¡Holis encantos! Tengo una gran noticia que daros. Por motivo de alcanzar las 2000 lecturas, he decidido comenzar la maratón hoy mismo. Para daros las gracias por vuestro enorme apoyo, desde hoy sábado hasta el domingo que viene, tendréis dos capítulos diarios de esta novela. Espero que la disfrutéis mucho.
NOTA: Me veo en la obligación de avisar de nuevo; esta historia tiene contenido fuerte y no escatimo en crueldad. Os aviso y os pido perdón de antemano ya que os digo que vais a sufrir.
Dicho esto...comencemos con la acción^^
¿Nunca has tenido ese momento en el que sientes que vas a explotar y que quieres arramblar con todo el mundo que se interponga en tu camino? Pues hoy era ese maldito día.
Tidus y yo no habíamos quedado en los mejores términos cuando me marché de casa. Se había comportado como un infantil de mierda, recreándose y celebrando que me perdía de vista cuando sabía perfectamente que lo hacía por obligación. Él sabía que no quería unirme a nadie.
Con el paso de los días y las llamadas, poco a poco me reconcilié con él, pero eso no había borrado el daño que me hizo. Seguía herida, aunque era un tema que no deseaba sacar a la luz a menudo. Como me enseñaron, una líder debe saber ocultar sus sentimientos.
Era curioso que todas las enseñanzas y cosas que debía hacer, las olvidaba cuando me alejaba de mi hogar y me rodeaba de gente que no pertenecía a mi círculo. Era un alivio de la carga que llevaba sobre mis hombros y eso me hacía sonreír.
Pero también lo temía, daba miedo esa libertad porque, cuando volviera a casa, dejaría de ser la misma. Las cosas que miraba antes con ojos de amor, ahora no me parecerían tan maravillosas o deseables. La gente me trataría diferente y me daría cuenta porque ahora tenía con qué comparar.
Ayudé a Tidus a subir la maleta en un completo silencio. Rainer había quedado al pie de la escalera observándonos con un rostro incómodo, acompañado de Ákseli, que tampoco parecía contento con la presencia de mi hermano. Odiaba que alguien de mi familia fuera una molestia, así que esperaba que lo comprendiesen.
Una vez dentro, suspiré pesadamente; el día estaba acabando de una forma que no esperaba. No había pensado en el momento de volver, de volver a casa.
Si podía llamarlo como tal. A veces me sentía una extraña, una muñeca títere cuyos hilos de vida eran manejados por otros. Quería llorar, maldita sea, ahora que la presencia de mi hermano me recordaba a mi situación. Y por supuesto que estaba preocupada por mi abuela, pero no me veía capaz de decir adiós a todo esto, por mucho que le dijera a Rainer que quería largarme de aquí.
Era una completa locura, pero, por mucho que él me amenazara o dijera cosas de su familia, no los creía capaces de provocarme daño alguno. Era extraño, pero confiaba en ellos ciegamente.
Tidus miraba la habitación con una media sonrisa; conocía perfectamente esa cara y no, no estaba contento. Me senté en una silla esperando a que me interrogara y que intentara sacarme información. Me crucé de brazos zapateando el suelo con impaciencia.
―Te sienta bien el frío, resalta muy bien con tu piel.
―Déjate de estupideces y dime porqué estás aquí. No sé si confiar en eso que dices de la abuela. No digo que sea mentira que esté enferma, pero...joder Tidus te conozco y sé que algo pasa.
No quería decirle que lo sabía, que no era humana y que era algo extraño, incalificable por el momento. Ni tampoco le mencionaría lo de mi extraña transformación y esa amnesia que todavía me freía el cerebro y la conciencia. Esperé a que se explicara.
―He dicho la verdad. Todos allá están alborotados por la abuela ahora que nadie puede vaticinar nuevas uniones. Recuerda que era ella la que podía verlo y, sin ella, todos se encuentran desolados. Cuando la releves, tú también podrás tener esa capacidad.
―Suena a...magia―respondí apuntándole con la barbilla. Algo se había revuelto en él; un leve cambio se hizo visible para mí. El cambio de postura a una más amenazante, tocarse la barbilla varias veces como si estuviera nervioso y su cambio de voz. Yo sonreía para mis adentros.
