1. Felicidad

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Este primer artículo de mi libro iba a ser la ambición pero, viendo la cantidad de capítulos con connotaciones negativas que se avecinan, he decido empezar con la felicidad. Una de las mayores reliquias del ser humano y la que menos cuida de todas. Es la que nos mantiene en pie pero no comprendemos que debemos conservarla. Sí, esa que a veces se idolatra pero solo con palabras. Esa que creemos poder comprar pero no entendemos que no se encuentra en el dinero.

Solemos desprestigiar la felicidad en demasiadas ocasiones, por motivos que desconozco, hasta que la perdemos. Imagino que esta facilidad nuestra para perder lo que da sentido a nuestra vida debe de proceder de alguna habilidad en especial. O incluso de un conjunto de ellas. Lo más probable es que sean algunos errores de entre la infinidad que tenemos los que provocan que perdamos esta joya sin pestañear. Hay veces en las que sí nos percatamos de que se ha esfumado alguna fuente de felicidad e intentamos solucionarlo (o directamente nos excusamos echando balones fuera). Pero no es suficiente. No solo con ser conscientes tenemos suficiente para recuperar nuestro tesoro. No solo sabiendo que algo se ha escapado de nuestras manos vamos a poder recuperarlo. Parece que tampoco queremos hacerlo. Preferimos eso de elaborar excusas huecas o buscar culpables a los que apedrear sin apenas intención de solucionar nuestro problema antes que luchar porque esa felicidad vuelva. No la valoramos. Cuando la perdemos optamos por poner el foco en el drama que rodea esta catástrofe para que, cuando este se solucione, sintamos que ya hemos vuelto a la normalidad. Lo que parece que no sabemos es que, aunque el problema tenga culpables (como los de la saga de Mercedes Ron) y hayamos conseguido tener la razón, estamos más vacíos que antes. Perdemos y perdemos, y nos bastamos con conseguir que alguien nos afirme que no fue culpa nuestra, por mucho que no sea cierto.

Me mantengo en mi teoría de que los amigos son el mayor bien del que podemos gozar, de hecho la felicidad en gran proporción procede de ellos. Son fábricas incansables de producir felicidad. Es por eso que debemos cuidar a los trabajadores encargados de producirla y distribuirla. Si no les devolvemos con la misma moneda y, en lugar de eso, les explotamos, preferirán llevarlas a otros lugares. Tened claro que nunca hay suficiente felicidad, y que no hay motivo por el que le debieran temblar las manos a la hora de entregarla a otras personas. ¿Qué se supone que nos da prioridad sobre el resto para que aguanten una amistad desproporcionada? Cuidado porque aquí es cuando nuestro ego empieza a tener quebraderos de cabeza. Aún así, no estaría de más que me hiciera esta pregunta a mí mismo. No sé por qué sigo intentando hacer felices a personas que no dan por mí ni una pizca de esfuerzo. Imagino que sí ofrecerán algo, mi subconsciente no es tan estúpido. Si pagamos demasiado por este lujo, nos sabe amargo, como me sucede a mí ahora mismo. Es por eso que tampoco debemos entregar más de la cuenta a cambio de ser felices por unos instantes. Creer que sí, que realmente lo merece, suele ser consecuencia de no haber hecho el balance correcto. No es fácil, pero seremos capaces de ponerle precio a este lujo, aunque no sea bajo.

Pero volviendo al punto en el que estábamos (destacando que no pagamos suficiente por la felicidad), que es al caso al que mi estupidez más veces me ha llevado, sin ser este mismo momento el mejor ejemplo, debemos tener claro que las personas que nos llenan de felicidad también necesitan recibirla de vuelta. Las amistades se tienen que retroalimentar. No podemos ser tan egoístas como lo fui yo en su momento de aprovechar lo que me daban sin sacrificar nada a cambio, solo mi presencia que, desde mi perspectiva en ese momento, era suficiente. Ya veis mi nivel de arrogancia, sobre todo hacia las personas que realmente me querían. Y el de mi ego. Este, que unas líneas atrás temblaba y dudaba sobre su existencia, se personaba hace no demasiado cada vez que entendía que yo era suficiente para cualquiera. Que ser yo era suficiente premio para cualquiera, aunque en el fondo fuera un castigo. A día de hoy creo que lo sigue siendo, un castigo digo, un peso para todo el que quiere compartir su tiempo conmigo, pero no sé cómo arreglarlo, y no es fácil. No obstante, soy plenamente consciente de que tiene que haber una simbiosis para que cualquier relación salga adelante. Tampoco nos podemos ceñir a un estricto intercambio de bienes. Dar y recibir de forma atemporal e irregular es lo correcto.

Repartir felicidad y ayudar a las personas que nos rodean sin ánimo de lucro es lo mejor que podemos hacer con nuestras vidas. Sienta tan bien ver la sonrisa en la cara de alguien que le y a quien queremos que no deberíamos privarnos de ese lujo. Realmente, no lo hacemos sin lucrarnos. Sí obtenemos un beneficio, la verdadera felicidad, la satisfacción. Esa satisfacción de ver como disfruta quien es digno de ello no tiene precio. Lo merecen, y lo sabemos. 

Tras una sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora