Capítulo 24

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Virginia

En cuanto cerré la puerta (por segunda vez), me sentí pérdida, vacía. Como en tan poco tiempo había podido vivir tantas emociones, como en tan poco tiempo me he sentido tan resguardada por una persona, como en tan poco tiempo he aprendido el gigantesco valor de la vida. Unos minutos después de que Jaime se fuese, decidí ducharme, para poder pensar con claridad en todo lo que había pasado, en todo lo que había

sentido.

Mientras que la ardiente agua caía sobre mi inquietante cuerpo, me paré a reflexionar que sentía Jaime cada vez que se duchaba, ¿tendría miedo a ducharse? ¿Nunca se había replanteado ayuda piscológica?

Aunque, por otra parte, estaba agradecida de que Jaime pudiera abrirse a mí. Me sentí como si lo conociera de toda la vida. Era

el primer hombre que vi llorar en mi vida.

Cuando salí de la ducha, era tarde, muy tarde, y aunque debería haber hecho mi maleta, me tumbé en la cama y lloré. Lloré porque tardé mucho en darme cuenta lo afortunada que era, la magnífica infancia que tuve, que aunque no fue perfecta, era

feliz.

Lloré hasta quedarme dormida, acto que no noté hasta

despertarme al día siguiente, 24 de diciembre. Empaqué algunas cosas lo más rápido que pude y me dirigí a la estación de tren. Por suerte, no perdí el tren. Subí y bajé escalones y encontré mi

asiento. Dirección: Toledo.

Aunque solo fuese media hora de trayecto, se me hizo eterno. Mis padres me avisaron con antelación que no podían venir a recogerme, entonces, tuve que ir a su restaurante, porque todavía seguían trabajando.

Después de subir la cuesta más larga de todo Toledo, llegué, dejé mi maleta de equipaje en el último peldaño para poder abrir la

puerta, ya que nadie me la abrió.

—¡Sorpresa! —toda mi familia estaba allí, mi madre, mi padre, mis primos, tíos y abuelos. —¡Bienvenida de vuelta! —Un mar

de abrazos, besos y tirones de cachetes se avecinaron hacia mí. —¡Mamá! —corrí a su dirección —. ¿Qué tal? Te he echado

mucho de menos.

—Claro, como no vienes a visitarnos, me echas de menos —bromeó.

—Sabes lo ocupada que estoy, y también estoy liadísima en el

trabajo. Quise venir antes, pero sabes que no pude.

—Bueno, no nos preocupemos porque ya estás aquí —me

abrazó de nuevo—. ¿Vas a tu habitación a dejar tu equipaje?

—Claro, ahora vuelvo.

Cuando llegué a mi antiguo dormitorio, mi memoria floreció y empecé a recordar todos los preciados momentos que había vivido en él, fiestas de pijamas, besos, fiestas... Y ahora, ¿dónde

quedaron esos momentos? Me tumbé en la cama, y si no me equivocaba, abrí el primer cajón de mi mesilla de noche, mi diario. Antes de abrirlo, observé su portada, una portada de cartón A5 decorada con mucha purpurina rosa.

Querido diario,

No sé por qué te escribo, realmente no quiero, pero mamá piensa que es bueno que lo haga. Así que intentaré escribir diariamente, aunque no quiera.

Solo esa frase hizo que se me salieran unas lágrimas. Recordé cuando murió mi abuela y no salí de la misma cama en la que

estaba sentada por días.

Después de recortar todo lo que tenía que recordar, empecé a deshacer mi maleta con las pocas prendas de ropa que me había llevado para pasar las navidades. Solo me iba a quedar poco menos de una semana así que no me llevé una maleta muy grande, de todos modos, seguro que alguna prima mía me

hubiese prestado ropa si la hubiera necesitado.

—Hija, ¿ya has terminado? Vamos a empezar a comer —gritó

mi padre.

El Plan TDonde viven las historias. Descúbrelo ahora