Capítulo 41

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Jaime

Los invitados se empezaron a ir sobre las cuatro de la mañana, miré la hora en el salpicadero del coche, las cuatro y treinta y nueve, Virginia iba bastante borracha, en cambio, yo solo había tomado tres copas a lo largo de la noche. Solía beber poco cuando sabía que tenía que conducir de vuelta, y esa era una de

esas ocasiones.

El camino a casa fue terriblemente aburrido, Virginia se quedó dormida tan pronto como salimos a la carretera. Ninguna emisora emitía música decente a esas horas. Entonces dediqué el resto del viaje a pensar, lo afortunado que era pudiendo girar mi cabeza noventa grados y verla dormida.

Sabía que al día siguiente era su día libre, entonces decidí que durmiese en mi casa, ya que estaba más cerca y así podía cuidar de ella a la mañana siguiente (con la resaca que seguramente tendría). La llevé hasta mi casa en brazos, intentando que no se despertase. Le quité el vestido que llevaba y mientras que fui a buscarle algo de ropa cómoda, se despertó, para no molestarla le dejé el pijama al lado, para que ella se lo pusiera, pero me suplico una docena de veces que se lo pusiese yo. Y lo hice, con toda la delicadeza del mundo. Minutos después estaba ya

dormida en la cama.

Yo tenía dos opciones, o dormir en el incómodo y

rompe-espaldas sofá que tenía en el salón, o dormir en mi cama, ocupando el menor espacio posible. Opte por la segunda opción, no podía dormir en ese dichoso sofá después del día tan largo

que tuve.

Me desperté tras sentir a Virginia moverse.

—¿Jaime? ¿Qué hago en tu casa? ¿Hicimos algo anoche? —me

preguntó alterada.

—¡Tranquila! Estás en mi casa porque anoche estabas muy cansada, te dormiste de camino y decidí que durmieras aquí. Me pareció buena idea, lo siento si te ha molestado —le respondí intentando calmarla —. Y segundo, estabas borracha, ¡loca! ¡No hicimos nada! Solo que dormí en la cama contigo porque, ¡no

sabes la tortura que es dormir en mi sofá!

—¿En serio? ¡Muchísimas gracias! —me agradeció antes de tirarse encima de mí para darme un abrazo —. Ayer fue un día

inolvidable —me susurró al odio.

¿Mis ganas de besarla? Muchas. ¿Mis ganas de arrancarle el conjunto que le había prestado y hacerle mía de una vez por

todas? Muchas también.

Y no sé como lo hizo, pero me leyó la mente, y el momento que tanto había deseado (y soñado) desde que la conocíse hizo realidad. O eso pensé. Con sus pies apartó la fina sábana de tela que nos cubría, y me beso suavemente, aumentado la intensidad a lo largo del beso. Y paró, me miró a los ojos y me dijo —: Continuaría, de verdad, pero me rugen las tripas, me muero de hambre.

—No me extraña, aquí la bella durmiente no cena nada en toda

la noche... —bromeé en un volumen bastante bajo.

—¿Qué has dicho?

—Que te quiero mi bella durmiente.

—Ah, pensaba que había escuchado mal.

Aunque ella se quería levantar y hacerse el desayuno ella, le rogué varias veces seguidas que se quedase en la cama, y que yo le traería un desayuno especial. Después de algunos minutos parada en la cocina sin saber que cocinarle —no era que cocinase mal, pero tampoco era un chef profesional —. Decidí

abril la lacena y buscar a ver que se me podía ocurrir.

—¿Eres alérgica a algo?

—No. ¿Por? ¿Qué estás tramando? —Se levantó y se dirigió

hacia la cocina.

—No te dejo entrar, no puedes, vuelve ahora mismo a la cama.

—Ella seguía intentando pasar, así que decidí cargarla en mi

espalda y llevarla a la habitación.

—¡Jaime! ¡Jaime! ¡Bájame! ¡Te pasa por intrusa! Y te amo, así

que si tengo que vivir con una intrusa en mi casa, lo hago.

—¡No vale! ¡No vale que me enamores así! ¡Eres escritor, no vale! —Me dio varias patadas suaves en la espalada antes de que la dejase suavemente tumbada en la cama, y la besase. No iba a malgastar ningún segundo de todos los que había perdido para

poder besarla.

Después de pensar un poco y buscar alguna receta en internet, me decanté por prepararle algunas tortitas, con Nutella, un café helado con chocolate —su favorito—. Y un zumo de naranja

recién exprimido.

Aunque de la cocina salían ruidos como el de una película de terror, solo esperaba que Virginia no se acercase. Las dos primeras tortitas me las acabé comiendo yo, ya que me habían salido horribles, las demás, las puse en la bandeja más cursi que

tenía con las dos bebidas. Y se lo acerqué a la habitación.

—Vale, amor cierra los ojos que ya voy a abrir la puerta.

—¿Qué me has llamado? —preguntó soltando alguna carcajada

que otra.

—Nada, no he dicho nada —Intenté evadir el tema—. Bueno,

¿estás lista?

—Sí, entra.

La felicidad que mostraba era maravillosa, me hizo sonreír

mucho mientras me tomaba mi café a su lado.

—Me encantan, están superbuenas, son mi desayuno favorito desde que era pequeña, sobre los seis años, mis padres me hacían una montaña entera de tortitas cada sábado en verano. Gracias. —Me besó la comisura del labio.

—Me alegro muchísimo que te hayan gustado. Y si me permite señorita. —Empecé a recoger el desayuno mientras se comía la última. Cuando terminé de fregar todo, volví a la habitación, me di cuenta que Virginia había puesto una película en la televisión de mi cuarto.

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