CAPÍTULO 31

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Un año había transcurrido desde la muerte de Branca, pero para Alexandre y Juliana parecía que el tiempo no había pasado; él la extrañaba todos los días en todo momento, sobre todo siempre que miraba a su hija, a quien cada vez se le entendía mucho más lo que hablaba; con cada logro de su pequeña Alexandre no podía evitar llorar, porque le recordaba que Branca no estaba ahí para verla y emocionarse como él lo hacía.

Durante ese tiempo pocas veces sus padres lo habían visitado, aunque todos los días mantenían contacto telefónico.

Después de la misa en honor al alma de su amada se fue a casa con el corazón destrozado, con la ausencia de Branca latente; sabía que nunca iba a olvidarla, que ninguna otra podría enamorarlo como lo hizo su princesa de cuento de hadas, ni siquiera estudiaba la posibilidad de volver a enamorarse algún día.

Llegó, se quitó el pantalón y la camisa negra que había usado para la misa, se puso unos vaqueros y una camiseta; agarró su mochila, en la que tenía el uniforme que Juliana le había planchado y se despidió de su hija en medio de besos, muchos besos.

Se marchó al trabajo no sin antes recordarle a su suegra que lo llamara si surgía algún inconveniente.

Estuvo toda la jornada laboral pensando en Branca, rememorando sus mejores años, anhelando tener el poder de retroceder el tiempo y cambiar su maldita realidad.

Sabía que a las tres de la mañana no era seguro andar por la favela, pero ya llevaba dos años transitando las calles de Rocinha por la madrugada, suponía que muchos ya lo conocían de las rodas y por eso se había salvado de algún robo.

Sacó las llaves del bolsillo del vaquero y antes de abrir la puerta escuchó a Luana llorando. No pudo evitar extrañarse, porque a esa hora debía estar durmiendo; se dio prisa en abrir, lanzó la mochila al sofá junto a la entrada y todo parecía estar normal.

Tocó a la puerta de la habitación de Juliana, pero no recibió respuesta de su suegra, solo escuchaba el llanto de su hija, por lo que decidió abrir.

Luana se encontraba sentada en la cama, al lado de su abuela, quien estaba inconsciente; y una vez más el alma de Alexandre cayó a sus pies. Corrió y cargó a su hija con un brazo, mientras que con la mano libre tocó a su suegra; no tenía que hacer gran esfuerzo para darse cuenta de que había muerto y que llevaba varias horas así, porque ya estaba algo rígida y tenía las manos y los labios morados.

Abrazado a su hija volvió a sollozar, pensando que la maldición de perder a alguien querido se repetiría cada año.

Salió a la sala y trató de calmar a su niña, lo único que se le ocurrió fue llamar a emergencias, porque no tenía la más remota idea de qué hacer; les explicó su situación y la operadora le dijo que enviaría a la policía.

Alexandre terminó la llamada y supuso que su hija había despertado porque debían cambiarle el pañal, que solo usaba para dormir; cuando se lo quitó su preocupación aumentó, porque al parecer estaba mal del estómago. Mientras la bañaba no podía evitar llorar, de nada servía querer hacerse el fuerte.

Cuando la policía llegó, estaba sentado en el sofá con su hija en brazos; por lo menos ella se había quedado dormida.

Un grupo de agentes de la policía, tras inspeccionar el lugar y hacerle algunas preguntas dieron su informe a la Secretaría de Salud. A su juicio, era un caso de muerte natural.

Una vez que se llevaron el cuerpo de Juliana, sabía que tenía por delante algunos trámites que hacer para poder cumplir con el entierro, y no podía llevar a Luana a todas partes, así que preparó un maletín con algunas de las cosas de la niña, y se fue, dejando la casa cerrada.

Mariposa Capoeirista (Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora