34. Otra

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Empezamos con la conocida frase de "un clavo saca a otro clavo", que parece la solución a todos los recuerdos que nos puede llevar de vuelta a la imagen de una persona importante que se marcha de nuestra vida. Personalmente, pienso que quienes la defienden es porque no estaban enamorados. Quizás para cuando publique este libro ya no lo pienso, pero hasta el momento esta es mi postura, y dejadme defenderla.

Ese "clavo" de los que dicen que les fue fácil de sacar era de papel. No es tan fácil olvidar a alguien, ni eclipsar a una persona que ha causado un terremoto en nuestros sentimientos. Seguro que es posible, pero sacar al clavo no. Ya hablé una vez de las huellas. Comenté que, cuando alguien se va, deja su huella, y que esa huella se acabará llenando, pero no podemos pasar por alto el hecho de que ese hueco no desaparecerá del todo, solo de forma parcial. Una parte de esa huella seguirá ahí. Con esta metáfora, y en el caso del amor, ocurre algo parecido. No creo que ese clavo desaparezca. La piel lo podrá ocultar y podremos clavar otro algo cerca de este, pero no se irá. Por eso que a veces el amor vuelva. Realmente no es que vuelva, si no que una herida en la superficie lo deja ver otra vez, y es entonces cuando decidimos si debe volver a tener protagonismo en nuestra piel o no, pero sigue ahí.

Cada persona es distinta, da igual que hayan compartido cierta función en nuestra vida en momentos distintos. Da igual que su carácter sea similar y ambas sacien una necesidad. Nos pueden hacer felices o despertar algún sentimiento en nosotros, pero no dejan de ser personas distintas, con personalidad y objetivos propios. Y, por supuesto, crearán recuerdos propios, diferentes. Si esa segunda persona también nos importa, solo seguirá llenando nuestro corazón, en ningún momento será capaz de retirar parte de lo que dejó otra persona para hacerse hueco. No funciona así. No hay un espacio en nuestro corazón en el que se recoja todo lo que nos produce el amor y en el que solo haya hueco para una persona. Y, si lo hay, deberán compartirlo varias. Confío en que a lo largo de los años aparezcan nuevos amores, pero nunca intentaré olvidar a los que ya se fueron.

Son personas, no muebles. De nada me sirve guardarlas en el trastero. Ni hacerme el fuerte. Se supone que olvidar a alguien es eso, ser fuerte. Que está unido el hecho de pasar página con el de olvidar, sobre todo porque la forma más sencilla de llegar al primero es pasar por el segundo. Nos sentimos los mejores por haber sido capaces de tomar esa solución. Somos fuertes, por nuestra vida pasan tantas personas y hemos llevado tan bien el contacto cero que esa persona ya está olvidada. Y una mierda. Somos los seres más débiles del mundo. No sabemos trabajar con el poder de razonar que tenemos de forma que seamos capaces de solucionar los problemas sentimentales. Esos mejor los escondemos. ¿Para qué vamos a trabajar por convivir con los recuerdos más dolorosos si podemos callarlos? Que conste que no me quejo de la sociedad desde un pedestal de superioridad, esta reflexión va en primer lugar hacia mí y mi idiotez.

Dicen que las personas son etapas. Etapas con un punto inicial y otro final. Que, si nuestra vida es una pared, ellas no son un clavo sino dos, y la marca que dejan será el hilo que los una. Realmente pueden tener razón. Nada tiene que ver la persona a la que conoces en un principio con la persona a la que dejas atrás. Son diferentes, clavos distintos, pero que coinciden en tan solo una cosa: el hilo. Ese hilo es el mismo, no cambia. El sentimiento, cuando es sincero, no cambia. Es amor, y nunca dejará de serlo. Lo puedo ignorar o fingir que no existe pero de qué me sirve.

Yo no consigo sacar esos clavos, no quiero hacerlo, ni tampoco ocultar ese tramo. Alguna que otra vez creo que ha llegado a ocultarse, que mi piel lo ha tapado, pero una herida lo vuelve a sacar a la luz. Diría que es por eso por lo que este amor duele. El hilo va a seguir ahí. No consigo sacarlo como si fuera un débil clavo, ni taparlo como si tan solo fuera un recuerdo, ni mucho menos darle protagonismo en mi vida. No lo quiere, así que no se lo puedo dar. Asimismo, hay algo que me dice que tampoco debo hacerlo. Como siempre, voy sin rumbo.

Ese clavo se queda, ahora y para siempre. 

Tras una sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora