25. Felicidad ajena

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El humano es envidioso por naturaleza, o por lo menos yo lo concibo así, pero eso no evita que nos alegremos cuando alguien cercano está pasando por un buen momento.

Es difícil llegar al punto de sentir eso de forma sincera, pero creo que he llegado a él. Creo que está siendo ahora. No sé cuánto durará pero está siendo ese momento. El momento en el que veo que una antigua amiga está pasando una gran etapa. Está viviendo experiencias que yo no le pude ofrecer. Me alegro infinitamente de ello, pero no puedo evitar sentir melancolía. Yo hubiera deseado hacerla así de feliz, porque lo merece, pero no fui capaz. Ver también a amigos viviendo buenos momentos es precioso. Es precioso presenciar cómo ellos avanzan, viven, ríen. Disfrutan de experiencias, progresos, que les hacen crecer como personas y madurar. Ver cómo ellos tienen lo que yo deseo es también odioso pero no me queda de otra. Si ellos son felices, yo lo soy. Y ya lo he asumido, por eso he optado por alegrarme, apoyarles y esforzarme porque esa felicidad sea lo más duradera posible.

Lo de los regalos es asombroso. Y no hablo de regalar una taza que tenga escrito "¡Eres el mejor!". Me refiero a los detalles sinceros, con un carácter sentimental. Es increíble la satisfacción que siento cuando veo plasmada una sonrisa y una expresión de asombro en la cara de alguien a quien quiero. Me encanta esa sensación. ¿Lo mejor? Que no se olvida, o eso espero. Me cuesta definirla, de verdad, pero no tiene igual. Ves que no se lo espera. Ves que él, o ella, por un momento, se siente el centro del mundo. El centro de tu mundo. El centro de mi mundo. Qué más da que esa amistad no sea del todo correspondida. Qué más da que ese amor sea platónico. Qué más da el esfuerzo invertido por hacerlo lo mejor posible. Todo eso me da igual siempre y cuando tenga la posibilidad de hacerles ver que son lo más importante de mi vida.

Pero el problema llega aquí. Cuando esa persona ya no está a mi lado es más difícil asegurar eso, pero por ese mismo motivo tengo que hacer que las personas que todavía me rodean sean felices. No sé hacerlo de forma directa, me cuesta decir lo que siento y mostrar aprecio. Me cuesta dar abrazos de esos que te regalan un mundo. Tengo la sensación de que es un problema que abunda en la sociedad actual. Cuando nos damos un abrazo es antes de apuñalarles por la espalda (metafóricamente), y cuando somos cariñosos es porque esperamos algo, aunque solo sea traer el aprecio de vuelta. No sé hacer felices a las personas que quiero si no es a través de detalles, de regalos que salen directamente del corazón. Pero por mucho que salgan del corazón, no son más que objetos sin valor alguno. Soy un asco. Aun así, me reconforta poder pintar una sonrisa en sus caras cuando reciben lo que para mí es mi forma de decir "te quiero", aunque para ellos sea un simple objeto.

Necesito esa sonrisa. No me importa si se la dibujo yo u otra persona, pero la necesito. Necesito que estén alegres para mantener mi conciencia de persona de mierda tranquila. A lo mejor se me acaba contagiando algo de esa alegría. No lo sé, pero no es ese el objetivo. Es hacer que ellos sí puedan recordar felizmente anécdotas del pasado. No tienen que recordar siquiera que yo me encontraba en las bambalinas de ese recuerdo, no necesito ese protagonismo ni esa porción de sus memorias. Solo necesito que esos momentos existan, para sentirme realizado, completo (o por lo menos sentirme menos mal de lo que ya me siento). 

Tras una sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora