Etapas frenéticas que no nos permiten pensar con claridad. Infinidad de planes y proyectos que aparecen al instante después de acabar el último. Fines de semana en los que parecemos vagabundos sin casa. Semanas de estudio y trabajo en las que solo pensamos en fórmulas, filósofos y conjugaciones verbales.
No paramos, estamos desde que posamos el primer pie en el suelo hasta que pegamos la oreja a la almohada pensando, en movimiento, sin parar. No siempre ocurre, claro, pero hay etapas en las que sí. Suelen ser varias semanas que pasan sin que seamos capaces de percatarnos de ello. En esos momentos no somos reales. Parece que existimos más que nunca porque nos encontramos en varios lugares o situaciones en un periodo de tiempo muy pequeño, pero en el fondo no existimos. Desaparecemos. Nuestras necesidades desaparecen. Nuestros problemas se esfuman. Nuestros deberes se marchan.
Todos somos conscientes de que esto es una burrada, nunca llega a ocurrir del todo. Pero en etapas de frenesí parece que sí. No contemplamos que todos estos continúen existiendo. Siguen ahí sin intención alguna de largarse si no eres tú el que los mueve. Parece que la actividad constante los oculta. Incluso somos capaces de utilizar esto a nuestro favor. Cuando nos agobiamos, la solución que acabamos por tomar es la de correr de un lado a otro buscando distracciones sin finalidad alguna con el único motivo de asimilar la desaparición de todo lo que nos abruma. Cuando no usamos este recurso de autoayuda a nuestro favor es cuando nos afecta negativamente. No asimilamos que lo malo sigue ahí. Que las obligaciones no se han ido, y los problemas mucho menos.
Porque realmente no es más que eso. Una huida que tiene el lujo de verse con todas las puertas abiertas y con la que pretendemos dejar atrás nuestra sombra. Esos problemas que no desaparecen o esas inseguridades que no tienen la más mínima intención de marcharse. También ignoramos todo lo demás, pero el objetivo es ese: pasar por alto cualquier obstáculo pensando que son solo piedras en el camino y no depredadores que nos persiguen.
Entonces, en ese momento de frenesí, en esa carrera de fondo que no parece tener fin, ocurre algo que no esperamos: todo se frena en seco. Miramos de un lado a otro y solo vemos monstruos que se acercan a nosotros buscando nuestro final. Es ahí cuando nos derrumbamos. Cuando me derrumbo. Ahí estoy ahora. Semanas sin parar, sin bajar de marcha, en la que todo parece felicidad y buenos momentos, pero llega algo que te da un golpe de realidad y que te muestra que esta no es como la estabas viviendo. Hay varios momentos en los que puedes darte ese golpe de realidad, no solo viviendo una etapa de agitación. Durante una etapa esperanzadora o de excesiva credulidad también podemos recibir este duro golpe. Cuando lo recibes, no hay vuelta atrás.
Poniendo el foco de nuevo en esas etapas frenéticas, ese frenazo es parecido al que podemos hacer con un coche. Remueve todo lo que va dentro de él dejando a todos aturdidos. Si lo llevas a 200, no verás nada del exterior hasta que ocurra ese frenazo. Y es en ese momento en el que asimilas que estás conduciendo en el infierno. Que además te quedas sin combustible. Qué haces si no agobiarte. ¿Cómo no hacerlo si parece que nada es tan perfecto como la adrenalina te lo dibujaba?
Frenas, y te desmoronas. Caes hecho pedazos, solo y con ganas de llorar. Ahora recuerdo que esos monstruos que antes me atemorizaban siguen estando ahí. Y mi cerebro vuelve al bucle del que esperaba escapar pero que, una vez más, no lo consigue.

ESTÁS LEYENDO
Tras una sonrisa
Non-FictionLa adolescencia es esa etapa que tanto se pasa por alto aun siendo la que más relevancia tiene en nuestras vidas. Es mucho más que eso de "el paso a la edad adulta". Es el momento en el que le damos forma a la bola de barro con la que llevamos jugan...