CAPÍTULO 22

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Elizabeth y Luck estaban acostados sobre una manta de lana, uno en sentido contrario del otro; ella descansaba su cabeza sobre su hombro, y él a su vez usaba el hombro de la chica como almohada. Estaban en medio del jardín de la casa de la familia Garnett, que se convertía en ese momento en el más perfecto de los refugios, bajo un techo pintado desde el amarillo hasta el marrón que le ofrecían los arces, abedules y robles sauce, aunque a través del follaje desahuciado destellaban los rayos del sol, como diamantes que adornaban el natural cobijo.

Luck parloteaba sin cesar, pero Elizabeth no podía estar en sintonía con él; sus pensamientos la habían arrastrado a un lugar más cálido, más alegre y colorido, con olas cristalinas rompiendo la arena blanca; sin embargo, sus pupilas seguían una hoja de arce caducada que flotaba en el aire, descendiendo justo hasta ella; estiró su mano, y como si hubiese sido planeado por el destino la hoja terminó sobre su palma.

La sujetó por el tallo y empezó a girarla, admirándola y descubriendo que el color se parecía al del sol durante el ocaso.

—Elizabeth, Eli... ¿Me escuchas? —preguntó Luck, volviendo la cabeza para mirarla sobre su hombro.

—¿Me acompañarías a Río? —preguntó a quemarropa al tiempo que lo encaraba.

Esa decisión la tomó justo en ese instante, pero era algo que llevaba madurando desde hacía algunos días; su cabeza era un loco hervidero de ideas sobre Cobra, pensó en las posibles situaciones y los porqués de su repentina desaparición; empezó a crearle justificaciones tan poderosas que ella no pudiese negarse a perdonarlo. Sabía que era patético y que su orgullo estaba por el subsuelo, pero lo quería de verdad y no deseaba quedarse con la duda, no quería llegar al punto de sentirse arrepentida de no haberlo intentado, de no haber luchado; por lo que se atormentaría toda la vida con la incertidumbre, como una cobarde.

Luck frunció el ceño e intentaba penetrar en su mirada con sus ojos grises.

—¿Escuchaste lo que te dije? —preguntó con su aliento calentando el rostro de la chica.

—Por favor—suplicó susurrante.

—No sé por qué lo preguntas, dije que cuando te tocaran las prácticas iría contigo; sé que estás ansiosa —comentó plegando los labios en una acogedora sonrisa.

—No quiero esperar a diciembre, quiero ir ahora, esta misma semana de ser posible.

—Cariño, no es... Tengo que echar un vistazo a mi agenda —comentó sintiéndose aturdido por su repentina petición y su extraña urgencia por ir a Brasil.

—Gracias. —Sonrió, dejó la hoja de arce sobre su abdomen y llevó su mano hasta el rostro de Luck y le acarició el pómulo con el pulgar.

—¿Tu padre te dio permiso? Supongo que como ya capturaron al asesino su terror ha disminuido.

—No, mis padres no lo saben y tampoco quiero que lo sepan... Por eso necesito de tu ayuda. Les diré que voy contigo a otro lugar; estoy completamente segura de que si les digo que voy a Río no me darán su consentimiento; posiblemente mi padre termine amarrándome a la pata de la cama y cerrando con llave la puerta de la habitación.

—Entonces no me parece una buena idea Elizabeth.

—Por favor Luck, prometo que se lo contaré a mi mamá, ella nos ayudará, pero necesito ir a Río —murmuró suplicándole con la mirada.

—Sabes que si tu padre se entera de tu ingeniosa locura el único perjudicado seré yo, a Rachell y a ti las perdonará, pero a mí ya me odia lo suficiente.

—Sabes que no te odia, solo le gusta molestarte. No quiero hacer esto sola...

—¿Y qué se supone que vas a hacer?

Mariposa Capoeirista (Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora