LA VOZ DEL INCORDIO

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Tuve demasiada suerte, quizás poco merecida, de volver a casa y no ser visto fuera de mi habitación; ya tenía bastante por lo que preocuparme como para aguantar sermones varios por parte de mi familia. Estaba demacrado y triste, más bien, devastado y destruido.

La angustia trepaba por mi cuerpo dolorido por los golpes que había recibido cuando ese tipo vino y nos interrumpió en el mejor momento de mi vida. Apenas pude pestañear y ya estaba incrustado en un árbol mientras que se llevaba a Portia en brazos casi completamente inmóvil. Para cuando quise ir hacia él, un par de ojos extraños se incrustaron en los míos, haciéndome perder el conocimiento en cuanto escuché un extraño idioma salir de su boca.

Desde que desperté, no cesé en golpearme mentalmente por haber sido un auténtico capullo: sabía perfectamente lo que le estaba pasando a Portia, y, aun así, pensé en mis instintos por encima de cualquier cosa. No tenía perdón y pasaría flagelándome a cada momento a saber por cuanto tiempo. Para empeorar la situación, no tenía idea de si ella seguía o no respirando.

Su rostro quemaba en mi mente y me hacía llorar lágrimas duras y silenciosas. La veía desangrarse y su temperatura caía en picado conforme los instantes pasaba, pero estaba tan embriagado por su sangre y el regusto poderoso que hormigueaba mi lengua, que no podía pensar con claridad. Podía haberla matado, quizás lo haya hecho.

Me sujeté la cabeza tirándome del cabello hasta que un crack en la parte posterior de mi cráneo, me obligó a dejar las manos quietas y a caer sobre las sábanas de mi cama. Abrazándome como un fantasma, me acogieron y envolvieron intentando proteger a mi corazón que se había convertido en gravilla.

No quería pensar lo peor, debía de luchar por ella y por sacarla del maldito lugar al que llevaron contra su voluntad. Pude verlo en su sangre, en su desesperación mientras observaba al conductor llevarla a un destino incierto. No, ella no había muerto y sería yo el que la trajese de vuelta.

Incluso con mi miedo latente a las mujeres, ella había logrado doblegar mi espíritu y hacer desear la piel de otra sobre la mía propia. Quería incrustarme de todas las formas posibles en ella, impregnarme de todo lo que Portia era e iba a ser.

Me enloquecía su presencia y su ausencia.

Mis sentimientos habían comenzado a crecer con tanta facilidad que a veces me planteaba si era un ardid de un destino que deseaba joderme más que proporcionarme un poco de calma a mi inexistente vida amorosa. Estaba eligiendo el camino más complicado, ya que lo mejor para mí sería olvidarme de ella, de esta monstruosa atracción que evitaba que mi camuflaje humano quedara reflejado sobre mi naturaleza vampírica.

Si la aceptaba a ella, no podía quedarme aquí y eso implicaba separarme de mi familia. Pensarlo me atravesaba el pecho con un dolor insoportable; no estaba seguro si sería capaz de darle aquello que ella necesitaba, la vida que ella aspiraba y merecía.

Si ella iba a ser la nueva guía de su Comunidad, ello me convertiría en su fiel compañero. Tendría muchas responsabilidades además de la evidente: toda descendencia que fuera posible. Y si todo ello tuviera que hacerlo lejos de los míos, ¿yo sería capaz?

Si quería quedarme con ella, no tenía opción posible. Debía aceptarla a ella además de aceptarme primeramente a mí y a lo que yo era. Abrazar a mi lado vampiro, a la voz de las tinieblas que siempre me había acompañado y que adoraba el caos por encima del orden.

Aceptarme era darle pie a que un yo que apenas tenía protagonismo, fuera el que hablara, sintiera y actuara por mí; abandonaría mi esencia humana y quizás eso me dejara un enorme vacío. Todo lo que estaba sucediendo me estaba dejando un mensaje claro: debía ser valiente y no cagarme en los putos pantalones.

Y estando encerrado en la penumbra como lo había estado las últimas semanas, era algo que sólo hacía un cobarde.

Me puse en pie como buenamente podía, percatándome que aún seguía desnudo. El reflejo del cristal de la ventana me hacía rememorar la noche que pasé con Portia; aún tenía su olor impregnado en mi piel y algunas marcas de sus uñas se esparcían a lo largo de mi pecho y estómago. Sonreí con tristeza; me negaba a admitirlo hasta ahora, pero la echaba de menos. Había logrado sacar a mi parte bestial, la había domado como un gatito y me había mirado a los ojos sin temor alguno de que fuera a hacerle daño.

Cuanto más lo pensaba, más culpable me sentía.

Me prometí cambiar, ser alguien mejor para ella y para lo nuestro. Inflé el pecho antes de darme la vuelta e ir a buscar algo para ponerme encima antes de salir del dormitorio. Nada más abrir el armario, varias perchas me atacaron cayendo sobre mi cabeza. Esa voz masculina de nuevo sonó en mi cabeza:

Dios, eres como un ciclón de desastres. Todo lo que tocas, lo conviertes en mierda.

―Oh joder, cállate. Tengo bastante con mi dolor de cabeza como para tener que escucharte―gruñí frotándome la cabeza. Las malditas perchas estaban hechas de madera, así que probablemente, me saldría un chichón en breve. En cuanto puse las manos sobre una camiseta sencilla de color negro, el tipo se revolvió en mi cabeza.

―Y así es como pretendes que ella caiga rendida a tus pies. Eres jodidamente patético incluso eligiendo ropa.

Decidí ignorarlo tomando mi elección y poniéndomela como una sonrisa. Siempre que se molestaba, sentía algo semejante a una serpiente que se enroscaba en mi estómago. Si tenía suerte, me dejaba en paz por un tiempo, pero últimamente se había empecinado en dejarse escuchar casi a cada momento.

De nuevo, prosiguió con su retahíla de imbecilidades.

―No olvides que ese culito con el que sueñas es mío también. Por tu culpa, no estoy retozando con esa tremenda elfa que nos hace perder el maldito sentido, ¿tienes miedo? ¿a qué, a que te reviente la polla cuando te estruja con ese precioso y jugoso coño? ¿o a esas maravillosas tetas cubiertas de pecas que apenas has tenido la oportunidad de saborear?¡eres estúpido y lo peor es que no te dejas llevar para que aceptes quién realmente eres!

No quería evocar todo lo que él me decía, pero era imposible porque él era yo. Decidió que la mejor forma de torturarme era mostrar en mi mente retazos de esa mágica noche que llevo incrustada en las venas desde entonces. Una risa retumbó en mi cabeza.

Esa noche fue increíble porque aceptaste quién eres. Esta voz que escuchas eres tú Rainer, sólo tú, pero te empeñas en seguir las normas, en temer todo lo que ves y te rodea en vez de luchar por lo que te quema, por lo que deseas. Y el día que tengas las pelotas de dar el paso, el mundo estará en tus manos.

Y como siempre ocurría, tenía toda la maldita razón.

Kupari Lanka y los hilos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora