PILARES DE FUEGO

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La realidad me golpeó de lleno y me hizo callar mientras escuchaba palabra por la palabra lo que Mallow me contaba acerca de mi familia. Las imágenes que vi en mi mente la noche de mi transformación, eran exactas a las que ella relataba entre pausas y pesados suspiros.

Eilam no había interrumpido ni un solo momento, sino que, al igual que yo, escuchaba atento. Ahora cuando la miraba, no veía a una niña sino a una mujer afligida que sufría una agonía mientras contaba nuestra historia.

Era cierto que Eilam era capaz de tener el mismo aspecto que otra persona, pero para eso, debía tomar sangre del sujeto para lograrlo. De esa forma, él se hizo pasar por mi hermano durante años, sin distinguir jamás nada extraño que me hiciera sospechar. Fruncí el ceño, acordándome de algo importante que preguntar.

―Si según vosotros sólo los marcados pueden entrar dentro de la Comunidad, ¿cómo podía Eilam entrar en ella en lugar de mi hermano?

Ambos me miraron a la vez, negando con la cabeza; no sabían cómo, pero eran capaces de hacerlo. Un misterio más que añadir a la larga lista.

Mallow prosiguió con una ansiedad que no se borraba en sus ojos pálidos. En algunas ocasiones, sus nudillos crujieron mientras que se sujetaba el vestido. Su seguridad había quedado pulverizada ante nuestros ojos; apenas la reconocía.

―Sé que es un hechizo, puedo sentirlo en mis entrañas, pero no estoy segura de cómo funciona. Por el momento, sólo hemos sido capaces de devolver la memoria a tu hermano, así que tenemos trabajo por delante.

― ¿Y cómo lo hicisteis? Si lo conseguisteis con él, debería funcionar para el resto―dije esperanzada, pero Mallow me explicó que las cosas no eran tan sencillas.

Una ligera sonrisa iluminó levemente su rostro mientras que ponía toda su atención en mí. Aquel ser cambiante me provocaba desde el miedo más absoluto hasta una admiración por el poder que ostentaban sus manos. A veces cuando lo pensaba, sentía la envidia corroerme el estómago. Chasqueó de nuevo sus dedos para llenarse de nuevo su taza de té antes de contestarme, la cual ahora estaba ligeramente desportillada por la caída. Los últimos rayos del día revolotearon a su alrededor, dándole un halo de misterio que casaba perfectamente con la situación.

―La magia está viva, Portia, y como tal, es caprichosa y actúa por voluntad propia. Incluso deseando obtener un fin de ella, se pueden lograr otros efectos secundarios indeseables.

Asentí levemente. Eilam se había apoyado otra vez en el respaldo del sofá, un poco más tranquilo por cómo iba la conversación. La tensión se había disipado ligeramente de sus hombros. Tomé una de las galletas, sintiendo el aroma relajante de la canela flotar sobre ella. Nada mejor que el azúcar para templar la ansiedad.

―Dijisteis que mi abuela estaba enferma, ¿qué le ocurre exactamente?

Aquella pregunta los tensó, sobre todo a Eilam. Mallow hizo una pausa para morder una galleta, apartando la vista de mí para dedicarse a mirar de nuevo por la ventana. Ellos me ocultaban algo, pero esta vez, no iba a cesar en mi empeño hasta extraerles hasta la última gota de información.

Yo fui la que rompió la pequeña tregua que habíamos desplegado entre los tres. Ya no iba a ser la mujer desvalida que acostumbraba, dejándome llevar por órdenes por el bien de los demás.

Si quería información, iba a tomarla, por las buenas o por las malas.

―Quiero que me lo contéis todo y quiero que sea ya―me puse en pie, señalando a Eilam que parecía desear salir corriendo. ―Tú me ocultas algo que no me quieres decir, pero me prometiste a que, si conseguía volar, me contarías todo. Y no creo que seas alguien que rompa sus promesas. ―descendí el tono de voz para hacerlo más peligroso. Di varios pasos hasta quedar enfrente de él, cruzándome de brazos; la amenaza era clara y me concentré para parecer lo más violenta posible. Quería que se cagara de miedo y soltara la sopa.

Kupari Lanka y los hilos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora