Capítulo 30

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Virginia

Para evitar ambientes incómodos, se me ocurrió dar la idea de bajar a la piscina, UNA IDEA PÉSIMA, que conllevaba ver a Jaime en bañador y guardarme las ganas de besarme. Al principio pensé que no querría bajar, pero viendo el buenísimo

día que hacía, no me extrañó que no aceptara.

Al principio, salté directamente al agua, él decidió quedarse en los escalones de la piscina. La temperatura del agua era fantástica y se sentía realmente relajante. Eventualmente, lo

convencí de entrar lentamente a la piscina.

—Sé que esto no es el mar, ni un lago, ni nada, pero no vayas muy rápido. —Me dio la mano, aunque él lo hizo para sentirse seguro, yo me sentí más que segura, me sentía bien al lado de Jaime, le quería besar, pero agradecía mi subconsciente de que

no lo hiciera.

Cuanto cogió confianza en el agua, le solté (sin querer soltarle), pero lo hice para que no se alterase mucho, pero se asustó, y me agarró de la cintura, y yo sostuve sus manos, las cuales estaban en mi cintura, como mis ganas de morirme, morirme de amor.

Estábamos los dos en la piscina, solos, agarrados de la mano, y la ingenua Virginia, decidió pesar en ese momento, ¡qué vida solo había una! ¡Y que hay que vivir la vida al máximo! Así que se me ocurrió la genial idea de darle un beso, que Jaime

continuó por unos segundos.

—Virginia, ¿qué estamos haciendo? Somos amigos...

—Lo siento, de verdad, no sé qué me ha pasado, perdóname.

—Me moría de rabia y vergüenza por dentro.

—No te preocupes, ha sido culpa mía por continuar el beso.

Después de cansarnos del agua y de que nuestros dedos estuviesen arrugados como pasas, nos salimos un poco a tomar

el sol en las hamacas donde dejamos nuestras pertenencias.

—Gracias.

—¿Gracias por qué? —me giré a él, que me estaba hablando con los ojos cerrados, así que yo lo pude observar sin ningún

problema.

—Gracias por cuidarme, y confiar en mí, y por ser la mejor amiga del mundo, no me arrepiento en nada haberte hablado por Tinder, de hecho, pienso que es una de las mejores acciones que

he hecho hasta ahora.

—Y escribir, escribir se te da muy bien, me encantan todos tus libros —confesé, sus ojos se abrieron como platos. Mostró una

sonrisa tonta y me dio un beso en la mejilla.

Jaime se acercó al bar de la piscina por unas bebidas, mientras que yo caía profundamente en mis pensamientos, que estaban bastante desorganizados, ya que una parte de mí, quería confesarle todo mi amor a Jaime, pero la otra, quería callarse y conservar esa bonita amistad. Siempre fui una mujer con las ideas claras, hasta que él vino y las oscureció. ¿Y sí? Ojalá la Virginia tomando el sol en Mallorca se hubiese dado cuenta de

lo que tenía que hacer.

—¿En qué piensas? —Me asusté al escuchar su voz tan cerca de nuevo.

—En nada, solo tomaba el sol —mentí. Obviamente. Jaime estaba actuando muy extraño, que si eramos solo amigos, pero unos segundos después y soy la mejor persona que ha conocido

nunca, me estaba volviendo loca.

—Mentirosa, siempre tienes las mismas fracciones cuando reflexionas en algo serio o interesante. —Me pasó mi bebida —. ¿En qué piensas?

Suspiré, y estuve convencida por dos milésimas de segundo de que era capaz de soltarlo todo, y, no lo hice. Suspiré y me callé.

Jaime esperaba una respuesta.

—Ojalá vivir aquí siempre, el sol ardiente, cielo despejado,

parece el paraíso.

—Me apunto a lo de vivir siempre aquí, pero contigo. —Mi corazón se aceleró a una velocidad impensable, son esas pequeñas frases de escritor que me decían que me enamoraban

de él completamente.

—Yo lo daba por hecho, claro —solté la primera oración con

sentido que se me vino a la cabeza.

—Bien que haces. —Se sentó en la tumbona de al lado.

Aunque llevase puestas todo el rato sus gafas de sol, estando al

lado suyo se podían asomar esos ojos claros que me enamoraron. Los ojeé por última vez hasta dormirme varias

horas hasta el atardecer.

Cuando me desperté, sobre las ocho de la tarde, seguía en la tumbona, pero llevaba mi fular puesto, supuse que Jaime me tapó. Él estaba leyendo cuando se dio cuenta de que me había despertado. En el momento que sus ojos chocaron con los míos,

sonreí.

—¿Cómo ha dormido mi bella durmiente? —bromeó.

—¿Qué hora es? —Mi voz estaba levemente ronca.

—Las nueve menos cuarto.

—¿No te subiste?

—Quería ver el atardecer contigo, pero te has despertado muy

pronto, solo hay toques anaranjados por el cielo.

—Bueno, mejor, así lo veo yo también.

—Por eso no me he ido bella durmiente.

—Muchas gracias, príncipe azul.

Unas horas más tarde, después de observar como el cielo cambió de naranja a lila, y de lila a oscuro, nos fuimos de vuelta a la habitación. Y por primera vez, cené del servicio de habitaciones, nunca en mi vida había pedido comida hasta la habitación y estaba superbuena. También tomamos vino. Cenamos nuestros platos apoyando nuestras espaldas en la cabecera de la cama, cara a cara. Nos reímos y nos contamos anécdotas totalmente absurdas, pero tuvimos una noche fantástica. Sobre las dos de la madrugada nos entró sueño y decidimos dormirnos de una vez

por todas.

—¿Por qué tienes que tener tu ese lado? —protesté.

—¿Por qué lo deberías tener tú?

—Pues porque estoy más cerca de la ventana, los ruidos procedentes de la calle me distraerán de tus fuertes ronquidos —bromeé, y le saqué la lengua.

—Vale, buen argumento, me has convencido, te lo quedas tú.

El Plan TDonde viven las historias. Descúbrelo ahora