Mason cumplió su palabra y esta semana no hubo sexo en la universidad, lo que, en realidad, no sé cómo me hace sentir.
Lo sé, sé que fui yo quien lo llevó a eso. Sé que es lo mejor para no seguir por donde íbamos. Pero, seamos honestos, disfruto el estar con él más que cualquier otra cosa.
Sin embargo, no puedo quejarme tampoco, estoy rindiendo más esta semana porque estamos en pruebas.
Quedando solo una semana de clases, seguimos respirando solo porque se hace en automatico, porque si dependiera de nosotros, ya hubiésemos muerto. Estoy muriendo con la cantidad de exámenes. Ya ni sé si dos por cinco es diez o es la ley de derechos humanos según el artículo de la álgebra ligada con la gimnasia.
Así de pérdida ando, eh.
Suspiro, colocando el último ejercicio y me levanto como si tuviera un resorte, necesitando poder salir de aquí y dejar de ver fórmulas.
—Buena suerte, Davis —dice el profesor de cálculos al entregarle mi hoja. Sonrío en su dirección y respondo con un gracias para coger mi bolso, decirle a Cili con las señas que la veo afuera y salir como alma que lleva el diablo.
Una vez afuera, respiro hondo.
Van dos, falta uno. Al menos el que viene es de gimnasia, así que no será teórico. Ruego a Dios porque no lo sea.
Cuando estoy por entrar al gimnasio, escucho dos risas, ambas las identifico al instante. La profesora de gimnasia y Masón.
Una cosquillita peligrosa se instala en mi sistema al inundarme los celos de que estén solos, riendo.
Abro la puerta, dejando que haga bastante ruido al cerrarse detrás de mí y atrayendo la atención de ambos que, pues, bueno, estaban lo suficientemente cerca como para ser solo una charla amistosa.
No digo que fuesen a besarse, pero ahí faltaba espacio. Eso digo.
—Dulce, llegas temprano, bonita —dice la profesora de gimnasia con su habitual buen humor. Intento devolver su sonrisa porque el que quiera tumbarme al hombre no quita lo buena que es conmigo.
—Sí interrumpo algo puedo volver luego —suelto, viendo directamente a Mason. Odio que no luzca ni un poco arrepentido o avergonzado.
—No, para nada. Puedes ir a cambiarte y calentar, si gustas —sugiere la profesora. Asiento de mala gana y me giro, escuchándola disculparse con el profesor Mason.
Su respuesta me hace abrir la boca de par en par:
—Tranquila, ella me cae bien —asegura Mason.
¿Qué le caigo bien? Venga, se corrió en mi boca el lunes antes de venir aquí, obviamente le caigo más que bien.
Imbécil.
Llego a los vestidores decidida a hacerlo desearme de forma inhumana, pero sin poder tenerme porque voy a castigarlo. Se suponía que nos veríamos hoy para cenar y luego ser el postre, pero no. Resulta que ya no quiero ser el postre de un imbécil que asegura que le caigo bien.
¿Qué les pasa a los hombres de mi vida que me reemplazan con una facilidad sorprendente, pero con alguien mucho menos que yo?
Primero, Brenda que no me llega ni a los tobillos. Ahora la profesora de gimnasia, que sí, tiene una buena flexibilidad, pero no la creo capaz de abrirse de piernas en su balcón porque dudo que el exhibicionismo le guste.
Y a él le encanta tanto como a mí.
Cojo aire y termino de atarme la coleta, viéndome en el espejo de cuerpo completo el uniforme de dos piezas, con el top y el short que subo más de lo necesario.
Al salir, él sigue ahí.
¿Será que no tiene que dar clases o qué?
Ambos se giran al escucharme, pero finjo que no me doy cuenta y bebo un poco de mi agua para comenzar a menear el culo mientras troto, dándole vueltas a la cancha. Agradezco que sea techado y el frío no entre por ningún lado, sino me estaría congelando.
Cuando paso frente a ellos, giro la cabeza y sonrío a boca cerrada, descubriendo solo ese segundo el cómo Mason me come con la mirada.
Después de diez vueltas continuas, me detengo jadeante y bebo un poco de agua.
—Dulce, bonita, ya regreso para la prueba —avisa la profesora y sale delante de Mason. Parpadeo a lo loco, odiando la teoría que se forma en mi mente de que van a follar en el salón de profesores, así cómo le comí la polla yo.
—Ojalá y no se te pare, imbécil —siseo entre dientes con odio, soltando el filtro para volver a trotar. Necesito distraerme para no terminar gritando a los cuatro vientos que me lo follo soy yo, no ella.
—¿Con ella o contigo, bombón? Porque con ella nunca he tenido una erección, pero contigo vivo empalmado —confiesa, rozando mi cuello con su barba antes de dejar un beso. Doy un brinco y me alejo.
—No me toques —ordeno, viéndolo con odio. Masón ríe con ganas, levantando ambas manos.
—¿Estás celosa, bonita? —pregunta, sonando con burla el bonita que es como ella me dice. Entrecierro los ojos, viéndolo mal.
—No te conviene jugar conmigo ahora, Mason. El periodo debe estar por llegarme y eso me tiene con ganas de asesinar a alguien, procura no ser tú o ella —sentencio. Ríe con más ganas, ignorando mi petición anterior sobre no tocarme y tira de mi cuerpo, pegándole al suyo y buscando mi boca de una vez. Giro el rostro a tiempo y él gruñe.
—Así que sí estás celosa. Es una amiga, bombón. Jamás querría hacerle a ella ni aunque estuviese desnuda, lo que quiero hacerte a ti por más que estés muy vestida —promete. Sé que él ya sabe lo que tiene que decir para que me guste, pero eso no quita que me guste menos.
—No me preocupa que sea tu amiga. Tú y yo solos somos un polvo —sentencio, volviendo a alejarme. Sonríe.
—El mejor de los polvos, zorrita. El mejor de los polvos —rectifica, guiñandome un ojo.
—Por eso, que seamos el mejor polvo no significa que no podamos tener otros polvos. ¿Cierto, tío Mason? —juego, pero sus ojos se oscurecen y dudo que por excitación.
Saborea sus labios y ve a la puerta un segundo antes de acercarse los pasos que yo me alejé y pegar sus labios con los míos, pero sin tomarlos.
—Tú no quieres intentarlo, bombón. Así sin intentar tener un polvo con otro, ya sabes que no va a comerte igual. Ninguno, bombón, ninguno va a cogerte como yo, y a ninguna quiero cogiendome como tú —zanja. Paso saliva cuando tira de mi labio, y antes de que pueda alejarse, ya estoy tomando su cabello para estrellarlo de nuevo contra mi boca.
Responde de inmediato, cogiendome por la cintura y tomando mis labios con posesión.
Nos separamos de golpe al escuchar el chirrido de la puerta cuando se abre, mi cuerpo sacudiéndose con violencia y nuestros ojos encendidos mientras nuestras bocas buscan un poco de aire.
—¿Profesor, Cili? —Escuchamos qué pregunta alguien y ambos pasamos saliva al mismo tiempo.
Joder.
Dulce celosa me da cien años más de vida, jajajaja
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La Reputa-ción de Dulce
RomanceLa reputación de Dulce se resume a las primeras seis letras de esa palabra. Desde que baila en un tubo cada fin de semana y se lo disfruta, todos en su universidad la tachan de zorra. Para Dulce eso no es problema. Al contrario, se disfruta su títu...