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Si Jeongguk tuviese que elegir algún día de su vida para considerarlo el más difícil, definitivamente sería este.

Porque no importaba cuantas veces se repitiera en su cabeza que todo estará bien, nada le aseguraba que Dakho no lo odiaba, y de hecho, si es que él lo hacía, Jeongguk lo comprendía por completo. Lo había abandonado nuevamente luego de prometerle que nunca lo haría.

Aunque le consolaba saber que no había sido a propósito, que no había querido ser un hijo de puta, aunque realmente lo haya sido. En realidad no importaba si había sido intencionado o no, Dakho había sufrido por ello, eso era todo lo que importaba. Y Jeongguk se sentía tan impotente por ello, sentía que había fallado, que se había equivocado en huir.

Sabía bien que lo hizo por el bien de su familia, pero ahora que se detenía a pensarlo un poco más, debería haber resistido, peleado junto a Jimin y jamás abandonarlos. Porque su piel se erizaba de pensar en que planeaba pasar el resto de su vida en esa pocilga, solo y alejado de lo que más amaba.

Que tonto había sido al caer en el juego de Hanuel.

Se apoyó en el poste a esperar al abrir de las puertas, sin poder dejar de mover su pie en piso, demostrando su ansiedad creciente por ver a Dakho después de difíciles días. Cuando se despertó esta mañana Jimin se alistaba para ir a su trabajo, y Dakho había estado con sus amigos así que ellos lo vinieron a dejar a la escuela, pero ahora que era de tarde y debían recogerlo, acordaron en que iría Jeongguk, porque necesitaba verlo y disculparse, y sentía que ese debía ser un momento solo de ambos.

Dakho era un niño de casi ocho años que entendía mejor las cosas que otros niños de su edad, así que Jeongguk sabía que merecían una conversación. Recordaba la mirada llena de miedo que le dio cuando supo la verdad, y quería golpearse la cabeza contra el asfalto hasta desangrarse por haber ilusionado tanto a un pequeño.

El timbre sonó y las puertas se abrieron.

Jeongguk respiró hondo y entró a la gran institución, caminó por el pasillo hasta llegar a la sala donde había una fila de padres recogiendo a sus hijos. Esperó hasta que su turno llegó y la profesora le sonrió gritando el nombre de Dakho, Jeongguk bajó su mirada antes de respirar hondo y mirar dentro de la sala a Dakho, quien reía con un amigo mientras se ponía su mochila y corría a la salida, deteniéndose en seco al ver que no era su Appa quien aguardaba por él.

—Que tengan una linda tarde, cuídate cariño. —se despidió la maestra dándole un beso en el cabello.

Dakho salió a paso lento, sin despegar sus ojos de Jeongguk, quien se sentía tan nervioso que sus ojos escocieron apenas tuvo esa mirada de vuelta. Esos grandes ojos almendrados ya no lo miraban con ese brillo de inocencia y felicidad, lo miraban con dolor.

—Ey, qué tal, niño. —dijo, sin ocultar el temblor en su voz. Dakho no respondió, ambos se encontraban en medio del pasillo mientras las personas pasaban por su lado o les chocaban, pero ninguno se movía. — Tal vez esperabas a Jimin, pero él ha tenido que ir a trabajar y yo...

—Te fuiste. —susurró, tomando los tirantes de su mochila a empuñando sus manos en ellos.

Jeongguk se sintió tan avergonzado que bajó su mirada, apretando su mandíbula para no partirse en llanto, pero Dakho no hizo más que mirarlo una última vez y caminar hacia la salida de la escuela. Jeongguk le siguió detrás, y podía notar que no quería irse con él debido a la distancia que estaba marcando entre ambos, y Jeongguk lo respetó, manteniéndose un par de pasos atrás pero lo suficientemente cerca para mantener todo bajo control.

—Deja de seguirme. —Dakho dijo, sonando enojado. Joengguk nunca lo había visto así, siempre fue un pequeño adorable con ojos grandes, pero ahora se veía tan dolido que buscaba huir. — Quiero a mi Appa, usted váyase.

𝐉𝐀𝐈𝐋 •*ᵎ GgukminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora