EL EXTRAÑO GIGANTE

168 27 44
                                    


Volvía a casa o al menos, eso es lo que el extraño me había dicho durante todo el trayecto. Fruto de la impresión, pasé unas cuantas horas fuera de combate porque me había desmayado al sufrir un ataque de pánico. Cuando volví en sí, me arrinconé lo más que pude en mi asiento sin quitarle la vista mientras él seguía conduciendo tranquilamente.

Como si nada hubiese pasado.

El silencio sólo era interrumpido por la voz del GPS que daba periódicamente algunas instrucciones. Eso sin contar el pulso desbocado de mi corazón. Comenzaba a preguntarme qué demonios había hecho en mi vida pasada como para que todas las desgracias del mundo comenzaran a caer sobre mi cabeza. Este último mes había puesto todo patas arriba y no estaba acostumbrada a ello.

Y ahora había sido secuestrada por alguien que no había visto en la vida. Si él no era mi hermano, ¿dónde demonios estaban? ¿y si le había hecho daño o algo peor?

Al sentir que estaba mirándolo insistentemente desde que había despertado, el intruso se río suavemente. Su voz era tan potente que retumbó ligeramente contra el cristal de mi ventanilla.

―Creo que estás demasiado tensa. Si lo deseas, puedes seguir durmiendo.

― ¿Para qué, para que me mates? ―respondí mordazmente. El estruendo de su risa me provocó un escalofrío en la espalda. Joder, ¿qué iba a pasarme? ¿cómo pudo si quiera burlar los poderes de los Suominen? Demasiadas preguntas para mi cansada cabeza que apenas daba señales de responder; lo que ayer me pasó seguía pasándome factura.

El rostro del tipo se suavizó, parecía incluso preocupado. Dejando a un lado su semblante amenazante, me dijo de la forma más delicada que pudo:

―Duérmete cielo, debes de recuperarte.

Había algo de súplica en su voz, como si realmente yo le importara. Pero había aprendido a las malas que no podía fiarme de nadie.

―No me digas lo que tengo que hacer, tío que no sé cómo demonios te llamas―me armé de valor intentando llegar al botón que abría las puertas del coche, pero él fue capaz de tomarme de la muñeca en un instante sin dar si quiera un volantazo. Su mirada casi negra se dirigió por primera vez a mi rostro y pude ver entonces todas y cada una de sus facciones con nitidez.

Su aspecto distaba de un mortal normal y corriente; el cabello era gris plateado, rizado hasta la mitad de la espalda. Sus ojos eran del color del carbón, pero poseían un aro metálico del mismo color que su pelo. Su tamaño era tal que sus hombros sobresalían del asiento y me constreñían ligeramente. Yo era literalmente una hormiga entre sus dedos.

Su voz ahora era melódica y suave. Ni siquiera me había dado cuenta de que se había detenido el coche.

―Veo que te gusta que te aten, preciosa. No sufras por ello, soy un humilde siervo que vivo para serviros en todo momento―sus ojos se deslizaron más allá de mis ojos, por lo que crucé los brazos instintivamente. Aquello le hizo sonreír―divina criatura, ¿qué voy a hacer contigo?

―Vete al puto infierno―siseé intentando atacarle con lo único que podía; la fuerza bruta. Pero eso logró que él quedase encima de mí aplastándome contra el asiento y las muñecas agarradas en torno a una de sus manos. Era un jodido gigante y comenzaba a asustarme.

―Querida mía, me obligas a ser alguien despiadado y rudo. Créeme que considero que esos adjetivos son mejores en el ámbito amatorio, pero parece ser que eres una criatura cabezota que te niegas a cooperar. Me lo esperaba, a fin de cuentas, he convivido contigo durante muchos años.

― ¡Explícame eso, bastardo! ― le grité. Puso su mano libre sobre mi boca acercándose más a mí. Su aliento cosquilleaba mi nariz y era tan ardiente como la lava de un volcán. Sus ojos de nuevo comenzaron a moverse como si tuviesen vida propia.

―Odio aguar la fiesta, cielo. Me gusta dosificar la información, sobre todo, con aquellos que lo merecen. Está claro que no vas a cooperar y no voy a hacer contigo lo que suelo hacer con mis enemigos. ―se relamió los labios, mostrando unos brillantes colmillos. Su boca buscó mi cuello para susurrarme―sí querida, he sido tu hermano durante años, aguantando lo que deseaba hacerte y decirte. Pero toda esta farsa se acabó y por fin podrás volver a tu casa. Con nosotros.

Antes de seguir preguntando, él abrió la puerta del copiloto y se bajó del coche. Me obligó a bajar, pero no sabía qué diantres me haría cuando pusiera los pies en el asfalto. Mi actitud le hizo reír de nuevo.

―Oh querida, no sabes lo bien que me lo voy a pasar domándote como un lindo gatito. Pero es tarde, nos esperan preciosa.

De un tirón, logró ponerme en pie, tomándome en brazos como si no pesara nada. Desde sus hombros, podía ver una distancia considerable hasta el suelo; ese maldito era un gigante, un iceberg gigante.

― ¿A dónde vamos? El GPS decía...

―Puse indicaciones falsas para que no supieras a dónde nos marchábamos. ―interrumpió― Si te piensas que voy a decírtelo para que se lo cuentes a los Suominen es que te piensas que realmente soy idiota.

―Ya sabes lo que dicen, que los musculados no suelen ser muy inteligentes―le contesté intentando fastidiarlo. Pero por muchas puyas o insultos que le dijera, parecía que le divertía más que otra cosa. Me recolocó de forma brusca sobre su hombro.

―También dicen que tienen el pene pequeño y querida mía―le dio una palmada a mi trasero antes de proseguir―tengo intención de demostrarte que eso es completamente mentira.

Durante todo el camino, vociferé y pataleé todo lo que pude, pero el extraño no cesaba en sus pasos o en la fuerza con la que me agarraba. Después de un buen rato, me rendí porque no resultaba útil usar mis fuerzas contra él, por lo que usaría la cabeza.

Y para ello, tenía que conocer sus puntos débiles. Para ello, mejor ser un poco más amable.

―Estamos cerca, sólo unos minutos más―me informó. Aquella parte del bosque me era familiar y no porque alguna vez estuve allí. No sabía explicarlo, pero estaba segura que había un lago con una cascada tras el enorme árbol que estaba divisando.

Sorpresivamente acerté. Aquello aceleró mi corazón, ¿cómo demonios sabía? ¿Estaba si quiera en Irlanda? Incluso, quizás mi abuela no se encontraba enferma y había sido todo una maldita trampa.

Me parecía demasiado loable que sus intenciones fueran llevarme a casa, debía haber algo más. Al final de cuentas, yo heredaría las riendas de mi abuela, así que podía ser un objetivo para otras personas. El tipo me depositó en el suelo y, por primera vez, pude ver su estatura real. Era acojonantemente alto.

―Vamos cielo, hora de entrar―dijo señalando la cascada. La pared de piedra parecía indicar que había una cueva detrás, así que me negué a continuar. Me daba muy mala espina.

El extraño me tomó del brazo y me arrastró con él. Por mucho que le arañara y le hiciera sangre, él proseguía con su objetivo riéndose como un maldito maníaco. Justo cuando estábamos frente a la cascada, me tomó del rostro para que lo mirase.

Sus ojos escaneaban cada recoveco de mi cara, desde las pecas sobre ni nariz hasta mis ojos, quedándose unos instantes observando mis labios. Los ojos de él se oscurecieron más, quedándose embelesado. El corazón parecía querer salirse de mi pecho, ¿qué estaba pasando? ¿por qué tenía ganas de llorar?

―No sabes cuantas veces soñaba con verte aquí conmigo. Por fin estás en casa Portia y nada malo vamos a permitir que te suceda. Por ahora, me contento con esto―dijo besándome la frente. Sus labios quemaban aun a pesar de su presencia gélida e intimidante. Había aprovechado este momento para tomarme de nuevo en brazos y cruzar la cascada.

Como si de una cortina se tratara, la piedra se desvaneció nada más tocarla, quedando a la vista una hermosa ciudad que me quitaba el aliento. Me quedé estática, viendo la actividad que reinaba en el lugar; había tantísima gente y todos parecían tan felices.

Las manos del extraño que me había arrancado del lado de los Suominen ahora me agarraban la cintura desde atrás. De nuevo, puso su boca cerca de mi oído.

―Eilam cielo, ese es el nombre que deberás recordar cuando pierdas la cabeza por mí. Cuando toda tu alma y tu corazón me pertenezcan. Te aseguro que no habrá el nombre de otro en tus labios.

Kupari Lanka y los hilos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora