QUERIDA FAMILIA

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Había anochecido y aun Portia no había vuelto. Cumplí con la promesa de darle su espacio para que se recompusiera y sanara las heridas que, desgraciadamente, todo este asunto le había provocado. Sunna había venido a verme completamente afligida; Tidus no la acompañaba.

―Se ha marchado, ¿Verdad? ―preguntó temblando. Me acerqué a ella para poner mi mano sobre su hombro. Lloraba en silencio mirando al suelo con las manos en las rodillas y su pelo completamente enmarañado. Sin necesidad de sondear sus emociones, su semblante gritaba que deseaba ver a su hija y abrazarla por todos los años que pasaron separadas. Me sentí impotente y con ganas de destrozar el mundo que permitió que sufrieran.

Ahora, yo debía de ser fuerte para ellos y tener la cabeza lo más fría posible para que las cosas saliesen bien. Sin dejar su mano, le pregunté.

― ¿Dónde está Brennan? ― ella negó con la cabeza, llorando con más intensidad. La abracé con cuidado, frotando su espalda como siempre lo había hecho desde hacía varios años. Sunna llevaba sufriendo la separación de Portia desde que ella era una niña y su culpabilidad la ha corroído durante todo este tiempo. Se separó de mí para enjuagarse las lágrimas.

―Prefirió quedarse en casa. Sabe Dios que no hay cosa que más desee en su vida que abrazar a Portia y explicarle todo, pero bastantes cosas tiene que saber en tan poco tiempo como para mencionarle también su existencia. Todo esto es―hizo una pausa para beber un poco de agua que le había ofrecido. El nudo de su garganta le dificultaba hablar―todo esto es tan difícil, Eilam. Y ahora todo esto de su transformación me tiene muy preocupada.

No estaba de acuerdo, pero comprendía las razones por las que ella prefería callar algunas cosas por un tiempo. Portia tenía que adaptarse y prepararse para su transformación inminente. Mañana por la noche acontecería una luna de gran energía, así que era el momento perfecto de mostrarle a Portia el alcance de algunas de sus habilidades para cuando dejara su cuerpo humano. El problema era yo, que no podría ser capaz de resistirme a ella. Su esencia llamaría a la mía propia y perdería los cabales.

Ni siquiera sé cómo pude tocarla en todos los años que viví con ella.

Deseaba eso con todas mis fuerzas; quería que fuera libre, que supiera de lo que realmente era capaz. Y por supuesto, deseaba enlazarme a ella, no por simple atracción física sino porque la amaba con una devoción inconmensurable. La mano de Sunna se colocó sobre la mía, rompiendo mis pensamientos. Aun a pesar de su tristeza, ella era una mujer cálida y amable muy amada por todos nosotros. Para mí, fue una especie de madre desde siempre.

―Veo que no soy la única que la sufre. Lo siento tanto por ti Eilam, mi hija se merece a alguien como tú. Y sé que es cuestión de tiempo, pero quiero que suceda ya y que podáis amaros sin restricciones.

Sonreí ligeramente mientras la angustia se arremolinaba en mi estómago. Aquello era lo que más anhelaba en el mundo, pero con Rainer en la ecuación, las cosas no serían tan sencillas. Selenia se nos había adelantado, quizás porque sabía de la posibilidad de que yo apareciera tarde o temprano. Aquella pérfida bruja había hecho más mal que bien a los nuestros, pero estaba empezando a pagar por ello.

Era hora de ir a buscar a la pequeña granuja que se escondía en el bosque. No me sería muy difícil porque podía olerla y sentir su presencia con facilidad. El enlace de pareja tiraba de mí con tan sólo evocarla; era una maldita tortura no poder besarla o tocarla sin que ella se removiera como una gata montesa. Pensar en ella como en una criatura salvaje e indómita, más que molestarme, me la puso demasiado dura.

Me puse en marcha observando como todo el mundo comenzaba a marcharse a sus casas. Todos ellos me saludaban al pasar e incluso me invitaban a sus casas para compartir su cena conmigo. Casi siempre no era descortés y aceptaba de buena gana hacer compañía a algún anfitrión o persona mayor que vivía sola, pero en estos momentos tenía una tarea mucho más importante. Además, aún no había informado a mis padres, por lo que tendría que emprender en breve un viaje hasta el territorio de mi familia para poder contarles las novedades.

Yo pertenecía a una especie diferente a Portia, por tanto, aunque me consideraron uno de ellos, no había nacido en Goldenclove. Y sí, aun a pesar de ello podía tener acceso a la ciudad gracias a que uno de mis antepasados sí que nació aquí. Debería haber nacido mestizo, pero no, era tan puro como lo eran mis padres.

Hora de volar, amigo―dije en voz alta. De un salto, mi tamaño se cuadruplicó, desplegándose mis alas de color marfil entre las copas de los árboles. Mis enormes ojos amarillos escaneaban la zona, olisqueando el ambiente para dar con mi preciosa presa. En cuanto sentí un enorme calor en el epicentro de mi estómago, supe que estaba cerca.

Me posé lentamente sobre una rama, observándola dormir en un claro de tréboles que había encontrado. Ese lugar lo conocía bien; solía ir para leer un rato casi cada día. Sonreí ampliamente al ver que a ella también le había gustado.

Antes de bajar, volví a la normalidad; no podía permitirme el lujo de que ella viera mi forma de bestia antes de tiempo sin avisarle qué demonios era yo. Demasiadas emociones había tenido su pobre corazón.

Caí al suelo con cuidado de no sobresaltarla; por lo menos, deseaba acariciarla y contemplarla unos minutos antes de despertarla. Conforme más me acercaba, más intenso era su olor y más temblaba mi autocontrol. Me tumbé de costado, quedándome lo más cerca de ella que pude.

Miré esas pecas preciosas que descansaban en el puente de su nariz y se extendían por debajo de sus ojeras. Sus labios eran la perdición; demasiado jugosos y perfectos, melocotones hermosos que deseaba morder y perderme en su sabor. Deseaba quitarle todas esas horquillas y su cabello quedase suelto para poder pasar los dedos entre sus hebras mientras que ella estaba encima de mí, dentro de mí.

Joder, me estaba matando.

― ¿Qué demonios estás haciendo? ―se apartó Portia en cuanto abrió los ojos. Lentamente, me arrastré detrás de ella hasta quedar encima suya, aplastándola con todo mi peso. Un jadeo salió de sus labios.

―Estoy siendo increíblemente benevolente, pero todo tiene un límite cielo. Mi cuerpo cada vez responde menos a mi cabeza y más a mis instintos―sacudí mi cadera con fuerza entre sus piernas para que sintiera mi erección. Sentí como su cuerpo se estremeció ante mi contacto; ella estaba calentándose, podía sentirlo y olerlo a través de nuestra ropa.

Pero habría tiempo, mucho tiempo de disfrutar con plenitud este deseo que había entre los dos. Estaba seguro que, si trabajaba en ello, pronto Portia se daría cuenta de la realidad, de que yo realmente era su pareja.

Y si pensaba que era Rainer, es que algo estaba sucediendo y un nombre claro aparecía en mi mente cuando pensaba en quién era el que estaba manejando los hilos.

Kupari Lanka y los hilos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora