Capitulo 35

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Tiffany.

Mi espalda se arquea por sentir el frío bajo mi piel, mis ojos cerrados pesan y no los quiero abrir porque la molesta luz entrara por ellos en cuanto lo haga.

¿Por qué mi cama está tan fría?

Caigo en cuenta de que no es mi cama, es imposible, mi cama no es tan dura, y tampoco siento el calor del cuerpo de mi esposo a mi lado.

Me obligó a mi misma abrir los ojos, para mi sorpresa, estoy en un lugar desconocido, la poca luz que hay en la habitación en la que estoy no me molesta.

Mis últimos recuerdos llenan mi cabeza y me alarmo al darme cuenta de que estoy encadenada y amordazada y lo que creí que era mi cama es una mesa de metal helada.

El áspero roce de las cadenas dañan la piel de mis muñecas y piernas.

La imponente prevencia de un balde de agua despierta una sensación de ahogo insoportable.

Vierto mi mirada hacia una mesa colmada de herramientas filosas y oxidadas y un fuerte escalofrío recorre mi médula lo bellos de mi rostro se tensan.

Mi sorpresa es evidente al darme cuenta de la figura escondida entre las sombras, tras el ensordecedor sonido de una sutil gota de agua que no ha dejado de caer.

No estoy sola.

Logro reconocer la silueta tétrica e imponente de ese maldito hombre que bajo su estado de embriaguez, trato de forzarme en un callejón.

¿Esto es real?

¿A caso no estaba muerto? 

Esa mirada fría solo refleja su sed de venganza, quizás porque aquella noche no logro poseerme como quería, o tal vez por que lo dejé allí al borde de la muerte.

Comienza a caminar a pasos firmes pero abrumadores hacia la mesa repleta de instrumentos justo a mi lado.

Su mirada recorre uno a uno aquellos espantosos aparatos de metal afilados, su mano pasea por cada de uno de ellos, al parecer no se decide por alguno. Supongo que su burda idea de venganza es exitarse de mi sangriento dolor.

En un intento nulo de liberarme tiro fuerte de las cadenas que me atan a la fría mesa, y solo consigo que el hierro lastime más mis muñecas.

La mirada de ese hombre cuyo destino creí que había terminado esa noche, se dispone hacia mi, con una navaja en una de sus manos, el segador brillo de su filo me impacta, intento pasar saliva, pero no puedo por mi garganta seca.

Lo que más me resulta intimidante es el hecho que estoy en ropa interior frente a ese hombre cuyo propósito hacia mi no es para nada sano.

El se aproxima hacia mi oído con una sonrisa y me susurra en un tono burlon.

—Ya eres mía.

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Domenico.

Pellizco el puente de mi nariz y mis piernas dan pequeños saltos sobre el piso por la inquietud.

Mi oficina se me hace pequeña, y la molestia de estar aquí crece cada segundo transcurrido.

Debería de estar enfriando el infierno y quemando el cielo por encontrarla en vez de estar aquí a la espera de noticias que no se si serán de mi agrado.

El miedo invade todo mi cuerpo, ante el pensamiento de que algo malo le llegue a ocurrir a ella.

El sublime, pero firme sonido de dos toques en la puerta pone en alerta todos mis sentidos. Siento mi corazón arrugarse dolorosamente, un áspero nudo se atora en mi garganta de solo pensar en malas noticias.

Besos Con Sabor ItalianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora