—Déjame explicarte todo —pide Masón, pero mi padre ni siquiera lo está viendo a él, sino a mí.
Todo está saliendo mal hoy.
Las lágrimas vuelven a resbalarse y las palabras salen solas:
—Me violaron anoche —suelto.
—¿Qué? —preguntan ambos al mismo tiempo y yo niego con la cabeza, viendo el agua de la tina mientras me estremezco por el llanto.
—Hey, bombón, mírame —pide Masón tomando mi rostro para que lo haga, pero mantengo los ojos cerrados.
—No lo recuerdo, pero me duele mucho —musito entre jadeos dolorosos. Escucho dos maldiciones y luego dejo de sentir el tacto de Masón en mi rostro para que me ordene abrir los ojos. Lo veo frente a mí con la bata de baño extendida. Cojo aire y me coloco de pie para salir y cubrirme con ella.
—Olvidé que venía conmigo —confiesa cuando veo a la puerta y ya mi padre no está ahí.
Asiento lentamente porque aunque me duele lo que vió, más me duele lo que estoy sintiendo.
Masón me abraza de costado, pegándome a su cuerpo para caminar a la cama, donde me deja sentada y aparta el cabello de mi rostro, viéndome a los ojos. Justo lo que me dan sus ojos es lo que necesitaba: amor.
—Hablaré con él. Vuelvo en un segundo —promete y deja un beso en mi frente antes de enderezarse y salir de la habitación, cerrando la puerta.
Ni siquiera el tener la puerta cerrada hace que los gritos de afuera no se escuchen y puedo escuchar toda la conversación:
—¡Te pedí cuidarla, maldición! —grita mi padre. Mi cuerpo se contorsiona por el llanto y solo me dejo caer en la cama, moviendo la manta para esconderme debajo de ella, como si con eso todo el dolor fuese a desaparecer.
—¡Lo estoy haciendo! —responde Masón sin usar el mismo tono que mi padre, pero alzando también la voz.
—¡¿Fóllandola?! —replica mi padre. Contengo el aliento—. ¡Tienes 35 años, joder! ¡Le llevas 12 años y es mi hija, maldita sea! —grita mi padre, después escucho algo ser quebrado y me levanto, sentándome de nuevo en la cama, pero aún cubriendome con la manta.
—¡Y es la mujer que quiero, joder! —responde mi tío, esta vez sí en un grito. Saboreo mis labios.
—La última vez que te vi, te estaba sacando de la cárcel, Masón. Te dí una orden, una sola orden ese día.
—Cambiar mi vida, lo sé. Fue lo que hice. ¡Es lo que hice, maldición! —grita al final Masón. Paso saliva.
—Te di la oportunidad de hacer algo bueno, Masón. Y tú te metiste con mi hija. ¡Con tu sobrina! —espeta mi padre y vuelve a escucharse algo ser quebrado. Doy un brinco en mi puesto, llorando con mayor intensidad.
ESTÁS LEYENDO
La Reputa-ción de Dulce
RomanceLa reputación de Dulce se resume a las primeras seis letras de esa palabra. Desde que baila en un tubo cada fin de semana y se lo disfruta, todos en su universidad la tachan de zorra. Para Dulce eso no es problema. Al contrario, se disfruta su títu...