29. Corazón y cerebro

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Me suena que ya hablé de lo difícil que es que se comuniquen pero quiero que su relación sea el centro de un artículo. Ambos se comunican por la misma boca y querer darles voz a los dos solo me está llevando a contradicciones ininterrumpidas. Son incapaces de trabajar juntos. Pelean por el micrófono cada vez que abro la boca.

Últimamente estoy siendo capaz de hacerlos llegar a un consenso, pero es horrible cuando saltan las alarmas. Si algo grave está sucediendo, luchan por el control de mis palabras a muerte. Ambos creen tener razón en lo que a la solución a escoger se refiere. A los humanos también nos ocurre, en situaciones de urgencia solemos ignorar la posibilidad de llegar a un acuerdo y queremos ser los que llevemos a cabo nuestra solución sin la necesidad de contemplar otras opciones.

Analicémoslos de forma individual, aunque he de decir que ambos tienen la misma fuente de estímulos: las sensaciones. El corazón por un lado solo pretende exprimir al máximo las positivas y acabar lo antes posible con las negativas. Es impaciente e impulsivo. Quiere resultados rápidos, pero es sincero. No se anda con rodeos, va directo a lo que siente sin pensar en nada. Las consecuencias le dan igual, solo ve la recompensa, pero esto hace que, cada vez que consigue algo, lo disfruta, se lo goza, y no lo olvida. Esto le puede llevar (o mejor dicho, me puede llevar) a meteduras de pata constantes. El hecho de correr a pecho descubierto para llegar antes y disfrutar al máximo su logro le hace ir desprotegido y sin mirar por donde anda. El cerebro sin embargo es mucho más calmado. Sí que va cubierto por una fuerte armadura y mirando mientras camina. Toma sus decisiones tras una larga reflexión y suelen ser muy detalladas. No corre riesgos, pero aun así falla. Mucho menos que el corazón por supuesto, incluso a veces no llega a tiempo por haber invertido tanto en pensar los mejores pasos.. Es más objetivo (aunque no mucho, recordemos que su fuente sigue siendo la misma, las sensaciones), lo que le permite tener una perspectiva mucho más abierta. Quizás sus recompensas no son tan satisfactorias, pero permiten el progreso.

Esto ha hecho que tomase la siguiente decisión: encerrar a mi corazón. Siempre digo que mantendré a mi corazón encerrado y que será mi cerebro el que hable pero a veces aporrea las paredes de su celda intentando ser escuchado y, hasta que no lo consigue, el dolor que produce no para. Quizás me equivoco y tendría que dejarle hablar a él también. No tengo buenas experiencias con eso. Habla rápido y sin pensar demasiado. El carcelero que lo mantiene en su celda se plantea constantemente si sería buena idea dejarlo salir y opinar. La dictadura del cerebro tampoco es del todo buena. Sin el corazón, tomará decisiones que no valoren a las personas como lo que realmente son. No les dará toda la importancia que merecen. Saber que el corazón siempre dará la versión más sentimental y más personal nos ayuda a pensar que realmente podemos decidir lo que queremos. No tiene por qué tener él la última palabra pero tampoco es mala idea que se encuentre presente a la hora de plantearse ciertas cuestiones.

Él es la voz sincera que dirá qué nos hace feliz y qué no. Siempre pedirá lo que quiere, sin tener en cuenta ningún aspecto que no sea si consigue sacarle una sonrisa o una lágrima. Realmente el corazón es como un niño. Un niño que siempre quiere tener cerca a las personas que juegan con él y que se enfada con sus padres cuando le regañan. Es un crio que no piensa en profundidad lo que hace y solo tiene en cuenta los estímulos que se crean en él. Huye llorando cuando sus padres le riñen hasta que para porque sabe que está demasiado lejos de las personas que le cuidan y quiere volver con ellos.

Es un niño que solo quiere ser feliz y conseguir lo que sea que logre ese efecto en él. Los niños siempre dicen la verdad, o suelen hacerlo. Cuando mienten se les nota. Eso es el corazón, y el cerebro es quien le tiene que ayudar a madurar, sin olvidar que deberá tener en cuenta su opinión, aunque sea la de un niño.

Tras una sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora