CAPÍTULO 38

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Decidieron ir a la playa caminando, después de todo, les quedaba a muy pocas calles y sería absurdo subir a un taxi. Alexandre por primera vez en mucho tiempo se sentía plenamente feliz, iba aferrado a la mano de Elizabeth, tratando de contener el corazón dentro de su pecho y disimulando su felicidad. Mientras que Luana iba a su otro lado, sujetándole la mano a Jonas que extrañamente quería caminar.

Elizabeth, que iba camuflada con lentes oscuros y un gran sombrero, para evitar ser reconocida y que la noticia de su escapada a Río llegara a oídos de sus padres, disfrutaba de la seguridad que Cobra le brindaba en el agarre de su mano; sin embargo, necesitaba más intimidad, quería tenerlo más cerca, por lo que lo instó a que le pasara el brazo por la cintura y ella hizo lo mismo; como premio a esa osadía, él le regaló un suave beso en el cuello, haciéndola estremecer.

Alexandre sabía que debía protegerla, por lo que trataron de ir a la parte más sola de la playa, aunque eso representara una tarea titánica; después de caminar hasta Leme, consiguieron un lugar medianamente privado debajo de unas palmeras. Acomodaron los cangas sobre la arena y se sentaron a descansar; sin embargo, Jonas estaba ansioso por meterse al agua, por lo que entre Elizabeth y Luana le aplicaron el bloqueador.

—Voy a adelantarme —comentó Luana, tomando la mano de su hijo e instándolo a correr.

—Tengan cuidado —aconsejó Alexandre, quien ya estaba en zunga—. Déjame ayudarte. —Le pidió a Elizabeth y empezó aplicarle bloqueador, percatándose de las huellas que su arrebato había provocado en el incitador cuerpo.

Ella llevaba puesto un bikini celeste que cubría lo estrictamente necesario, mientras él paseaba sus manos con infinita dedicación por cada espacio de ese cuerpo que le robaba la cordura.

—Se siente tan bien. —Gimió complacida.

—Podría esmerarme mucho más, si no estuviéramos en público.

—No lo dudo... —Lo miró pícara y suspiró—. ¿Cuándo regresarás a las rodas?

—No las he dejado.

—Según Gavião no has vuelto desde que yo me fui.

—No es necesario que lo nombres —dijo con un notorio tono de celos.

—Por él es que estoy aquí, si no me hubiese dicho que no habías vuelto a la favela no me habría parecido tan extraña tu ausencia. Imaginaba que conmigo podrías haber jugado, pero sé que jamás olvidarías la capoeira.

—Ni por un segundo has sido un juego para mí. —Se acostó a su lado y le besó el hombro, mientras le acariciaba de arriba abajo con las yemas de los dedos la espina dorsal—. ¿Hablas muy seguido con él? —susurró su pregunta.

—¡Por Dios! —Se carcajeó—. Sé por dónde vienes, ¿qué importa cuánto hable con mis amigos, si mis pensamientos y latidos te pertenecen? Ya te he dicho que te quiero. —Acortó la escasa distancia que los separaba y le dio un beso, uno que él hizo más íntimo, y ella le detuvo la mano justo cuando le apretaba el culo, y lo hizo subirla a su cintura—. Estamos en presencia de tus niños, ¿qué ejemplo les estaremos dando?

—Haces que pierda la razón —dijo en su defensa.

—Te perdono por eso, solo por eso —dijo con una gran sonrisa y la mirada brillante—. No me has dicho cuándo regresarás a las rodas.

—El próximo sábado, en mis planes estaba ir hoy, pero llegaste e hiciste polvo mi rutinaria vida.

—Pero los planes no tienen por qué cambiar en su totalidad, por si no lo has notado, aquí tienes a una contrincante.

—¡No! —Se quejó en medio de una corta carcajada.

—¿Acaso Cobra me teme?

—No lo llames, que ese no vendrá, ¿para qué quieres complicarte la tarde si lo estás pasando bien con Alexandre?

Mariposa Capoeirista (Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora