22. Segundos

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No voy a dedicar este capítulo a la magnitud en la que podemos dividir el tiempo, si no al lugar que ocupan los que se consagran con la medalla de plata.

Ser segundo es haber sido bueno pero no lo suficiente. Es frustrante porque sabes que realmente, el verdadero reconocimiento, se lo llevan los primeros. El objetivo por el que luchas acaba siendo honor de otro. No debería hablar de él como frustración o como rendición, si no como mérito, pero no soy capaz de hacerlo. Por mucho que debiese saber que, de tener nada, un segundo puesto es algo positivo, mi subconsciente me sigue exigiendo el oro. Y es normal que me lo exija. Le debe de doler que, con todo el esfuerzo mental que hace por ganar la confianza de alguien, esta acabe en las manos de otros. O que, con todo el trabajo y cariño que invierte en darle lo mejor a alguien, está persona prefiera invertir el suyo en otra persona. O incluso que, por mucho tiempo entregado en apoyar a una persona, esta opte compartir sus momentos con otra. Es complicado.

Evidentemente, no le puedes robar del corazón la voluntad por hacer tales cosas a las personas a las que quieres. Obligar a alguien a que te quiera o aprecie es cuando menos imposible, y así debe seguir siendo. No lo merecería (ya hablamos del mérito, y sabemos que querer controlarlo es negativo, pero ya me entendéis). Eso no quita que ver a alguien compartiendo ciertas situaciones con otras personas en lugar de conmigo me duela infinitamente. Me da a pensar que a lo mejor no estoy en el lugar adecuado.

Yo creo que ya es hora de llevar este término al ámbito amoroso. Ser el segundo es ser el que casi llega, el que casi lo consigue. Realmente, solo eres un "casi" para ti mismo, para ella, o él (intentemos adoptar otra perspectiva para esos lectores a los que no les atraigan las mujeres), siempre has sido la misma persona. Siendo honestos con nosotros mismos, eso que llegamos a considerar avances o señales eran sólo alucinaciones, y ambos sabemos que es verdad. Nunca llegamos a recibir más que aprecio siendo los segundos. Sin embargo, brillará en la estantería de la persona que ocupa el primer puesto el trofeo que tanto has ansiado. Lo más probable es que se encuentre junto a muchos otros y que ese ganador no lo valore (o por lo menos así lo solemos ver los que nos hemos quedado en el segundo escalón del pódium, si no me equivoco). Es verdad que no debería tratar a las personas como premios haciéndolas ver como objetos. Lo único que pretendo es darles valor. Al fin y al cabo, idealizamos a quien amamos y la (o lo) acabamos convirtiendo en un premio.

Voy a intentar describir la pequeña película que mi cerebro proyecta en mi cabeza para hacerme entender esta situación (quizás lo entenderéis mejor si imagináis los típicos avatares hechos con poco más de cuatro líneas y un círculo por cabeza, lo que todos dibujábamos cuando éramos pequeños). Primero, dibujad uno de estos (vosotros mismos), llenos de ilusión y alegría. Os encontráis con ella (ya sabréis como recrearla). La cuidáis, la pensáis, mostráis interés. Todo perfecto, ella se encuentra muy implicada hasta que otro muñeco (dibujarlo más guapo para que entendáis la situación) aparece tras ella. Ella se queda pasmada, te da la espalda, y empieza a hablar con el nuevo personaje. Tú sigues mostrando interés. Intentas llamar su atención pero ella se encuentra totalmente ensimismada en su conversación. El otro sujeto se va porque, al igual que habla con ella, habla con otras muchas. Ella se gira y empieza una pequeña conversación con tu avatar que acabará en el momento en el que el otro vuelva. Y así, sucesivamente. Ya podéis borrar el dibujo.

No creo que sea el único al que le ha sucedido. Estar ahí siempre, ofrecer mucho y, al final, para absolutamente nada. Para que solo te preste atención cuando se sienta ignorada por el otro y sea para quejarse de lo mal que la trata. ¿Realmente merece la pena estar en ese pódium? Estar ahí para solo obtener las sobras. Y, ¿qué será del bronce si a la plata solo le queda eso? ¿Merece la pena seguir ahí, esperando a algo que no creo que llegué nunca porque, cuando salga la persona del primer lugar, llegará otra desde lejos que lo ocupará automáticamente?

Yo diría que lo tengo decidido pero si este libro me ha dejado algo claro es que no es así. Por lo menos, os dejo a vosotros pensando sobre esa cuestión. A mí me da para rato, os lo aseguro.

Tras una sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora