—No voy a demorar tanto, Cili, pero tampoco quiero que estés ahí. Sabes que no puedo hacerlo si siento que hay personas —le recuerdo, usando algo cierto para mentir ahora. Bufa.
—No quiero volver a pasar tiempo con ella —se queja. Sonrío.
—No quiero que lo hagas tampoco, pero no puedo aguantar. Me estás retrasando —digo y, para enfatizar mi mentira, me retuerzo un poco sobre la banca. Suspira.
—Vale, ve. Nos vemos en el salón —acepta de mala gana. Beso su frente con dramatismo y me levanto, cogiendo el bolso para salir casi corriendo de ahí.
Veo hacia atrás al cruzar en el pasillo de los baños y emprendo la verdadera huida. Corro lo más rápido que me permite el maldito jean que me queda tan ajustado, y cruzó dos veces más para dar con el salón de profesores. Paso saliva, deteniendome para coger aire y no lucir tan desastrosa.
—Vamos, Dulce, debe estar solo. No es tan idiota para invitarte ahí y que estén más profeso...
—No, no lo soy. Entra ya y deja de hablar sola —ordena, deteniendo mi discurso. Le dedico una mala mirada porque he sentido eso como un regaño.
—No me regañes —replico, sin moverme de mi sitio. Suspira.
—Dulce, tenemos menos de diez minutos para estar solos. Calla y entra —zanja. Me cruzo de brazos, viéndolo con chulería.
—¿Sabes algo, tío? Sé usar muy bien mi balita rosa, no te necesito para eso. Así que, si quieres conocerla y usarla conmigo, tendrás que respetarme más, porque, el que sea menor que tú no me hace más idiota —declaro. Vuelve a suspirar y sale de la sala, para posar sus manos a cada lado de mi rostro.
—Ya nos quedan como ocho minutos, y no tengo ganas de pasarlos pensando en lo idiota que fui y lo que perdí por no enmendar mis palabras. ¿Podemos entrar ahora sí, por favor? —pide.
Sonrío, colocando mis manos sobre las suyas. Soy más rápida y me pongo sobre mis puntas para atajar su labio inferior y tirar hacia mí como le encanta hacer a él. Gruñe.
Sin decir más nada, me suelta el rostro para coger mi mano y guiarnos a los dos al interior de la sala de profesores. Es la primera vez que entro, pero no deparo en detallarla porque, como bien dijo Masón, no tenemos mucho tiempo.
—Justo hoy tenías que traer pantalón, ¿no? —murmura, cerrando con seguro la puerta y ajustando su cuerpo al mío. Muerdo mi labio inferior.
—¿Querías un vestido? Debiste pedirlo, tío —lo provoco, apoyando mis manos en sus hombros y girando mi cabeza hacia el lado opuesto a donde se ha enterrado la suya para olfatearme.
—Deseaba un mejor acceso a tu coño, bombón —confiesa y la sinceridad en sus palabras es tan abrumante que jadeo.
—Siempre puedes bajarlo —tanteo, olvidándome del tiempo y el espacio.
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La Reputa-ción de Dulce
RomanceLa reputación de Dulce se resume a las primeras seis letras de esa palabra. Desde que baila en un tubo cada fin de semana y se lo disfruta, todos en su universidad la tachan de zorra. Para Dulce eso no es problema. Al contrario, se disfruta su títu...