13. Desconexión y familia

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Este artículo va un poco de la mano con el anterior. Hablé de que nos hacía falta escucha y ocio. Sobre la escucha encontraréis algo más adelante, pero con el ocio me voy a precipitar un poco más.

Visitar a la familia, de la que no sé por qué no he hablado mucho en el libro, pasar un buen rato con ellos, siempre es desconexión. Jugar un rato a la consola con tu primo pequeño, contra el que siempre acabas perdiendo, o escuchar las batallitas de algún tío tuyo sobre cómo iba el país antes, son lujos que no valoramos. Hablando un poco de esa otra familia que no va a ser protagonista en este artículo, pasar la tarde con un paquete de pipas en un banco hablando de fútbol o de alguna serie con un amigo o hacer un poco el tonto por ahí también son ejemplos de desconexión. Si os dais cuenta, en esos momentos desconectamos de todo nuestro mundo habitual.

Es más intenso cuando esa rama de la familia vive distanciada del resto, pero me surge una cuestión: ¿por qué ocurre esto? Intuyo que se debe a que cambiamos la máscara de nuestra vida diaria por la de ser nosotros mismos, nuestra versión liberada de cargas e incluso un poco hueca. Somos totalmente distintos en presencia de ellos. De una forma u otra, no nos encontramos igual. Recuerdo cuando tenía alrededor de 8 o 9 años que esperaba con impaciencia la visita de mis tíos. Era tiempo que, en vez de pasar aburrido y sin nada que hacer, lo pasaba paseando por el pueblo con ellos. Hablando de lo que fuera, eso era indiferente, y sin destino alguno. Una vez que se iban, volvía a la rutina. Todo es diferente en esos momentos en los que podemos hablar de todo lo que nos ha pasado desde la última visita sin olvidarnos ni un mísero detalle.

Los abuelos por ejemplo, dan vida. No he podido disfrutar apenas de los míos pero he tenido la suerte de tener unos sustitutos perfectos que han hecho todo lo posible por cuidarme. Los quiero demasiado. Sabes que son la parte más serena de la familia. Su único objetivo es hacer sonreír al resto. La figura de un abuelo se presenta con un semblante tranquilo y despreocupado, siempre alegre y con un exagerado orgullo por sus nietos. Recordarlos me lleva a esos días en los que vas a comer a su casa, esperando a ver qué nos ofrecen con todo su amor. Vamos a comer a su casa pero también a pasar la tarde viendo el programa que ella ve cada tarde y hablando con él de cómo vas en los estudios, para que, sobre las 6, nos pongan una pequeña merienda preparada con todo el cariño del mundo que sabe a gloria. Me cuesta no llorar recordando esos momentos, ojalá fueran eternos.

Así desconectas. No sabes qué trabajo tenías que hacer para la escuela y, si te disponías a hacerlo, lo hacías de mala gana por haberte arruinado la tarde. Es bonita la familia. Cada uno con sus cosas pero todos desconectan de su vida diaria para reunirse con el resto. Te prestan toda la atención del mundo, y tú a ellos, para hacer sentir bien al otro. Una simbiosis perfecta que hace de ese contexto un paraíso envidiable por cualquiera. A veces no importa si no los conoces del todo o si ni siquiera son parte de la familia. Es un núcleo distinto, un paso más al que se crea con los grupos de amigos, que sé que, con tiempo y dedicación también pueden ser familia.

La familia para algunos lo es todo. Diría que para otros con menos suerte no lo es nada pero es porque no han sido capaces de crear la suya propia. En el fondo, creo que en vez de llamarlo "desconexión y familia" sería mejor llamarlo "nuestra más sincera versión". Porque cuando viajamos a esa otra realidad, todo nuestro rostro adquiere un brillo diferente, caracterizado por una felicidad plena.

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