38. Tiempo

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El tiempo no corre y tampoco vuela. El tiempo no se mide con números que solo pretenden aproximar cuánto ha pasado en lo que llevamos mirando el reloj. El tiempo no se entiende como pasado, presente y futuro. El tiempo se siente. Se siente con tan solo poder recordar qué sucedió, pensar en qué sucederá y vivir lo que está sucediendo, porque el tiempo son recuerdos y sensaciones.

No me he cansado de utilizar estos términos a lo largo de todo el libro ni creo que me canse en lo que me queda. Solemos asociar los recuerdos al pasado pero no son más que parte de una etapa de cuya existencia hemos sido presentes y seguiremos siéndolo si la vida nos presta más tiempo. En ese caso, conseguiremos más y más recuerdos que coleccionar. Recuerdos que, cuando toque revisar y echar la vista atrás, nos harán derrumbarnos y plantearnos nuestra existencia. O reír de todas las estupideces, o incluso dejarán caer una lágrima que no sabremos identificar si es de melancolía o de tristeza. Son muchos sentimientos encontrados los que aparecen al revisar la lista de anécdotas. Cualquier agente externo que pueda dejar una marca que brillará cuando se advierta su presencia.

Quedan guardadas cajas en nuestro interior con todos los recuerdos representados en forma de fotografías de nuestros mejores momentos, películas que nos han ido acompañando a lo largo de nuestras vidas, canciones que han dejado su pequeña huella y que han servido para cerrar heridas que no les correspondían y peluches que nos transportan a nuestra infancia, entre otros objetos de gran valor. Todos son recuerdos que llenan nuestro corazón. No sé cómo, siendo tan débil y enclenque, es capaz de albergar toda esa materia nuclear, que puede estallar en una explosión de sensaciones en cualquier momento. Pero no solo tenemos que destacar los momentos felices. Posiblemente, entre esas imágenes y esos peluches, también habrá frascos con lágrimas señalados por una etiqueta en la que se dibujan distintas fechas, o cenizas de un fuego que en su día formó la llama de un amor. Son igual de importantes que los recuerdos felices y no deben ser ignorados.

Sentir añoranza cuando abrimos las puertas de nuestro corazón en búsqueda de esos recuerdos no es nada que deba preocuparnos. No pasa nada porque nuestros ojos brillen rememorando viejos momentos. Aunque no desaparece de mi cabeza la duda de por qué ocurre esto. ¿Por qué añoramos tiempos ya vividos, incluyendo sus buenos y sus malos momentos mientras luchamos por algo mejor? En ningún momento nos planteamos la posibilidad de que puedan llegar mejores o de que todo se cerró de la mejor forma posible, siempre soñamos con repetir lo mismo esperando que provoquen las mismas sensaciones. Es exactamente esa droga la que nos provoca la dependencia hacia alguien. Felicidad la llaman. Ya he hablado de ella y sigo sin comprender cómo es tan difícil desprenderse de un manantial de felicidad. Si los buscamos, seguro que dispondremos de infinidad de ellos, pero parece que solo deseamos los que ya tuvimos y de los que alguna vez gozamos.

Por otro lado, sentir esas sensaciones es lo único que nos demuestra que la vida ha decidido prestarnos más tiempo. Que hemos sido beneficiados con más oportunidades de crear momentos, y que debemos aprovecharlas. Sea la primera, la última o la decimosexta, eso no importa. Las sensaciones nos mantienen con vida. Le dan esa chispa que hace de cada vida diferente según la persona. La hace especial y única. Sentir, disfrutar, sufrir, y todo a nuestra forma, con nuestras propias sensaciones y sin exigirles nada, tan solo esperando ver con qué nos sorprenden cada vez. El camino podrá ser recto, curvo o inclinado, pero la forma en la que la sigamos será la que lo defina. Y no hablo de la actitud, si no de estas sensaciones, que no se pueden controlar, solo dejarnos fluir por ellas. Por mucho que se nos diga que debemos controlar nuestros sentimientos, eso es imposible, solo podemos intentar controlar el efecto que tengan en nuestra vida, la forma en la que nos afectan, y cómo disfruten del tiempo.

Porque el tiempo no es más que eso. No es más que vivir y dejar que nos asalten los recuerdos y las sensaciones. Permitir que los recuerdos conquisten nuestro corazón y que las sensaciones habiten nuestro cerebro para que, cuando el tiempo frene, haya florecido en nuestra persona todo un mundo distinto a cualquiera imaginable. 

Tras una sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora