Capítulo 34

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Virginia

Quedaban veintrés horas para irnos, ya que nos íbamos el sabado, para poder ponerme al día antes de empezar a volver a trabajar. Así que aproveché lo que quedaba de día, para pasarme todo lo que quedaba de él, en la piscina, nadando y leyendo, sobre todo nadando, por el hecho de que el único libro que me traje era uno escrito por Jaime, aunque estaba enfadada con él, era un escritor fantástico, sus palabras me conmovían en todo momento. Algo dentro de mí me decía que hiciera las paces con

él, pero mi ego y mi intolerancia estaban tan altos como el cielo.

Decidí salir a cenar, y llegué relativamente tarde a la habitación, únicamente me lo quería encontrar dormido, así la situación no sería muy incómoda. Pero no lo estaba, estaba leyendo, así que me desnudé, me puse el pijama y también leí algunos capítulos. Observó de reojo el libro que me estaba leyendo, su libro, como parecía identificarlo, miró la portada, se dio cuenta de que, de hecho, el libro que me estaba leyendo había sido escrito por él. Sacó una pequeña sonrisa pícara, se puso de nuevo en su sitio, y se acomodó sus gafas de cerca (hay que admitir, que ese momento también me hizo sonreír a mí), continuó leyendo, al igual que yo. Después de estar un rato leyendo, se me cerraban los ojos, así que decidí dejar de leer y dormir. Justo antes de que él apagará su luz y se durmiera, me arropó bien, con solo la sábana, como sabía que me gustaba. Sabía que él pensaba que yo estaba dormida, pero sonreí, me puse en una aposición

cómoda, y me dormí.

Cuando me desperté, Jaime ya estaba guardando sus

pertenencias en su maleta para tener tiempo por la tarde para poder desalojarnos e ir al aeropuerto sin prisa. Aunque no lo quisiésemos, compartimos algunas palabras, compartíamos habitación, era lo más lógico. Estábamos a finales de abril, lo que significaba que solo nos quedaban dos meses para la boda de Rubén, el compromiso que me ha metido en todo este lío. Desgraciadamente, creía que después de llegar a Madrid, perdería contacto con Jaime, pero eso no lo sabría hasta el día

siguiente.

—Este es mi conjunto para esta tarde, prácticamente ya lo tengo todo ordenado, pero todavía la dejo abierta porque necesitaré

lavarme los dientes, ponerme maquillaje y esas cosas.

—De acuerdo. —Una de esas conversaciones incómodas que

compartíamos de vez en cuando.

***

—¿Disfrutaron de su estancia, señores?

—Sí, fantástica.

—Pues si me dejáis las tarjetas aquí, no tenéis que pagar nada,

perfecto.

—Adiós, muchísimas gracias.

Me senté en la recepción del hotel mientras Jaime llamó al taxi. Mallorca, ¿quién me iba a decir todos los sucesos que me

pasarían? Mallorca...

El taxi llegó bastante rápido, nos subimos, pero él decidió sentarse de copiloto. Ese momento fue cuando me di cuenta de que estábamos sentados juntos en el avión y todavía tenía miedo

de los vuelos.

Ni siquiera pasaron dos minutos en el avión y ya me estaba muriendo de los nervios. Él los notaba también. Nada más sentarnos en nuestros sitios asignados, se notaba el ambiente incómodo que existía entre nosotros. Para distraerme, me conecté los cascos y empecé a escuchar música, así Jaime no tenía razón para hablarme. Inicio, el avión empezó a recorrer la pista, mientras, la azafata estaba demostrando las indicaciones. Mi pierna no paraba de temblar, igual que mi mano. El avión despegó, mi corazón no paraba de acelerar, hasta que sentí su mano, sobre la mía, sus dedos entrelazando los míos. Le miré, sorprendida, pero a la vez aliviada, me miró, con una sonrisa bastante calmante. Llegamos a las nubes. Sabía que Jaime no había dormido nada en toda la noche, como en todas las que pasamos en Mallorca, como todas desde que nos peleamos. Se quedó dormido, al instante, pegado en la ventanilla, pero por culpa (gracias a) de alguna pequeña turbulencia, su cabeza recayó en mi hombro.

Las vistas eran increíbles, hacían que mi terror por estar volando a tanta altura se desvaneciese. Al paso del tiempo, yo también me quedé dormida. Me desperté cuando el avión aterrizó en

Madrid. Me dormí en el brazo de Jaime, cuando me di cuenta, me morí de vergüenza, la discusión que tuvimos hizo que Jaime se convirtiera en un desconocido, para mi cerebro, mi corazón estaba completamente enamorado de él.

Tan pronto como vi a Claudia, corrí a abrazarla. Un cálido y reconfortante abrazo de bienvenida. Estaba tan centrada en ver a Claudia y contarle todo, que se me olvidó despedirme de Jaime, y cuando me di la vuelta la yo estaba, y Claudia se dio cuenta. Y

empezó a pregutar una vez entramos en su coche.

—No te has despedido de Jaime, ¿todo bien?

—Pues no, pero bueno, dejemos el tiempo enfríe.

—Pobrecita, si quieres me lo puedes contar, sabes que siempre seré la mano que te agarre al final de un acantilado. Cambiando de tema, ¿qué tal el hotel, la playa...? ¡Has estado en Mallorca querida!

—Las playas preciosas, entre el agua cristalina y la arena blanquecina, me sentía en una novela, de esas con besos apasionados en el agua y un final bonito, pero bueno, como no lo

estamos, solo pude disfrutar al máximo.

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