CAPÍTULO 4

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Al despertar, lo primero que Elizabeth hizo fue revisar el teléfono, temiendo haberse quedado profundamente dormida y no haberlo escuchado, pero con dolor se dio cuenta de que absolutamente nadie había intentado comunicarse con ella en las últimas horas.

Una vez más sintió que la rabia y las ganas de llorar la golpeaban, pero se prometió a sí misma no volver a intentar comunicarse con Cobra, ya no iba a humillarse más; si él quería algo con ella que se encargara de dar el próximo paso.

Se quedó en silencio mirando al techo de su habitación, tratando de erradicar la decepción que se apoderaba de su ser. Escuchó algunos ruidos provenientes del gimnasio, donde todos los días sus padres se ejercitaban por lo menos dos horas antes de irse a sus trabajos.

Lo que le hizo recordar que debía empezar con su rutina para perder los kilos que había ganado, por lo que se sacudió de todas las emociones que la mantenían en cama y se fue al baño.

Después de casi una hora estaba lista, pero bien sabía que no podía realizar su rutina en casa, por lo que solo desayunó algo ligero y salió, necesitaba del plan de entrenamiento de su instructor.

En el gimnasio, Jimmy la obligó a concentrarse en lo que estaba haciendo, no le daba tiempo más que para beber agua; la llevó al extremo de su máxima resistencia. Sin aliento, totalmente despeinada y empapada en sudor se prometía que nunca más volvería a tomar cerveza, mucho menos a comer tanta pizza.

Al regresar a casa comió su merienda, y antes de ducharse habló por teléfono con Luck, quien ese día estaría muy ocupado, pues comenzaba las grabaciones de un comercial. Pautaron verse para almorzar en compañía de algunos amigos.

Elizabeth estaba por entrar el baño cuando tocaron a su puerta. Caminó y abrió, encontrándose a Esther parada en el umbral.

—Cariño, te busca Cristina, no supe qué decirle, dijo que sabía que estabas en casa.

—Está bien, no te preocupes Tetê, dile que suba —concedió y soltó un suspiro, esperando que Cristina no llegara a arruinarle el día, más de lo que ya estaba.

Aprovechó para quitarse la ropa deportiva y se quedó con un albornoz. Volvieron a llamar a la puerta y la hizo pasar.

—Adelante —ordenó al tiempo que se rehacía la coleta.

Cristina entró con un ligero gesto de arrepentimiento en la cara.

—Buenos días, Elizabeth, ¿estás ocupada? —preguntó, avanzando dentro de la habitación.

—Buenos días, de hecho, sí. Estaba por ducharme porque a las diez tengo que estar en DNA —respondió refiriéndose a la famosa agencia de modelaje para la que trabajaba.

—Si quieres puedo acompañarte... —Esperaba que le diera una respuesta, pero como no lo hizo continuó—: Elizabeth, sé que ayer no tuvimos un buen día, te pido disculpa si me mostré demasiado preocupada.

Ella había tomado la decisión de pedirle disculpas, sabía que se había excedido un poco; pero que Samuel Garnett la llamara a primera hora del día, camuflando su reproche tras un inusual saludo, hizo que tuviera que dejar unos pendientes de lado y anteponer a la modelo por encima de cualquier cosa.

—Fue más que eso Cristina, ya no soy una niña de doce años, eso debes comprenderlo; no puedes reprenderme delante de todo el mundo como si fueras mi madre, quien, por cierto, nunca lo ha hecho.

—Lo entiendo, solo me dejé llevar por la confianza que le tenemos a Connelly, lo siento mucho; sabes que te adoro y que solo deseo lo mejor para ti.

—Lo sé, voy a olvidar tu ataque de histeria y me voy a esforzar lo suficiente para perder en dos semanas lo que aumenté, así podrás estar tranquila. Pero no quiero que una situación igual vuelva a repetirse, porque de ser así, lamentablemente tendremos que dejar de lado nuestra relación laboral —determinó, aunque usó un tono de voz agradable.

Mariposa Capoeirista (Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora