Capitulo 4

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Domenico Bianchi en multimedia.

Domenico

Espero un poco impaciente a que las puertas de mi avión privado se abran, cuando por fin se abren la brisa golpea mi rostro, por fin estoy en mi territorio, las horas de vuelo se me hicieron eternas.

Bajo del avión y camino hasta el auto donde está Carlo, mi chófer y amigo.

—Mira quién se digno a venir.—Me dice el.

—Es bueno estar de vuelta.

—Bueno, no es como que alguien te extrañó idiota.—Dice sarcástico.—Italia estuvo mejor sin ti.

—Cuidado imbesil, te recuerdo que soy el que te paga.—Arqueo una ceja en su dirección.

—Con mi sueldo no te metas.—Bufa.

—Entonces con tu jefe no te metas.—En respuesta me saca el dedo del medio y nos montamos en el auto. Tengo varios asuntos que atender.—Llévame a donde tienen a Adriano.—Aproveche el camino para encender mi teléfono y hacer unas llamadas para acordar unas reuniones con inversores.

...

Después de una hora y media llegamos a la bodega donde está Adriano, me bajo y entro junto con Carlo. Todos los presentes al verme me dan un asentimiento.

—Señor Bianchi.—Dicen al unisono, continuo mi camino hasta encontrarme con Adriano colgado del techo por cadenas en sus muñecas, sus pies apenas tocan el suelo si está de puntitas. Camino hasta quedar frente a él, está desnudo de la cintura para arriba y veo un par de golpes en su rostro, supongo que fue un poco difícil de agarrar.

—¿Que tal tu estadía querido primo?—El sarcasmo es mi voz es evidente.—¿Te han tratado bien?—El solo me dedica una mirada fulminante.

—¡Jódete Bianchi!—Es lo único que me dice con un tono de repulsión en su voz.

—Hey, más respeto primo.—Digo tranquilamente.—O tengo que recordarte con quien estas hablando.—Chasqueo la lengua.

—Adelante, quiero saber que me harás.—Dice.

Miro a uno de mis hombres y les doy un asentimiento, ellos me traen una plancha de ropa y la conectan a una extensión poniéndola al máximo para que se caliente rápidamente.

Después un par de minutos agarro la plancha y la pego con fuerza en el pecho de Adriano, sus gritos son desgarradores, dejo la plancha unos treinta segundos y luego la retiro y la dejo en su lugar.

—¿Por que no me matas de una maldita vez?—Me dice con la respiración errática, su rostro está levemente rojo.

—Porque sería una muerte digna para ti, además me quiero divertir un poco contigo primito.—Sigo con mi tono muy tranquilo.—Si solo me hubieras robado te habría perdonado, en vez de eso, estabas vendiendo niñas y adolescentes a un burdel.—Su rostro palidece cuando hago mención del burdel.—Con los niños no se juega, ya deberías saberlo. ¿Creíste que no me enteraría?

—Por qué no te ahorras el sermón y me matas de una puta vez.

—Cuál es la prisa.—Respondo serio pero sin perder mi tono de tranquilidad.—No mereces llevar mi apellido, has manchado el nombre de la familia Bianchi.

Miro uno de sus tatuajes, uno que consiste en nuestro apellido, lo tiene en el lado derecho, en sus costillas. Una sonrisa sádica sale de mi rostro, tomo un cuchillo.

—¿Que más puedo hacer contigo?—Jugo con la punta del cuchillo afilado en mi dedo índice y lo muevo de un lado a otro, sus ojos miran cada uno de mis movimientos mientras que su rostro palidece aún más.—Tengo miles de ideas en la cabeza para jugar.—Camino lentamente dando vueltas a su alrededor, huelo su miedo en el aire.

Besos Con Sabor ItalianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora