― ¡Tómalo, agárralo! Esta es la ofrenda que te doy para demostrarte que quiero protegerte y que no me importa la muerte si con ello puedo salvarte.
Eilam me puso una daga que sacó de una de sus botas entre mis manos con cuidado de que la hoja no cortase mi piel. Mi conciencia ondeaba entre vaivenes extraños al igual que los colores del mundo que se empeñaban en entremezclarse en mis ojos. Incluso las sensaciones y los aromas eran incoherentes y extraños, hormigueando mi nariz mientras que me desangraba y el frío amenazaba con tragarme entera o volverme un bloque de hielo perenne.
Ni siquiera fui capaz de recordar qué le pasó a Rainer, ¿le atacó antes de tomarme en brazos y correr a Goldenclove? No podía soportar el pensamiento de que le hubiera hecho algo peor en un arranque de ira al ver lo que realmente había pasado entre nosotros dos.
No era estúpida; Eilam quería el puesto de honor que Rainer había ocupado en mi vida. Si rebuscaba entre mis sentimientos, quizás era demasiado pronto para hablar de amor, pero no iba desencaminada. Se suponía que es algo sencillo de sentir o de intuir, pero para mí era un enigma que no estaba segura de desentrañar en un futuro.
En estos momentos, aquello era lo que menos me importaba; no hacía falta que nadie me dijera que me estaba muriendo, porque podía verla. La señora muerte se paseaba delante de mí, esperando a que mi último aliento se arrancase de mi pecho como una tos dolorosa. El dolor tampoco dio tregua y mis recién nacidas alas intentaban aletear en intentos infructuosos de estirarse correctamente.
Eilam no se daba por vencido; su determinación era odiosa, aunque también admirable. Cuando me arrancó de los brazos de Rainer, me invadió un sentimiento de violencia tal que quería estrangularlo con las pocas fuerzas que me quedaban en el cuerpo. Y por como le miraba, él lo sabía perfectamente.
―Portia, sólo quiero curarte. El vínculo no será más de lo que tú quieras de él.
No sabía las implicaciones que conllevaba estar enlazada a Eilam, pero no era estúpida, no iban a gustarme. Resoplé revolviéndome entre los brazos de él, buscando algo de espacio, pero él no cedió en absoluto. Las fuerzas tampoco me ayudaban a hacer algo más.
―Dime...otra solución...para sobrevivir. Tiene que...haber una forma―susurré con la garganta cubierta de sangre. Tuve que girarme para volver a vomitar; Eilam me sujetó el cabello, acariciando con suavidad mi espalda. Cuando rozó mis alas me esperaba que el dolor me partiera por la mitad, pero en cambio, el alivio me hizo suspirar sorpresivamente. Él me explicó.
―Es uno de los efectos de ser pareja; el alivio de dolor por contacto. Tu cuerpo reacciona al mío porque me reconoce y sabe que está seguro conmigo.
Me negaba a creerlo, a pensar siquiera que no tenía oportunidad alguna de elegir mi destino. Por mucho que una diosa dijera, no pretendía enlazarme a nadie por el que tuviera sentimientos de verdad. Y Eilam, lo único que sentía por él es un enorme odio creciente.
Alcé la cabeza con los ojos inyectados en sangre; él me sonrió con ternura.
―No sé cuales son todos tus truquitos así que no me creo nada que provenga de ti o de tu mundo. Sé que eres un experto en ilusiones; yo misma fui capricho de tus poderes, ¿acaso no recuerdas que te hiciste pasar por mi hermano? Cada vez que lo pienso―una arcada me impidió seguir echándole veneno a ese rostro que parecía más divertido que ofendido. Cuando mi estómago pareció vaciarse, Eilam volvió a colocarme en su regazo; su daga la sostenía como si fuera mi bote salvavidas.
―Ahora voy a decirte qué va a pasar; tú misma me harás un corte en el pecho, justo encima de mi corazón y beberás la sangre hasta que tu cuerpo comience a recomponerse. Tu cuerpo humano ha llegado a su fin y debes dejarlo ir, así que me necesitas. Entonces, yo tomaré tu sangre y ambos quedaremos completamente enlazados y tú completarás tu transformación.
