y lo colgó en el tendedero.

De regreso a la sala, él ya la esperaba con una humeante taza de té.

—Bébelo mientras me ducho, prometo no demorar —dijo entregándole la taza.

—Gracias, huele rico... Alex, usé tu cepillo de dientes, no sé dónde está el que me compraste —informó mordiéndose el labio, le mortificaba que fuese a molestarse por eso.

—No te preocupes amor, lo he guardado, ahora lo busco —dijo.

Ella se acercó y le dio un beso en los labios que él correspondió con un par de chupones.

Él volvió vistiendo una bermuda y cargado de mantas y almohadas. Elizabeth dejó la taza vacía del té sobre la mesa y se levantó del sofá.

—Déjame ayudarte. —Le quitó las almohadas y se abrazó a ellas. Se quedó como tonta, admirando cómo se marcaba cada músculo de la amplia espalda con el simple movimiento de tender las mantas sobre el sofá, dando la impresión de que la serpiente tatuada ondeaba.

Sonrió pícara al ver que la bermuda se bajaba un poco, dejando al descubierto el nacimiento de las fuertes y generosas nalgas, más pálidas que la cara de un japonés.

—Al parecer no has vuelto a broncearte el culo. —Él la miró por encima del hombro, con un semblante serio.

—No suelo darle importancia al color de mi culo.

—Pues deberías, es más atractivo si cuentas con un color parejo. Y es imperdonable que no te broncees desnudo cuando cuentas con un lugar como la azotea.

—Supongo que no estoy muy pendiente de mi bronceado, no soy un hombre que se preocupe desmedidamente por esas cosas. He de suponer que tu novio, si es que se puede llamar así, tiene como prioridad su apariencia.

—Luck, puedes llamarlo por su nombre, y efectivamente, se entrega al cien por ciento a cuidar de su imagen, vive de eso.

—¿En serio se llama Luck? —preguntó incrédulo.

—Sí, es su nombre...

—Muy conveniente para su trabajo... Un tanto pretencioso.

—Lo mismo piensa mi papá —dijo sonriente.

—Por lo menos tengo algo en común con el fiscal.

—Creo que tienen mucho en común, y puedo enumerarte la gran mayoría. —Ella le ofreció las almohadas y él las acomodó.

—Ven aquí —dijo al tiempo que se sentó en el sofá.

Elizabeth mansamente se acercó y se sentó sobre sus piernas; en un vertiginoso y fácil movimiento se la llevó con él y terminaron acostados, ella rodeada por sus brazos.

—Bien sabes que no me parezco en nada a tu padre.

—Son capoeiristas.

—Una casualidad, simplemente... Es fácil que te relaciones con capoeiristas si esa también es tu pasión.

—Me dijiste que alguna vez lo viste en Rocinha. ¿Qué te pareció?

—Sí, lo vi un par de veces, de hecho, nos vimos; pero en ese entonces yo solo era un adolescente, que se metía a las rodas a observar. Como capoeirista lo respeto, es muy bueno.

Mariposa Capoeirista (Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora