La penumbra había caído en nuestra casa, como una ola que lo destroza todo sin importar nada ni nadie. No solo el aura de la más profunda angustia se había instalado entre nuestras paredes, sino un silencio letal cual veneno más poderoso.
A veces era interrumpido por llantos, otras por golpes y cosas rotas. Todo había cambiado, se había marchitado, desde que ella se fue.
Helena guardaba silencio desde entonces; la última vez que escuché su voz era para pedirle a Tidus que nos contara lo que pasaba con Portia en pos de defender a los suyos. Cuando nos dimos cuenta que no quedaba ni rastro de su presencia, ella se sujetó el pecho y se marchó a nuestro dormitorio.
Ahora estaba aislada de todos, incluyéndome a mí. Estaba acostumbrado a sus episodios depresivos tras sus explosiones, pero casi nunca se separaba de mí de la forma que lo estaba haciendo. Incluso Markus estaba demasiado callado.
Ákseli se había limitado a meter la cabeza entre sus libros y no salir apenas de su dormitorio. Las pocas veces que me hablaba era para preguntar por su madre y por mí. Y yo, ¿qué iba a decirle? ¿que todo iba bien? Sólo era capaz de sonreírle y darle un apretón en su hombro.
De todos nosotros, el que peor parte se llevó era, sin duda, Rainer. A la hora del desayuno, en cuanto Portia no respondía a nuestros llamados, él fue el primero en entrar y descubrir que se había esfumado. Conforme más rebuscaba entre sus cajones, más entraba en cólera.
Ni yo fui capaz de controlarlo; destrozó todo a su paso en cuestión de minutos. Los cristales de las ventanas estallaron en cuanto tomó su forma de bestia, arrancó los tablones de la cama de ella hasta hacerlos polvo. Sus gritos eran lo peor que había escuchado en la vida.
― ¡Rainer!¡Rainer por favor, hijo mío!¡detente! ―le gritaba una y otra vez mientras sus garras se empeñaban en reducir a cenizas toda la habitación de Portia. De sus ojos, caían lágrimas pesadas y dolorosas, nombrándola como si eso la trajese de vuelta.
Ni con toda mi fuerza pude frenarle; ambos acabamos malheridos tras nuestra pelea. Por lo que sé, él mantenía su estado vampírico porque su aura se sentía pesada sobre la casa. Sus llantos habían pasado a lamentos desgarradores que encogían el corazón a cualquiera. Por primera vez en mucho tiempo, no sabía qué demonios hacer.
Desde entonces, él se encerró en su dormitorio, trabando la puerta para que nadie lo molestara. Estaba seguro que sus reservas de sangre eran minúsculas y que necesitaba tomar en breve. Pero se negaba a todo intento de llegar hasta él.
Luchando contra mis principios, decidí darle un poco más de tiempo. no comprendía lo que había sucedido para que ella desapareciera en mitad de la noche, pero si algo sí que me quedaba claro es que fue obra de su hermano. Ella deseaba quedarse a la boda de nuestra hija, incluso se estaba comenzando a adaptar a la ciudad y a nosotros. Nunca vi tanto ánimo en los ojos de Markus ni tanto interés en mantener una conversación con alguien ajeno a la familia.
Así que yo mismo movería los hilos; si se la habían llevado contra su voluntad, la traería costara lo que costase. Además, no olvidaba que su vida estaba en peligro debido a la transformación, que acontecería en, como mucho, una semana.
Tras un nuevo intento de hablar con Rainer, caminé hacia salón cabizbajo, encontrándome a Helena en el sofá con la mirada perdida en la misma hoja del mismo libro que llevaba leyendo hacía una semana. Incluso su tez de porcelana se había tornado amarillenta, con los pómulos hundidos y unas ojeras demasiado pronunciadas. Me senté a su lado, esperando a que ella se apartara como llevaba haciendo la última semana. Para mi sorpresa, se quedó dónde estaba.
―He intentado hablar con Rainer, pero aún no he conseguido nada. Te prometo que lo conseguiré amor, sabes que soy muy tozudo―le informé forzando una sonrisa. Ella era mi todo y la veía apagarse lentamente al igual que una vela en medio de una tempestad. Todo esto también me estaba matando a mí, pero me armé de valor y puse mi mano sobre el lomo del libro―Helena, mi vida, háblame.
