Capítulo 31

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Jaime

Virginia se durmió en un instante, después de largo día de viaje que tuvimos no me entrañaba. Aunque no se paraba de mover y destaparse, no fue esa la causa de porque no me pude dormir hasta las cinco. Mis ojos estaban cansados, pero mi mente no paraba de imaginarse decenas de casos imaginarios donde en todos acababa besándome con Virginia, y no era que no me gustase, solo que sabía que si la besaba, nuestra amistad se iría perdida por el río., en este caso por el mar Mediterráneo. ¿Por qué tenía tanto miedo de besar a Virginia si la amaba tanto? ¿Por el miedo al fracaso? ¿Al compromiso? Tenía miedo de perderla como perdí a Beatriz, pero Virginia era oro. Después de que por fin se quedase quieta en una posición, la tapé bien por última vez y me tapé a mí también, cerré los ojos y pude descansar un poco.

Me desperté una hora o así antes que ella. Y menos mal que lo hice, nada más abrir los ojos noté como mis partes inferiores estaban mojadas. Al principio pensé que era orina, pero no obstante, después de acercarme me di cuenta de que no lo era, era semen. Mi cerebro estaba frito de tanta la belleza que ella poseía, pero que tuviese sueños mojados con ella, ¡eso es

pasarse!

Intentando hacer el menor ruido posible, me duché y lavé la

sábana, que se secó antes de que Virginia se despertase.

Estaba nervioso, me encerré en el baño con mi ordenador y con

los ojos llorosos empecé a escribir.

Me había convertido en mi peor pesadilla.

¿Es mejor el amor que la amistad? El amor, un sentimiento tan complicado e (im)perfecto a la vez. La amistad, la conexión u confianza duradera que encuentras en una persona sin complicaciones ni chispas de química. Cuando amas a una persona, tu corazón va más rápido que cuando solo la ves como una amiga. ¿Pero merece la pena que nuestro corazón sienta amor? Rupturas, pérdidas, rechazos, ¿compensa el amor todo el daño que el corazón recibe? Y una vez pierdes a la persona que tanto tu corazón ha amado, tendrá que esperar un tiempo para que vuelva a palpitar como lo hacía. ¿Merecerá la pena declararme a Virginia o el dolor de su rechazo acabará conmigo?

Una vez ya más tranquilo, salí del baño, todavía tenía el moflete rojo y los ojos inflamados. Mi desconsolada mirada se encontró con la suya, recién despierta. Me miró confundida, sabía que había estado llorando, y aun así, no dijo nada, solamente me

abrazó.

Durante esa mañana hablamos poco, y de lo poco que hablamos, menos mal que nada fue relacionado con lo que vio al despertarse. Se le notaba como quería preguntarme, se veía preocupada. Cada vez que preveía que ella iba a preguntarme sobre el tema, yo intentaba cambiar de conversación, y menos mal que encontré como.

—¿Sabes que pasado mañana por la noche hay una fiesta en el

local de al lado?

—No, no lo sabía. —Se mostró seca.

—¿Te gustaría ir?

—Solo si me dices de una vez que te pasaba esta mañana, no paras de ignorar el tema y lo sabes. —Me dio la mano y se sentó

a mi lado, nuestros pies rozando la espuma del mar.

—Lo de esta mañana no tiene nada que ver sobre si quieres ir a

una fiesta o no —me quejé.

—Ya, pero yo quiero que tú te lo pases bien en la fiesta y que

estés bien.

—Yo estoy bien, ya estoy bien.

—¿No me lo vas a decir?

—Ahora no, pero te promento que antes de que nos marchemos

de Mallorca lo haré.

—De acuerdo. —Nuestros meñiques se entrelazaron y tan pronto como hicimos la promesa, se sumergió corriendo en la

terrorífica agua del mar, que me seguía dando miedo.

Me quedé en la orilla viendo como ella se bañaba, hacía que no pareciese peligroso. Se veía feliz, me hacía feliz. Pensé varias veces en meterme en el mar con ella, pero esas ideas no duraron mucho en mi mente. Llevaba puesto un bañador blanco que cada vez que rozaba el agua hacía que se transparentase un poco, le quedaba fantástico. No podía parar de mirarla. ¿De qué maldita forma me envenenó esta princesa en nuestra primera cita para

que me enamorase de ella de esa forma tan apasionante?

Aunque al final no especificó si quería ir a la fiesta, compré un par de entradas por si acaso mientras que ella seguía nadando. Salió del agua tan arrugada como una pasa, se tumbó a mi lado e hizo que yo perdiese mi ritmo de respiración por varios

segundos. Se percató de que la estaba mirando.

—¿Todo bien? —me preguntó con un ojo abierto, ya que le daba

el sol directamente.

—Sí —afirmé como pude y miré hacia el cielo para improvisar

un poco, aunque no funcionó y Virginia se empezó a reir.

El Plan TDonde viven las historias. Descúbrelo ahora