― ¿Y si quiero que sea Rainer el que lo haga? ―le pregunté irritada. La expresión de Eilam pasó a ser una de profunda molestia, agarrándome las muñecas con más fuerza, pero sin hacerme daño. Quería que me contara lo que había sucedido antes de que perdiera el conocimiento.
―Él casi te mata, Portia, así que no voy a confiar en una bestia como él que prefirió beber tu sangre a darte la suya. El sabía perfectamente que no estabas bien, que tu vida pendía de un maldito hilo y...sólo le importó tu cuerpo. No le importaste tú.
― ¡No te creo!¡no! ―negué con la cabeza. No conocía demasiado a Rainer, pero no le creía capaz de hacerme algo así. Debía ser la profunda desesperación de encontrarme lo que hizo que actuara de la forma que lo hizo. Pero Eilam no estaba nada convencido; una sombra pasó por sus ojos, oscureciéndose repentinamente.
―Tu querido Rainer estaba informado de lo que te pasaría y lo que tenía que hacerse para completar tu transformación. Cuando sucedió el evento de la bañera en la casa de los Suominen, hablé con ellos para explicarles ciertas cosas. ―tiró de mis muñecas para acércame más a él. Las venas de sus párpados comenzaban a verse más oscuras, incluso su corazón era perfectamente audible quizás por la violencia que sacudía su cuerpo. No podía ser eso que decía, no podía tener razón. Vio la duda en mis ojos, por lo que continuó explicándome.
―Con el vínculo podrás acceder a mi cabeza y comprobar si digo o no la verdad. Ahí verás todo lo que hablé con ellos; él lo sabía Portia, sabía incluso el tiempo que quedaba antes de que sufrieras tu transformación. Pero no quiero tomar aquello que no deseas darme; aunque tengamos un vínculo, sólo seré tu protector, nada más si tú no lo deseas. Si lo prefieres a él...lo entenderé. Sólo quiero salvar tu vida.
Apenas me quedaba vida en mis venas, ¿Cuánto tiempo más pasaría antes de sucumbir? No tenía respuesta, pero podía intuir que no llegaría a mañana. Ni con todas las mantas o gasas que pusieron a mi alrededor, cesó el sangrado que provenía de mi espalda, mi garganta o cualquiera de mis articulaciones. La piel de la mayoría de mi cuerpo se había abierto en canal, observando como había algo más abajo que latía, que deseaba salir.
Incluso esa voz seductora, de esa mujer que siempre escuchaba en mi cabeza desde que nací, me gritaba y advertía. Me imploraba que tomara lo que la vida me ofrecía ya que era la única forma de luego poder elegir. Y quizás fue gracias a ella que acepté lo que Eilam me estaba ofreciendo; porque deseaba luchar en un mundo que se empeñaba en encasillarme en un lugar que quizás no era el mío. Si esa voz me acompañó toda la vida, es que podía confiar en su razonamiento. Quizás era mi verdadero yo y no la persona que creí que era.
Porque ahora ya estaba comenzando a dejar de ser la humana que todos habían conocido, que sonreía y veía la bondad en un mundo mucho más oscuro que el que se empeñaban en enseñarme. Incluso en las fauces de un profundo bosque, era capaz de ver la luz.
Eilam sujetó mis manos, las que cargaban la daga que había sujetado con el hilo de vida que aún hacía latir mi corazón. Un corte limpio hizo que la sangre de él, de un tono azulado oscuro, se abriera paso sobre una piel tan blanca y lisa que no parecía real. Sus enormes músculos se contrajeron cuando puse los labios, listos para recibir el calor de aguardaba su sangre.
Lo miré a los ojos, con determinación. El parecía obnubilado por ese gesto demasiado íntimo para mi gusto, pero era por un bien mayor.
―Espero que estés preparado, porque el infierno se abrirá paso bajo tus pies a partir de ahora.
Y bebí, dejándome llevar, dejando ser y comenzando a ser. El fuego más intenso y líquido amenazó con consumirme, pero más que eso, logró insuflarme una vida extraña que no sabía que ansiaba.
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Kupari Lanka y los hilos del destino
FantasyADVERTENCIA: Este libro puede contener escenas sexuales altamente explícitas además de escenas de gran crueldad. No recomendable para menores de 18 años o personas impresionables. Como medida de no desaparecer, cada año, algunas de nosotras, queram...