16. Dejarla ir

9 0 0
                                        

Es difícil dejar ir a gente a la que apreciamos. Yo parece que me veo obligado a hacerlo constantemente. Antes de empezar a meterme a fondo en materia, tengo que admitir que este artículo lo escribo desde la total incertidumbre. No sé si tendré que dar el paso con ella de alejarla de mi vida, no sé si me podré conformar con la distancia media, no sé nada. No sé si realmente todo esto es necesario, no sé si me arrepentiré. Todavía me pregunto cuál es el camino que debo coger, y, cuando creo estar decidido, dudo entre si realmente lo estoy caminando bien. Es difícil.

Soy totalmente consciente de que aparecerán cientos y miles de personas en mi vida que llenarán vacíos y crearán otros nuevos, pero a mi subconsciente no le parece excusa suficiente para no sufrir por dejar ir a ciertas personas. Lo sé, todo esto viene a causa de esa dependencia de la que ya habréis podido leer o leeréis en próximos artículos. Esa dependencia que me ancla a cualquier soporte que me mantenga en pie por unos instantes. Pero es normal. Soy un cojo que anda buscando auxilio, por lo que evidentemente voy a ser dependiente de cualquier apoyo que me permita seguir caminando. Claro que soy dependiente. Y al parecer prefiero ser cojo eternamente antes que curar la enfermedad que se clava cual parásito a mi pierna, la pierna que no me permite avanzar con comodidad. Pero ella me está ayudando a esa rehabilitación. Me está haciendo mejorar de forma progresiva y adecuada, aunque no fuera esa la finalidad que buscaba en ella. Era otra relacionada con más dolor y felicidad.

No es la "ella" a la que dediqué un artículo. Llamémosla Afrodita, que no recibe ese nombre por casualidad. Afrodita es perfecta. Sus errores son pequeñeces que ella convierte en gigantes tenebrosos típicos de cuentos de ficción. Su autoestima es a veces totalmente arrollada por esos odiosos gigantes. A lo mejor es el amor que me ciega, puede ser, pero hay características que son innegables. Esa amabilidad introvertida que muestra a cualquiera que necesite de ella. Ese sentimiento de responsabilidad que la caracteriza sobre todo a lo que se compromete; y su esfuerzo. Infinito. Una autoexigencia altísima que la hace rozar la plena perfección. Me convence, aunque quizás no lo sea, de que ella es perfecta. Inteligente, deportista, alegre. Hermosa. No sé cómo lo consigue. Hace que me olvide del resto y que ignore sus fallos, si es que existen.

No es capaz de dañar a nadie. Supongo. No tiene voluntad alguna de hacer a alguien sufrir pero todos los que andamos prendidos de ella lo hacemos. Sufrimos como bellacos. Sufrimos porque no entendemos que ella es libre y su foco está puesto en ámbitos totalmente opuestos al amor. Pero, aún así, atiende de reojo a esos locos enamorados, y fue en una de esas miradas en la que Cupido hizo su trabajo. Este pequeño y alocado querubín fue cruel conmigo. Yo me quedé únicamente con la astilla que saltó de la flecha que los atravesó. La astilla que me hace cada vez más daño y que debo extraer de mi piel, por doloroso que sea. Pero mi corazón es tonto (ya os hablaré de eso) y confía en que esa astilla atraiga a otra flecha que nos una a nosotros dos, que la una a mí, pero esa hipótesis se aleja por segundos.

No sé qué sentimientos me evoca. Sé que es diferente a todos, y también sé que me divide. Entró por la puerta grande y está decidido a no irse. Es lo único en lo que no deja lugar a duda, porque sobre el resto de cuestiones no saca nada en claro, solo dudas y más dudas que se supone que debo resolver. A veces recibo ciertos mensajes y obtengo ciertas conclusiones que me llevan a querer distanciarme. En esos momentos pienso que la distancia será capaz de arreglarlo todo como si no supiera que la veré todas las mañanas. En esos momentos, mi versión sobre ella se transforma totalmente. Se convierte en una persona cruel que sólo busca lucrarse de todos los que la rodean e incapaz de sentir nada. Un supuesto don para mentir pasa a definirla en primer plano como si su persona fuera, y sólo fuera, eso. Sin embargo, otras veces, es capaz de embaucarme y hacerme creer que es la mejor persona que soy capaz de encontrar en este mundo. Creo que es esta segunda parte de mí la que está escribiendo este artículo así que, como en el resto del libro, no esperéis objetividad y sentido común.

Cuando la contemplo desde la segunda perspectiva y la veo perfecta sí sé que siento: felicidad. Me asombro y me alegro de tenerla en mi vida, el mundo se para y solo existe ella. Pero después llega el contraste, que me hace caer o bien del cielo a la realidad o bien de la realidad a un profundo agujero. Todavía no soy capaz de distinguir en cuál de los dos casos me encuentro (posiblemente vosotros entendáis que en el primero por lo que llegáis a entender con este libro, pero llevarlo a un caso particular y es probable que la duda aparezca), solo sé que el choque con la otra perspectiva siempre acaba apareciendo. Están chocando sus posturas una y otra vez, y yo ya he perdido la esperanza de que se pongan de acuerdo. No espero evitar esta bipolaridad, ni mucho menos convivir con ella. Tampoco sé si quiero que se acabe, solo sé que es ella, y no quien querría, quien duerme conmigo.

Es de tal magnitud el calor que me emite a través de una sonrisa o unos pequeños mensajes que es capaz de alegrar toda una semana. Es posible que esto ocurra porque escasea en mí dicho calor, pero el suyo me llena en exceso. Es todo amor. Es bondadosa, caritativa, amable. Siempre dispuesta a ayudarme si necesito cualquier auxilio. Pero no me la merezco. Es imposible que merezca tal reliquia. Y yo creo fielmente que ella tiene constancia de ello, solo que su buena fe le impide ignorarme y pasar de mí cuando busco su cariño. Esto solo me hace ver que tengo que dejar de ser tan egoísta y ser yo el que, por primera vez, de un paso al margen. Tengo que ser yo quien tome la iniciativa y así quitarle este peso de encima.

Afrodita es amor, este amor, tan perfecto que comienzo a dudar de que sea humano...

Tras una sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora