Capítulo 46

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Jaime

En un cierto modo, Marta tenía razón, y una vez me entró en la cabeza la idea de proponerle matrimonio, no podía parar de pensar en ella. Así que, uno de los días que Virginia no estaba trabajando, decidí ir al centro comercial, para comprarle el anillo en una de las mejores tiendas de joyería de la ciudad.

—¡Qué romántico! ¿Y qué talla tiene la futura prometida?

—¿Talla de qué?

—Talla de anillo, caballero.

—¿Los anillos tienen talla?

—Por supuesto, ¿sabe usted más o menos la talla de anillo de su

pareja?

—Ni idea, ¿cómo puedo saber su talla?

—Midiéndole el dedo.

—Necesito que no se dé cuenta.

—Podría traerme otro anillo que ella utilizara, y le cogemos la misma medida, ¿qué le parece?

—Fantástico, pues en unas horas vuelvo.

Al fracasar en comprar un anillo, decidí almorzar en el centro

comercial antes de volver a casa y buscar alguno de Virginia.

¿Dónde guardaba Virginia los anillos? ¿Si fuese un anillo, dónde estaría? En un joyero, ¿dónde guardaba Virginia su joyero? Empecé a buscarlo por toda la habitación hasta que lo encontré, guardado en su mesilla de noche. No sabía qué anillo coger, pero tuve que escoger uno, porque perdí la noción del tiempo, y

Virginia había vuelto del trabajo. Agarré el anillo que más a la vista estaba y guardé el joyero otra vez en su sitio. Salí de la habitación intentando parecer lo menos culpable posible, lo cual se me daba muy mal.

—Cariño, ¿qué tal el trabajo? —le pregunté para no sospechase de mí.

—¿Cariño? ¿Desde cuándo me llamas cariño? Bien, bastante

bien. ¿Qué tal tú?

—Pues con muchísima prisa, porque mi hermano necesita que

vaya a la editorial corriendo, ahora vuelo. ¡Te quiero!

—¿Eso era lo que estabas tramando en nuestro cuarto?

—¡Claro! No te preocupes. —La besé—. Luego nos vemos.

Fui de nuevo a la joyería.

—¡Caballero! ¿Ya tiene el anillo?

—Sí, lo he traído, aquí está. —Puse el dichoso anillo encima del mostrador.

—Perfecto, mientras que le mido la talla, puede ir observando

estos anillos de aquí a ver si le gusta alguno.

Después de mirar varias vitrinas, me decanté por uno que me

llamó bastante la atención.

—Podría sacar este si no es mucha molestia, me parece precioso.

—Este anillo es una fantástica elección, un anillo de oro blancoy con un diamante decero coma cero siete quilates. Una

combinación perfecta entre lo elegante y lo económico.

—Perfecto, me lo llevo.

Por suerte, cuando llegué a casa, Virginia se estaba duchando, y aproveché para guardar el anillo en mi cajón de ropa interior,

sabía que allí nunca lo descubriría.

Ella salió de la ducha, y se asustó cuando me vio sentado en el

salón.

—¡Dios, qué susto! ¿ Ya está todo solucionado?

—¿Qué ha pasado?

—¿No había pasado algo en la editorial?

—Ah. —Se me había olvidado por completo—. Sí, nada, el perezoso de mi hermano que no sabe como funcionan los

programas...

—Me alegro de que todo esté bien.

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