Son las seis de la mañana y estoy más que despierta. Es más, ni me he quejado por la hora. Anoche dormí de nuevo con Mason, pero me levanté hace un momento y le pedí llevarme a mi casa, prometiéndole que estaría en la universidad en la hora prevista, pero quería que fuese una sorpresa. Está de más decir que mi sorpresa incluye un atuendo de puta madre y una lencería casi inexistente.
Llevo puesto unas medias blancas hasta la rodilla, unos tenis del mismo color, una falda colegiala que ni sabía que tenía, negra con franjas blancas y una franela blanca corta porque no conseguí ninguna camisa.
Solo para tentarlo más, me he hecho dos coletas en el cabello que me quitaré cuando terminemos porque sino, no soportaría los comentarios estúpidos de los idiotas de mis compañeros.
Río para mis adentros mientras el taxi estaciona en la parte de atrás de la universidad. He decidido que entraré por la cancha, aprovechando que a esta hora no hay nadie por ahí porque no quiero que algún profesor me vea a esta hora. Sabrían que algo tramo porque normalmente llego tarde, nunca temprano.
Justo en el momento en el que abro la puerta de par en par, Mason eleva su vista, encontrándolo con unas gafas, sin el saco puesto y con los botones superiores de su camisa, desabotonados.
Bien podría ser este el inicio de una peli porno, por lo que sonrío de oreja a oreja de forma sensual y cierro la puerta detrás de mí, mirando a los lados, comprobando que ya las cortinas están cerradas
—Entonces, profesor, ¿cómo podemos solucionar lo de mi nota? —pregunto, metiéndole seguro a la puerta. Sonríe, llevando las manos a sus lentes para retirarlos, pero elevo una de mis manos y niego—. Déjeselos, les da un toque de sexy sugar daddy —admito. Ríe.
—¿Le parezco un sugar daddy, señorita Davis? —replica, abriendo sus piernas como invitación a postrarme en el medio de ellas. Comienzo a caminar hacia él mientras asiento y hablo:
—Oh, sí. Y no se ofenda, profe, pero lo he imaginado varias veces que me deja chuparle la polla aquí —admito, deteniéndome justo frente a él.
—Ah, ¿sí? Quizás podríamos negociar eso por su nota. ¿Qué le parece? —propone, tirando de mi cintura para acercarme todavía más a su persona. Jadeo cuando ya estando con la distancia que quiere, eleva mi falda y muerde mi coño por encima de la tanga.
Decir que soy un lago ahora mismo es quedarme corta.
—Me gustaría —musito entre jadeos, apoyándome de sus hombros al introducir dos de sus dedos en mi coño sin piedad alguna, mordiendo mi estómago.
—De rodillas —ordena, sacando sus dedos y echándose un poco hacia atrás en su asiento—. Del uno al diez, ¿qué tan bien lo chupa, señorita Davis? —pregunta con tono descarado, endureciendo enseguida mis pezones. Sonrío también con descaro.
—Ya pondrá usted la puntuación, profesor Erickson —prometo, lanzándome en el suelo de rodillas y llevando de inmediato mis manos a su polla cuando se la saca de su pantalón y vibra de alegría al cogerla.
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La Reputa-ción de Dulce
RomanceLa reputación de Dulce se resume a las primeras seis letras de esa palabra. Desde que baila en un tubo cada fin de semana y se lo disfruta, todos en su universidad la tachan de zorra. Para Dulce eso no es problema. Al contrario, se disfruta su títu...