Sus ojos se levantaron despacio hacia los míos; aquello logró calentar mi corazón. Su rostro pétreo no varió ni un ápice, pero al menos, conseguí que me hablara.
―Tú lo sabías, sabías lo que era ella.
Apenas era un susurro; su garganta se notaba áspera por todo el tiempo que llevaba sin articular palabra. Me sentí completamente destrozado, pensando en que había guardado un secreto que podría costarme mi familia. Helena me esperaba con paciencia.
―Lo sabía sí, por mi hermano.
Sus ojos se cristalizaron ante mi respuesta; me nacía abrazarla y decirle que lo sentía, pero lo mejor que podía hacer era hablar, explicar todo para que ella intentara comprenderme. Su cuerpo comenzó a tiritar.
―Mi hermano se casó con una de ellas. Sabes que se mudó a su comunidad porque no quería que ella se desprendiera de su familia. Él me lo confesó porque ella le recomendó no tener secretos con su familia. Ella―suspiré pesadamente, tomando la mano de mi esposa. Lloraba con la misma fuerza que yo. ―Ella me devolvió algo que pensé que jamás tendría, Helena. Mi hermano era un hijo de puta, le importaba una mierda todo y ahora...ahora puedo hablar con él. Maldita sea, estaba en deuda con esa gente.
―Esa gente podría ser un problema para nosotros. No todos son como la mujer de tu hermano. De todos modos, ¿ha venido por aquí desde que se casó?¡No, maldita sea!¡esa secta de mierda está manipulando a gente como nosotros! Y tú...tú se suponía que no tenías secretos conmigo.
Se puso en pie para alejarse de mí. No habíamos terminado; me había cansado de callar y ahora que se abría la veda, no iba a desaprovechar la oportunidad. La agarré de la cintura, atrayéndola contra mi espalda. Le susurré intentando calmarla.
―Sabes que te amo más que a mi vida Helena, pero sé de qué pie cojeas. Si te llego a decir que una de esas mujeres iba a venir por uno de nuestros hijos, tú misma lo habrías evitado.
―No sé porqué mierdas dices eso, ¡Y suéltame, maldición! ―pero no le hice caso, la sujeté con más fuerza como siempre hacía cuando tenía una crisis. La besé en el cuello y la mejilla, suspirando entre frustrada y aliviada. Le dije que lo sentía tantas y tantas veces.
―Amor, sé que querías que nuestros hijos se unieran a una buena familia de vampiros para acallar las malas lenguas con respecto a nosotros, pero no voy a obligar a ninguno de ellos a tener un matrimonio sin amor. Quiero que ellos miren a su mujer de la misma forma en la que yo te miro cada día.
―Lenni, por favor―susurró abandonándose en mis brazos. Le di la vuelta para abrazarla y acunarla; todo iba a estar bien, pronto todo tendría una solución. Pero ella seguía su batalla, nunca se rendía.
―Lo siento en el alma por lo que voy a decir, pero no voy a permitir que ninguna de esas mujeres se lleve a ninguno de mis hijos. ―levantó su cabeza, fijando sus enormes ojos rojos en los míos. Una chispa de rencor se encendió, vislumbrando la esencia de su condición mental asomando por momentos―Rainer no verá nunca más a Portia. Y ahora vas a decirme qué coño es esa gente y por qué necesita de nosotros.
La senté delicadamente, echando un vistazo por la ventana. La tarde había comenzado y el sol se estaba poniendo, así que abrí las cortinas para que pudiésemos disfrutar de la calma de la noche que se aproximaba a nosotros. Los ojos de mi esposa me escaneaban sin piedad.
―Son elfos oscuros, pertenecen a la especie de los fae. Requieren de la mayor fuente de oscuridad para transformarse, para romper su caparazón humano y ser como dioses en la Tierra. Por eso, siempre recurren a los vampiros, porque somos los que le proporcionamos la llave hacia su libertad. Y por desgracia Helena...nuestro hijo ya ha elegido.
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Kupari Lanka y los hilos del destino
FantasyADVERTENCIA: Este libro puede contener escenas sexuales altamente explícitas además de escenas de gran crueldad. No recomendable para menores de 18 años o personas impresionables. Como medida de no desaparecer, cada año, algunas de nosotras, queram...