Capítulo 52

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Virginia

Solo faltaban tres meses para el supuesto mejor día de mi vida. Y sin ninguna duda, iba a dejar que la tensión y los nervios arruinasen el pedazo de verano que habíamos planeado por el

noroeste de España.

Únicamente había estado en Cataluña por motivos de transbordo. Y ese verano me enamoré de sus playas y museos.

Jaime estaba impresionado por su arquitectura y fachadas. Comimos en restaurantes increíbles y disfrutamos de comidas con vistas al mar. Aunque tuvimos unas vacaciones geniales, obviamente no nos impidió hablar de la boda. Los dos estábamos muy nerviosos, pero seguros de que estábamos

haciendo lo correcto.

Me enamoraba un poco más de él cada día que despertaba a su lado. Pero todavía no entendía por qué teníamos que casarnos. Por supuesto que lo amaba con todo mi corazón, pero lo amaba sin importar nada, sin importar si estábamos casados o no. Sabía que nos íbamos a casar por razones legales pero la ley no

ordenaba el amor.

—Hogar dulce hogar, te extrañé. Pero por ahora, solo tú y yo querida cama. —Jaime saltó de plancha a la cama y yo me tumbé a su lado. Estábamos tan cansados que dormimos diez horas seguidas, llegamos a Madrid por la mañana y nos despertamos en la oscuridad. —No puedo esperar a casarme y

tener una rutina. Empezar a sentar cabeza.

Lo que dijo me sacó de mis casillas. ¿Solo iba a ser responsable estando casado? No cambiaba absolutamente nada, solo que en

su dedo anular todavía no había un anillo.

—¿No puedes asentarte sin estar casado?

—Claro, y lo estoy. Digo cuando nos casemos y tengamos la

vida más resuelta. ¿Sabes?

Sí, sí que lo sabía, por supuesto que lo sabía. Sabía lo irracional que estaba siendo. No dije nada y salí de la habitación. Estuve

en el salón unas horas leyendo.

—Virginia, ¿podemos hablar? Sabes que no quise decir todo eso,

no lo quise decir de esa manera.

—Pero lo dijiste, y lo dijiste de una manera que significaba que no funcionamos como una pareja que la cual no estaba casada.

—No necesitamos que nada funcione, nos amamos y eso es lo

que hace falta.

—¿Entonces por qué nos tenemos que casar?

—Para comenzar una nueva aventura con la persona que más quiero en este mundo, tú. Para que Dios vea que me caso con mi alma gemela. Porque confiamos plenamente el uno en el otro. Lo que me refiero, que no nos casamos solo a nivel legal, lo hacemos para ser una familia. Nos casamos para poder formar

una familia y que lo conste en el registro.

—¿Querrías tener hijos?

—Lo que tú quieras, es tu cuerpo, te apoyaré en todo.

—Claro que quiero, y que sean tan guapos como tú. Quiero tener, ¡veinte! Y que me recuerden cada día que su padre es la

persona a la que amo más en este mundo.

—Veinte, veinte... No. Desde pequeño quise tener mellizos, un niño y una niña. Con nombres griegos, siempre he han

encantado.

—¿Griegos? No le quedaría genial Amelia o Elisabeth a nuestra hija? Algún nombre inglés o germánico.

—Sí, me encanta la idea.

Se sentó a mi lado y sin decir nada me abrazó.

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