LECCIONES DE VUELO

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Portia estaba demasiado rígida como para lograr levantarse apenas unos instantes en el aire. Su ansiedad por conseguir algo tan complejo como manejar unas alas tan grandes como las suyas, favorecía a que sus músculos no pudieran des agarrotarse y que su espalda siguiera doliendo como el infierno. Comprendía su situación porque tuve que pasarla cuando apenas era un niño. Y aunque habían pasado muchísimos años, aquello nunca se olvidaba.

Aquella hermosa dama era muy impaciente. Me veía tentado a besarla cada vez que hacía un mohín desquiciado o daba un pisotón tras un nuevo fracaso. El rubor de su rostro enaltecía su piel ahora más blanca que antes y eso me fascinaba.

No cesaba en pensar en lo problemático de su peinado ya que pesaba demasiado sobre su cabeza y podría llegar a desequilibrarla en el vuelo. La cuestión es que sabía perfectamente que no podía sacar el tema porque era una costumbre muy arraigada en las costumbres de su raza. Además, tenía mucho que ver con la magia, aunque ella no lo supiera.

Cuando ella soltara su pelo, cuando estuviera realmente enamorada, se completaría el enlace. Su mente y cuerpo quedaría ancladas a esa persona amada incluso más allá de la muerte. Quién ella eligiera sería un bastardo afortunado.

―Debo estar haciendo algo mal que tú no quieres decirme. Estoy segura que te estás divirtiendo mucho―dijo tras caer al suelo de nuevo. No pude evitar sonreír ampliamente, guardando silencio para deleitarme con su reacción. Cuanto más salvaje e indomable se volvía, más lograba excitarme. Ella me levantó la voz, señalándome con la ira de mil demonios― ¡Lo sabía, eres un imbécil y sigo sin soportarte! Ahora dime, sabiondo, ¿cómo demonios vuelas tú?

Me acerqué a ella para ayudarla a levantarse. A diferencia de otras veces, aceptó mi mano sin pensárselo dos veces. Una ráfaga de fuego me recorrió de la muñeca al resto del cuerpo, haciéndome suspirar. Los ojos de Portia brillaban más que antes al igual que sus pecas y su rostro mostraba una especie de confusión mezclada con pasión cuando me miraba.

El enlace que había entre nosotros había ampliado la necesidad de estar el uno con el otro. Comprendía que eso iba a pasar, pero debía de salvarle la vida, aunque me quemaran las entrañas cuando estuviera cerca de ella. Me prometí a mí mismo no tocarla, sino ayudarla a que encontrara su camino y razones por las que luchar. Que comprendiera todo lo que había sucedido con su abuela y que, con suerte, luchara a nuestro lado.

Dio varios pasos perdiendo el equilibrio por un movimiento involuntario de sus alas, por lo que la atrapé entre mis brazos. El aire de su respiración se colaba por mi cuello, golpeando directamente en mi herida que ahora parecía latir bajo mi piel. Me temblaron las manos sobre la espalda de Portia y ella demostró que no le era indiferente mi presencia.

Pero la alejé de mí despacio, sonriéndole con ternura. No quería que pensara que la rechazaba porque ella tenía algo malo o que no me gustara. Dios, me enloquecía a unos niveles que no podía siquiera describir, pero bastante había dañado nuestra relación de confianza al robarle un beso. Contesté a su desafío.

―Si me pides que vuele, tendré que transformarme en lo que soy, ¿Estás preparada para verlo?

Por un segundo, la sombra del miedo pasó por delante de sus ojos, pero ganó la curiosidad. Asintió débilmente, sentándose en un tocón para no perderse ni un solo detalle. En ese momento me sentí desnudo y vulnerable pero inmensamente feliz porque ella quisiera conocerme incluso en mi estado más primitivo. Imploré porque ella no saliera corriendo, porque entonces, tendría que ir a por ella.

Y eso no iba a gustarle, porque volando podría ser incluso más animal que en la tierra. Y si eso llegara a suceder, sí que me odiaría por el resto de su vida.

Kupari Lanka y los hilos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora