15. Escuchar

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Escuchar no es difícil. Es tan sencillo o más que leer. Evidentemente no hablo de escuchar música, hablo de escuchar a alguien que pasa por un mal momento o que nos debe unas explicaciones. Es gratificante. Escuchar permite saber que los problemas que considerabas sólo tuyos no lo son. Abre la ventana a que entren una multitud diversa de perspectivas. Da la posibilidad de ayudar a las personas que quieres. Es la medicina más barata que podemos encontrar en nuestro tiempo, por muchos que algunos pretendan monetizarla. Solo necesita de entrenamiento y paciencia.

Escuchar lo bien que lo ha pasado alguno de tus amigos en un viaje te alegra, e incluso lo envidias, pero no por envidiarle deseas que su experiencia fuera diferente. Escuchar es entender los problemas de alguien cercano y estirar tu mano para que se pueda levantar. Escuchar es comprender que nada de lo que imaginamos es tal y como lo creemos. Eso a lo que llamamos sobrepensar y que ha dado lugar a historias dignas de un Oscar al mejor guion. Todos tenemos problemas, y soltarlos nos ayuda. Pero no sólo soltarlos, si no sentir que los escuchan. Sentir que la persona a la que se lo estás contando lo está escuchando y está dispuesto a entenderlo y a ayudarte. Sentir que eres importante para esa persona y que tus alegrías son las suyas. En otras palabras, sentir que empatizan con nosotros. Ver en sus ojos que la comunicación es real y que nuestra vida tiene relevancia, o que nuestro problema ha encontrado su cura.

A veces no necesitamos ayuda física, o directamente alguna ayuda en lo referente al problema en cuestión, si no apoyo. Que te apoyen y te digan que todo va a salir bien. Y no hacen falta las palabras más correctas del diccionario, con un "bueno tío, ya me cuentas pero no te ralles que seguro que todo acaba bien" a todos nos vale. Porque hemos podido expresar lo que queríamos y hemos sido escuchados. Escuchados, comprendidos y apoyados (quizás este sería el mejor título para este artículo pero ya sabéis que no se me da bien poner títulos). Esos tres puntos son fundamentales para mantenernos sanos mentalmente. Son los tres pilares de cualquier proceso de expresión. Si no fueran necesarios nos serviría con una pared, o una pantalla. Vale que hay veces que sirve, aquí el más claro ejemplo, pero no siempre. En ciertos casos es suficiente con unas cejas que curven su silueta cada vez que decimos algo importante o una cabeza inclinada que demuestre estar prestando atención a lo que decimos.

Y es por eso que estoy aquí, escribiendo esto. Porque no tengo a nadie que escuche lo que tengo que decir, lo que me inquieta y deprime. No hablo de personas que me oigan. Todos podemos encontrar a alguien que nos oiga. Gritad cualquier cosa en una calle muy abarrotada y seguro que os oyen, pero no os escuchan ni de coña. No saben por qué lo haces, no les interesa nada sobre el mensaje, tan solo que lo has dicho, y eso es lo que me ocurre a mí. Cualquiera me puede oír pero esperando a que me calle para que continúen con el monotema con el que llevan horas. No les culpo, en absoluto. No tienen la obligación de hacerlo ni yo el derecho de presionarles a que lo hagan. Pero eso no quita que lo necesite. Por eso intento ser el oído de todos aunque no sea boca de nadie.

Creo que es una forma demasiado sencilla de hacer un favor, por mínimo que sea, a esos amigos a los que les debo tanto. Y aún sin ser amigos. Es solo aportar algo a esta sociedad tan crispada e individualista. Yo personalmente me encuentro dispuesto a escuchar a quién sea. Quien lo necesite podrá contar con mi hombro, porque sé lo mal que se siente al no contar con ninguno. Y esto no es ningún llanto victimista, en absoluto. Es una realidad que tengo que aceptar y no hay ningún problema con ella. Y quizás no sea el único, es cierto, tampoco creo tener la solución universal a este problema, otra verdad, pero os animo a que busquéis vuestra propia contribución.

Rara vez valoramos la importancia de que nos escuchen. No notamos la presencia de esa persona que nos atiende en silencio hasta que desaparece y descubrimos que su sombra ya no nos cubre del sol ni su abrazo nos cobija. Y me arrepiento de no haberlo hecho. Ahora solo me queda cargar con las consecuencias y, con una sonrisa de oreja a oreja, dar lo que no tengo. Es importante no sentirse solo, y no quiero que a nadie le ocurra.

En el fondo, escuchar es sencillo. Cuidar a las personas que lo hacen no tanto.

Tras una sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora