VIDA ETERNA

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Nunca pensé que una casa tallada dentro de un árbol pudiera tener ese aspecto y menos que su dueño fuese alguien como Eilam. Era extraño que algo relacionado con él me dejara sin palabras, aunque últimamente tenía esa capacidad muy a mi pesar, ya que siempre se regodeaba sacando pecho como un pavo real.

Nada más atravesar la puerta de madera, una calma abrumadora me arrolló y casi me doblega, obligando a quedarme entre esas paredes. La protección que se colaba en mi piel me hacía sonreír internamente, y por primera vez, el alivio me recorrió el cuerpo de los pies a la cabeza. No estaba segura de dónde provenía esa sensación así que decidí no seguir cuestionándomelo o preguntar para averiguar si era otra artimaña de ese dragón creído; simplemente comencé a ser y dejé a un lado mis cuestiones.

Dolía demasiado desconfiar, así que rompí una lanza a favor de él.

No era complicado deslizar la vista hacia lo que reinaba en el centro de todo: en el mismo corazón de esa casa, un majestuoso brasero ornamentado, colgaba del techo y proporcionaba una luz y un calor que cosquilleaba mi nariz. La leña estaba acomodada cuidadosamente y, por su aspecto, había sido colocada no hacía mucho. El aroma ahumado me recordaba a las castañas y a tardes de charlas amenas y distendidas, donde el tiempo era un mero accesorio que se guardaba en un cajón. Donde sólo importaba disfrutar de compañía y de calma.

Ese resplandor anaranjado contrastaba con las paredes de tonalidades rojizas cuya madera olía fresca y crujía ligeramente al igual que las brasas. La danza de las llamas era hipnótica e iluminaba el rostro de Eilam con una ferocidad que quitaba el aliento. Incluso sus ojos parecían más oscuros si cabe, pero lo que me disparó el corazón fueron esas sombras que resaltaban su pecho que quedaba parcialmente descubierto por esa blusa cuyos cordones se habían soltado.

Él sabía que lo estaba mirando, pero no dijo nada, sino que se limitó a mirarme en silencio, cada uno en un espacio un poco alejado del otro. Las aletas de su nariz se dilataron: estaba segura que me estaba oliendo. Abrió la boca ligeramente, brillando uno de sus pequeños colmillos. El fuego del brasero pareció que ahora danzaba en mi vientre.

Desvié la mirada para calmar ese calor abrasador, observando los detalles de las paredes. Todas ellas poseían secretos grabados cuyas imágenes no escatimaban en detalles. Desde paisajes hermosos que comenzaba a conocer bien hasta personas que vivían una vida que parecía idílica. La mayoría de plantas y flores fui capaz de reconocerlas, al igual que muchos de los puestos que se encontraban en Goldenclove.Principio del formulario

La entrada de piedra que cruzamos Eilam y yo antes de entrar a Goldenclove y algunas de las casas que había reconocido en la ciudad, formaban parte de las paredes de lo que él consideraba su hogar. Me hizo cuestionarme si realmente él provenía de aquí, ya que no había conocido a otro dragonte además de a él.

Aquella casa poseía su olor, pero de una forma más profunda y eso hizo que algo revoloteara en el fondo de mi estómago; madera quemada y cerezas maduras, con notas de algo que parecía ser canela. Se me hizo la boca agua; quería golpearme, gritarme y maldecir las sensaciones que caldeaban mi cuerpo y me hacían doblar las rodillas.

Me concentré en seguir mirando la casa y no observarlo a él con las sombras del fuego danzando por su pelo plateado. Hubo un instante en el que sus ojos negros buscaron los míos; chocaron y colapsaron con tanta fuerza que me vi tentada a echar a Mallow de una patada. Apreté los puños y me alejé de él, caminando hacia la siguiente habitación.

Eilam se aclaró la garganta y siguió explicando.

―Este es el centro de la casa, donde ocurre toda la actividad podríamos decir. Hay cinco pasillos que llevan al resto de las estancias; ese que ves a tu derecha, lleva directamente a mi dormitorio. En cada pasillo, siempre hay un dormitorio de invitados con un baño adosado para dar más intimidad.

Kupari Lanka y los hilos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora