Son difíciles. Son jodidamente difíciles cuando lo que debemos acabar nos gusta y nos llena de emociones. Sobre todo de emociones positivas. Incluso acabar con las negativas cuesta, puede ser positivo a largo plazo pero, en primera instancia, es difícil. Igualmente, centrémonos en las positivas. Bueno, mejor ya vamos viendo.
No es fácil hacernos sentir bien pero es muy rápido conseguir hacernos sentir mal, por eso nos cuesta tanto desprendernos de lo que nos hace feliz. No importa a qué nos refiramos. Da igual que sean parejas, amigos, proyectos, etapas, aventuras. Eso da igual. Estamos cerrando un ciclo al que no vamos a poder añadir nada más. Solo podemos ya mirarlo por encima, recordarlo. Es un capítulo en el que ya se ha escrito el último punto. No importa que hayan sido cinco días o cinco años, solo cuántas páginas ha ocupado su capítulo y cuántos sentimientos ha levantado.
Cerrar ciclos con amigos que nos entregaron grandes momentos es difícil. Son personas que, al mirar a los ojos, hacen que escenas completas aparezcan en nuestro cerebro dibujando de forma inmediata una sonrisa en nuestra cara. Personas que saben más de ti que tú mismo y de las que entiendes a la perfección lo que sienten en cada momento con una sola mirada. No queremos que queden en el olvido y caigan en un vacío sin fin. Bueno, sabemos que no van a quedar en el olvido, el miedo no es ese, sino no saber vivir sin ellos. Ver nuestra rutina diferente, no volver a escuchar sus voces.
Tampoco es fácil cerrar proyectos. Saber que algo que te hacía feliz y que ocupaba gran parte de tu tiempo ha llegado a su fin también es difícil. Recordarás con anhelo los momentos en los que trabajabas duramente por sacar a flote ese barco que te llevaría a tu destino y donde tu única compañía era una taza de café, pero se habrán convertido en solo eso: recuerdos. También aprendizajes y anécdotas claro, pero no dejan de ser recuerdos, sellos en tu pasaporte.
También es difícil cerrar etapas, solo que estas se cierran de cuajo y sin darte opción a alargarlas. No puedes intentar que una etapa no acabe ya que será el tiempo el que decidirá el momento en el que llegue a su fin. Pero serás tú el que sufrirás las consecuencias. Es cruel, pero por ese mismo motivo debemos aprovechar cada momento.
Y sea quien sea quien pronuncie estas palabras, estarán llenas de hipocresía. Ningún humano parece capaz de hacerlas realidad. Aunque no podemos hacer caso a dicho consejo universal, sí debemos sentir que hicimos lo que pudimos y vivimos tanto como fuimos capaces. Sea cierto o no, ya no hay vuelta atrás.
No siempre será el tiempo el verdugo que titulará nuestras penas. Nosotros somos los que debemos tener el control de nuestras vidas y saber cuándo es el momento adecuado para alejarnos de algún viejo amigo al que sólo dañamos, de acabar un proyecto que sólo nos consume esfuerzo sin darnos al menos satisfacción y de cerrar una etapa que debe llegar a su fin. No sé si ya lo he comentado antes, pero detesto nuestra capacidad de echar balones fuera. De decir que la mayoría de acontecimientos que suceden en nuestra vida no dependen de nosotros si no de un conjunto de factores cuyo control no está en nuestra mano. Se supone. Se supone también que, siendo así, no debemos frustrarnos ni darle importancia, tan solo dejarlo correr. Como el que ve el curso de un arroyo y solo observa cómo los peces bajan. Exacto, como si esa vida no fuera la nuestra.
Todo lo que un día fue iniciado acabará llegando a su fin en un momento u otro. No nos vamos a engañar, en su mayoría no son agradables. No es agradable poner el lazo a cualquier motivación. Cortar de repente el flujo de esfuerzo invertido en cierto objetivo no es sencillo ni agradable. Por eso las despedidas son tan difíciles. Las vueltas a casa después de una larga etapa en otro lugar, las graduaciones, las partidas de amigos a destinos lejanos, las personas que nos acaban dejando, los proyectos que se acaban cerrando quedando solo bocetos de nuestro plan final, todo lo que signifique cerrar un ciclo que sabes que ha significado lo suficiente como para llorar su pérdida.
Las personas que dejan huella al levantar la pisada también dejan un vacío. Esa huella deberá ser rellenada con otra suela, otro pie parecido, pero, hasta que eso ocurra, quedará ese espacio en nuestro corazón. Pensándolo bien, es imposible reemplazar la pieza que se marcha. Aunque haya otra que ocupe su lugar, siempre quedará algún hueco que nos recuerde lo que antes estaba en ese mismo lugar. Son los finales los que acaban llenando de tristeza y al mismo tiempo de una alegría melancólica inmensa nuestro corazón: ambos terminan de tapar las diferencias entre lo que recientemente se fue y lo que acaba de llegar.
A fin de cuentas, cuando pasen los años, nuestro corazón se llenará de imperfecciones, pero también de marcas que nos recordarán todos los momentos. Los buenos y los no tanto.
Todos.
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Tras una sonrisa
Non-FictionLa adolescencia es esa etapa que tanto se pasa por alto aun siendo la que más relevancia tiene en nuestras vidas. Es mucho más que eso de "el paso a la edad adulta". Es el momento en el que le damos forma a la bola de barro con la que llevamos jugan...