LA BELLA Y LA ETERNA BESTIA

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El que suponía sería un rato ameno en el que todos nos reuniríamos para charlar y conocernos, fue más bien algo más semejante a un funeral. Helena me preguntó acerca de mi percance, pero yo me limité a contestarle de que tuve un "problema" que solucionar, a lo que ella puso una cara de entendimiento que se abstuvo de seguir con su interrogatorio.

El desayuno, aunque delicioso, apenas entraba en mi estómago y comenzaba a entender las razones. Uno de los hijos de los Suominen no me miraba en lo más absoluto, aunque sus nervios podían verse con tan sólo echar un rápido vistazo. Era el chico que había visto desnudo cuando me oculté en el que pensé que era mi dormitorio, aquel cuyos ojos me parecieron extraños por un lapso de segundos antes de salir de nuevo corriendo.

Intentaba verlos para comprobar si seguían teniendo ese color, pero me era imposible por el momento. Además, no quería incomodar más, así que me limité a hablar con el resto de la familia que sí parecían querer saber más de mí.

Akseli me hablaba de sus estudios mientras que yo le compartía acerca de los míos. Markus, el pequeño, me hizo prometerle jugar al escondite en el jardín, a lo que yo acepté con una sonrisa radiante. En cuanto al patriarca, se quedó en silencio observándonos a todos atentamente como si nos analizara.

Todos ellos tenían algo diferente, algo que no lograba descifrar pero que mis pálpitos me gritaban incesablemente. Lo achaqué todo a la tensión de irme de viaje por primera vez y a conocer gente de fuera de mi comunidad.

En cuanto terminé, decidí ayudar con los platos antes de despedirme a ir a mi dormitorio. Antes de entrar, me aseguré completamente que no me equivocaba porque no deseaba ver más de lo que había visto hace unas horas atrás. Tomé la decisión de comprar un cartel para poner mi nombre.

Eran poco más de las doce del mediodía de un sábado con el sol fuera y unas temperaturas que para nada eran cálidas. Nos acercábamos peligrosamente a diciembre, así que los días tan soleados y sin nevadas, eran algo que debía de aprovechar. Por fortuna, había algunos abrigos además de guantes y gorros en mi maleta para así no convertirme en un cubito en cuanto pusiera un pie fuera de casa. Me puse lo más abrigado que tenía y salí del cuarto con la enorme necesidad de estar sola por unas horas.

En cuanto llegué al pasillo, Helena vino hasta mí con los guantes aun puestos.

―Oh preciosa, ¿vas a algún sitio?

―Sí, me gustaría ver algunas tiendas y conocer el lugar.

En cuanto mencioné mi salida, estuvo dispuesta a cambiarme para llevarme a hacer un tour, pero me negué con amabilidad, intentando ser lo menos cortés posible. Ella lo entendió, aunque por su mirada, sabía que era algo que quería hacer conmigo. Lo sentía mucho, pero necesitaba aire y soledad.

Me colocó la bufanda y me dio algunas instrucciones.

―Sottunga es un lugar muy tranquilo, pero eso no significa que puedes ir libremente sin que te pueda suceder algo. Aquí anochece muy pronto, así que no deberías estar afuera más tarde de las seis. No sé si deseas unirte a nuestra comida, pero en caso negativo, es importante que lo sepas. Comprendo que necesitas tus momentos, así que lo entendemos y no quiero que te sientas presionada por ello.

―Muchas gracias...yo...lo siento por todo. No quería montar alboroto ni hacer nada que...―Helena me interrumpió con una mano, asintiendo sin dejar de sonreírme; lo había comprendido y no se sentía para nada molesta de mi decisión. Me acompañó a la puerta.

―En la zona del puerto, hay varias tiendas de ropa y una de cosméticos que me encanta. Si te gustan los peluches, también hay una en la que compré todos los juguetes de mis pequeños, así que le tengo mucha estima al dueño. Si vas de mi parte, seguro que te hace un descuento―me dijo guiñándome un ojo. Asentí anotando mentalmente sus sugerencias y sintiendo como el frío del exterior me relajaba como lo haría cualquier medicina.

Kupari Lanka y los hilos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora