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Jeongguk aspiró aire, secando sus manos trémulas que no dejaban de sudar ante los nervios que comenzaban a carcomerle.

Había peleado contra tipos el doble de grandes que él, aguantado un corte en su cuello, había quemado la cara de un convicto sin remordimiento ni piedad, incluso había seguido peleando con un brazo roto en una ocasión.

Había sobrevivido al mismísimo infierno, y nada de eso se comparaba con este sentimiento.

El sentimiento de saber que su hijo por fin sabría la verdad.

Y aquello lo tenía temblando como un pollo, incapaz de pensar en otra cosa que no sea este momento. Había soñado por años con esto, imaginado cómo sería, qué sentiría. Podía aún recordarse encerrado en esas cuatro paredes, enloqueciendo con saber dónde estaba su hijo, atesorándolo en la lejanía, añorando el momento donde por fin volverían a reunirse. E imaginó escenarios indescriptibles, llenos de lágrimas y empuñaduras de manos por su frustración al saber que no eran más que ilusiones y sueños. Pero ya no lo eran más, ahora mismo su sueño se cumpliría, Dakho sabría de una vez por todas que tenía un padre que le amaba y él podría llamar libremente a Dakho su hijo.

Aunque no lo iba a negar, decirle «Niño» y recibir a cambio «Señor Gguk» se había vuelto un lindo hábito, pero sabía que su corazón terminaría de llenarse cuando de esos rosados y pequeños labios saliera un tierno «Papá», cargado de sentimientos que solo pertenecerían a Jeongguk.

Solo eso pedía, tener a su hijo como lo que realmente era y poder amarlo sin ninguna atadura. Él se lo había prometido a Wheein una noche cuando ella pasaba por su octavo mes y no podía dormir debido a las náuseas, prometió cuidar cada día por el resto de su vida al bebé que habitaba en su panza.

Y por años, cada día, cada minuto y cada segundo se torturaba por no haber cumplido con esa promesa. Despertaba sin la luz de sol, con un traje que lo encasillaba como una aberración de la humanidad y era castigado por cometer un error, pero ninguna de esas torturas se comparaba con la manera en que Jeongguk se torturaba en su cabeza.

Pero ahora mismo pudo por fin aspirar hondo y soltar, después de cinco años había podido cumplir con su promesa.

"Te prometo, Wheein, ese frijol que llevas dentro jamás estará solo, y tú tampoco. Somos amigos y fue un acto de ambos, así que te lo prometo, incluso si mis padres buscan internarme en ese lugar de mierda, que yo no me alejaré de ti ni de mi bebé"

Dijo una vez y cumpliría con ello hasta que su aliento cesara y su corazón se detuviera. E incluso podía estar seguro que incluso después de eso, aún seguiría cuidando de Dakho.

Jimin entró a la habitación, estirando sus labios en una suave y reconfortante sonrisa en lo que llegaba a Jeongguk, quien se encontraba sentado en la esquina de la cama.

—Ey... —murmuró sacando los brazos de Jeongguk de sus piernas y sentándose a horcajadas sobre él, tirando su cabello hacia atrás en caricias para despejarle la cara. — En unos minutos debemos salir para ir por Dakho.

Jeongguk asintió, cerrando sus ojos al sentir las suaves caricias de Jimin. Se encontraba muy agradecido de que él haya decidido cancelar su trabajo de hoy para estar con Jeongguk, para acompañarlo en el momento más importante de su vida.

Las suaves manos de Jimin acariciaban sus mejillas, sus pulgares con suavidad haciendo círculos que dejaban rastros calientes en cada zona tocada.

— ¿Nervioso? —Jimin susurró, su mirada fija en el trazo que hacía sobre la piel de Jeongguk.

Él asintió, abriendo sus ojos y apoyando su mejilla en la mano de Jimin. —Cagado... Pero ansioso, ya quiero que el momento llegue.

Jimin bajó sus manos hacia los hombros de Jeongguk y los palpó, acariciando incluso su cuello con lentitud, demostrando su completo apoyo.

𝐉𝐀𝐈𝐋 •*ᵎ GgukminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora