—¿Qué estamos haciendo? —musito, todavía temblando. Sonríe.
—No hay que definirlo todavía, bombón. Te llevaré a tu casa —dicta y se endereza, pero cojo su mano con rapidez.
—¿A mi casa? ¿No quieres mi ayuda, entonces? —pregunto como niña pequeña. Sonríe.
—Creí que no querías hacerlo. Y tranquila, no debes hacerlo, tampoco. Contrataré a una agencia y ya —resume. Frunzo el ceño.
Sentirme reemplazable no me gusta para nada.
—¿Así de fácil? —cuestiono y sueno molesta. Suspira y me mira.
—Nunca voy a ponerte a hacer algo con lo que no te sientas cómoda haciéndolo, bombón —decreta. Bufo.
—Primero probemos qué tal me siento haciendolo, entonces —replico. Ríe bajo, negando con la cabeza.
—Nunca podré entender a las mujeres —admite y enciende el auto.
—Eso sonó muy feo —le reprocho. Ahora sí ríe con ganas.
—Te he dicho cosas peores mientras te follo y en vez de indignarte, me chorreas más la polla, bombón —acota. Como no tengo nada con qué refutar eso porque es cierto, alzo mi mano y le muestro mi dedo medio. Ríe con mayor fuerza, pero me encuentro sonriendo de vuelta.
Nadie dice más nada durante el camino y nuestra primera parada es en una tienda para comprar la pintura del nuevo color para el apartamento.
No voy a mentir, cuando la dependienta nos enseña un catálogo con todos los tonos disponibles y nos va enseñando muestras de con cuál otro puede combinar, mi emoción va rozando el cielo.
Masón solo sabe sonreír en mi dirección mientras que yo escucho atenta a la mujer y voy jugando con los tonos y le pregunto como niña pequeña a Masón, qué le van pareciendo mis opciones.
Él no es un cliente difícil de complacer, a todo responde lo mismo: me gusta el que te guste, bombón.
¿Cómo elegir con eso?
¿No sabe, acaso, lo indecisas que somos algunas mujeres?
¿Cree que le pregunto por gusto? Obvio no. Le pregunto para decidirme, porque si me lo deja todo a mí, terminará teniendo colores diferentes en cada habitación del apartamento.
Al final elijo el gris azulado con blanco, para que no pierda elegancia nunca. Masón está de acuerdo con mi elección, así que de ahí salimos con los botes de pintura que sube al auto y pasamos a una tienda de decoraciones. Antes de entrar, lo detengo, cogiendo su mano. Me mira.
—Necesito saber tu presupuesto. ¿Cuánto puedo gastar? —pregunto, sabiendo que decorar una casa desde cero es bastante costoso. Mi padre lo hizo antes de mudarme para acá y se gastó una buena cantidad.
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La Reputa-ción de Dulce
RomantiekLa reputación de Dulce se resume a las primeras seis letras de esa palabra. Desde que baila en un tubo cada fin de semana y se lo disfruta, todos en su universidad la tachan de zorra. Para Dulce eso no es problema. Al contrario, se disfruta su títu...