Capítulo 40 👯

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Despierto sin ropa, en una cama que no reconozco y en una habitación que nunca antes vi

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Despierto sin ropa, en una cama que no reconozco y en una habitación que nunca antes vi. Me asusto y me levanto de inmediato, arrugando el rostro por el dolor en mis partes intimas que opaca, incluso, el dolor de cabeza que me cargo.

Parpadeo, alejando las lágrimas al llevar una mano a mi coño y palparlo solo para descubrir lo abultado que se encuentra y lo que, el simple toque de mis dedos hace que duela. Saboreo mis labios y busco mi ropa por la habitación y me la coloco mientras que comienzo a llorar sin poder evitarlo.

No me importa el dolor de cabeza que se intensifica tras mi llanto porque al subirme el pantalón sin bragas porque no las conseguí, el roce es insoportable y solo deseo volver a quitármelo, pero no lo hago. Me coloco el top y busco mi celular con la mirada.

—Vamos, por favor, aparece —suplico, levantando las sábanas en el proceso hasta que cae al suelo, pero no es el mío, sino el de Cili.

De inmediato pienso en ella.

—Por favor, que esté bien.

Sin perder más tiempo, sigo buscando mi celular, pero no lo encuentro por ningún lado, y sin ganas de seguir aquí, salgo, viendo a los lados, rogando que nadie me vea porque ni siquiera debería estar aquí. Si alguno me ve, creerá que cogí con alguien.

Con mis tacones en la mano y viendo hacia atrás, comienzo a correr por la acera, alejándome de esa casa lo más que puedo hasta que el dolor en mis partes intimas ya no me permite seguir corriendo y solo me detengo, pegándome a una pared y llorando más fuerte.

¿Qué me hicieron?

Desbloqueo el celular de Cili con mi huella y pido un Uber sin dejar de ver a los lados e intentando dejar de llorar. Cuando se confirma el Uber, quito el protector del celular y cojo los diez dólares que metió anoche para el taxi de regreso, lo que me deja claro que no la vi más después de que todo se volvió negro en mi mente.

Intento recordar qué sucedió luego, pero no llega nada. Solo tengo pequeños flashback de voces, muchas voces.

Hay muchas voces, pero no puedo ver sus caras. Cuando el Uber llega, estoy empezando a sentir un ataque de pánico al poderme escuchar a mí misma diciendo que no quería.

¿Qué era lo que no quería?

Subo al taxi en la parte trasera, ignorando la mirada del hombre desde su asiento y solo me quedo viendo la ventanilla en todo el camino, pensando en si hice lo correcto.

No sé si a donde le pedí llevarme sea el lugar correcto para ir ahora, pero no quiero estar sola. Necesito poder sentirme a salvo.

Cuando el hombre estaciona frente al edificio, le paso el billete sin esperar mi cambio y bajo. Le dedico solo un asentimiento de cabeza al vigilante que ya me conoce y me mira preocupado para seguir caminando hasta el interior. En el elevador vuelvo a llorar con fuerza porque sé que cualquier cosa que haya pasado anoche, yo no lo quería.

Y el dolor en mis partes intimas me confirma que me hicieron daño. Mucho daño.

Para cuando las puertas se abren, mi cuerpo se sacude con violencia y me debato entre si salir y contarle lo que me pasó o bajar y llamar a Cili para que me lleve a mi casa. Justo cuando las puertas se están cerrando de nuevo, meto la mano y salgo.

Es él, él va a entenderlo. Le voy a decir la verdad, voy a contarle que yo no quería.

Recuerdo el audio que le envié, estaba borracha, pero fui honesta. Le confesé estar enamorada suyo, así que es claro que no quería follar con ningún otro hombre que no fuese él. Cojo aire frente a su puerta y toco el timbre, pero después de esperar varios minutos y nadie salir, deduzco que no está, por lo que uso la llave de repuesto que deja sobre el marco de la puerta y abro.

Veo todo tal como siempre y de nuevo me entra el llanto porque si hubiese venido aquí anoche, nada me hubiera pasado.

No sé qué me pasó, pero tampoco me interesa recordarlo.

No quiero hacerlo.

No quiero recordar cómo me violaron.

Camino directamente hasta su habitación mientras saco el celular de Cili y marco su número. Contesta justo cuando pongo a llenar la tina.

—¿Buenas? —pregunta, sonando confundido, pero solo su voz hace que solloce con fuerza, cubriendo mis labios.

—Te necesito —musito bajito y pongo el celular en altavoz para quitarme el pantalón que tanto daño me está haciendo.

—¿Dulce? ¿Estás bien? —interroga.

Lloro con mayor intensidad, haciendo muecas de dolor al bajar el pantalón y descubrir las marcas que no noté antes. Tengo unos dedos marcados en mi cintura y unos chupetones en la parte interna de mis muslos.

—Por favor, tío, ven a casa —suplico entre hipos por mi llanto. Escucho una maldición.

—Voy para allá —responde y yo cuelgo porque no quiero que me siga escuchando llorar.

Me desnudo toda y cierro el grifo de la tina para introducirme en ella, pero apenas el agua caliente entra en contacto con mis partes intimas, grito con todas mis fuerzas por el dolor y me levanto de nuevo.

—¡Los odio, joder, los odio! —grito, pero me arrodillo fuera de la tina para dejar correr el agua caliente con mis propias lágrimas que caen sin control. Vuelvo a ponerla a llenar, esta vez fría.

Escucho la puerta principal ser azotada justo cuando me meto de nuevo y el agua fría sí no me lastima, al contrario, alivia un poco el dolor.

—¡Dulce! —grita desde afuera. Las lágrimas salen a borbones mientras respondo:

—Aquí —digo, pero no sé si tan alto, sin embargo, la puerta del baño se abre de par en par y Masón entra corriendo directamente hasta mí.

Cojo su rostro con ambas manos apenas se arrodilla por fuera de la tina y beso de una vez sus labios, sin importar que mis lágrimas se derramen porque necesito esto.

Necesito estar con quien quiero para que borre todo lo malo que me hicieron.

Toma también mi rostro con sus manos, pero nos separamos de golpe cuando una nueva voz se hace presente, terminando de aniquilar los pocos latidos que le quedaban a mi corazón:

—¡¿Qué demonios es esto?!

Dejo de ver a Masón cuando se levanta y me da la espalda para ver a mi padre con su porte furioso en la puerta del baño.

Dejo de ver a Masón cuando se levanta y me da la espalda para ver a mi padre con su porte furioso en la puerta del baño

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Bueno, doble perdón, lo siento.

La Reputa-ción de DulceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora