Sin despegar sus ojos de los míos, se adentra más en el aula. No sé porqué siento que con cada paso que va dando, se va enfureciendo más, pero sus hombros tensos y su porte rigido, me dice que no está contento como anoche...
—¿Tiene algo más que decir, señorita Davis? —pregunta, destilando enojo. Me enderezo con el tirón de Cili en mi brazo.
—Varias cosas, pero nada que le importe..., profesor —añado a lo último, jugando con la palabra en la punta de mi lengua, disfrutando de cómo sus ojos claros se tornan oscuros, peligrosos.
—Qué bueno que lo lleve claro, pero sus problemas amorosos o dotes sexuales, los quiero fuera de mi hora de clases, ¿entendido? —inquiere. Alzo una ceja.
¿Por qué está siendo tan imbécil?
¿Por qué es que quiero que me folle, a pesar de que sea así de imbécil?
¿Por qué tienen que gustarme los tarados, joder?
Como ve que no respondo, infla su pecho, llenándolo de aire y deja sus cosas de un solo golpe en el escritorio para coger el marcador y girarse.
Cuando presiona el marcador en el pizarrón, parece querer traspasarlo por la fuerza que ejerce que hace chillar el recorrido como chillaba hace rato la idiota de Brenda. Pero no es eso lo que me hace abrir la boca de par en par, es leer el nombre que escribe.
No me jodas.
—¿Algún problema, señorita Davis? —pregunta, girándose. Ay, lo dije en voz alta.
—¿Ese es su nombre? —pregunto como estúpida. Sus labios se curvan en una sonrisa torcida que me hace juntar las piernas debajo de la mesa. Pero cuando saca su lengua y recorre sus labios, casi tengo un orgasmo silencioso con eso.
Jodida lengua que deseo sobre mis pezones, coño, boca. Venga, sobre cualquier parte de mi atormentado cuerpo.
—¿No le gusta? —revira y es el tono con el que emplea la pregunta que me hace saber que ya lo sabe.
Claro que lo sabe.
Es obvio que sabe que soy yo.
Es decir, que fui yo la que lo cachó follando.
Joder.
—Es un nombre común. ¿Por qué a ella tendría que gustarle? —responde Ryan, cortando la línea de visión de mi tío conmigo para verlo a él. Por instinto lo miro también. Tiene los brazos cruzados a la altura de su pecho y lo mira mal, muy mal.
Ay, esto no va a ser fácil.
Seis meses van a convertirse en doce, lo sé.
—No lo sé, quizás porque no es el suyo, ¿no? —lo reta y eso hace que todos en el aula abucheen a Ryan. Veo cuando se pone rojo de furia, por lo que decido hablar antes de que meta la pata y termine amonestado el primer día de clases.
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La Reputa-ción de Dulce
RomantizmLa reputación de Dulce se resume a las primeras seis letras de esa palabra. Desde que baila en un tubo cada fin de semana y se lo disfruta, todos en su universidad la tachan de zorra. Para Dulce eso no es problema. Al contrario, se disfruta su títu...