―No hay magia querida Portia. Nosotros tenemos algunas habilidades como les pasa a muchos humanos que son capaces de ver muertos o predecir ciertas cosas. Simplemente, nuestra forma de vida es muy distinta a los demás.
Mentía. Si quería jugar a este juego, aceptaba el desafío.
Me puse en pie para acercarme a él. Me incliné para besar su mejilla y desearle buenas noches. Asintió en silencio mientras abandonaba la habitación, dando gracias a que él me había dejado en paz con sus preguntas.
Casi corrí hacia mi cuarto y tuve la necesidad de cerrar con pestillo. Todo daba vueltas en mi cabeza; me superaba, habían sido demasiados cambios y emociones en mí. Necesitaba un poco de paz, de cuidados para sentirme mejor. Opté por darme un buen baño que me ayudara a alejar los malos pensamientos. Tras asegurarme de que las cortinas estaban en su sitio y que no había modo alguno que alguien entrase a mi dormitorio, me desnudé y abrí la llave del agua para que tomase temperatura. Solté mi cabello ya que iba a lavarlo, suspirando de alegría al poder repartir mejor el peso. Dormir con el pelo recogido siempre había sido un suplicio y sí, había una solución para dejar de sufrirlo: enamorarme.
Cuando eso sucediera, cuando estuviera completamente segura, debía de dejar libre mi cabello. Mi abuela me explicaba que, en cada hebra, se encuentran nuestros pensamientos más íntimos, amorosos y las líneas de vida de la persona. Cuando lo liberabas, admitías que pensabas en otra persona, que fantaseabas con amor y lujuria.
Y aunque tenía muchas ganas de sentir esa libertad, deseaba posponer ese momento.
―Bueno, veamos si tenemos algo más para hacer de este baño algo más relajante―dije mientras rebuscaba en los armarios debajo del lavabo. Tomé el jabón de frutas del bosque que solía usar desde que llegué aquí, unas sales de baño de coco y un champú que olía a caramelo. Siempre antes de ducharme, me quedaba un buen rato oliéndolo. Me encantaba y lo echaría de menos.
Nada más llenar la bañera, vertí las sales hasta que el baño comenzó a oler a unos barquillos de coco que mamá solía hacer caseros cuando aún vivía. Sonreí hasta que me dolieron las mejillas.
Me metí lentamente a la bañera, reacomodándose todos mis músculos y articulaciones que crujían como pan recién hecho. Eché la cabeza hacia atrás y le di gracias a la diosa Luna por un poco de paz, de soledad conmigo misma. Puse mis manos sobre los hombros, abrazándome, consolándome en silencio, restaurando mis energías y mi buen humor.
Dejándome llevar por tantas cosas, por momentos felices.
Por momentos que soñé, que parecen más bien recuerdos.
Imágenes que mi cabeza se empeñaba a mostrar, a sentir en carne propia. Mi mente levitaba, se dejaba seducir por la sombra de la noche, que era la más salvaje e indómita.
Como yo lo era, como lo éramos los dos.
Fuego crepitante ascendía por los dedos de mis pies, burbujeando a mi alrededor en ese líquido de vida donde me hallaba sumergida. Me llamaban, me invitaban a seguir volando entre las volutas de mi sueño.
Portia. Portia. Portia.
El fuego ahora se encontraba en mi estómago, se expandía por cada rincón de mi ser, dejándome temblando y suspirando. Me agarraba a los extremos de la bañera, sintiendo rasguñar mi espalda; algo se quebraba ahí detrás.
Pero mi mente seguía volando, viendo pedazos de vida que no sabía si era mía o de alguien más. Deseando que esos dos que veía se correspondieran a mi futuro, a la vida que iba a llevar.
Una vida en la que la oscuridad me daba la mano y el amor.
Pero el fuego se convirtió en algo más, se avivó hasta un punto que comenzaba a doler. Seguía durmiendo, pero deseaba despertar.
Para cuando se introdujo en mi vagina, un grito desgarró la noche.
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Kupari Lanka y los hilos del destino
FantasyADVERTENCIA: Este libro puede contener escenas sexuales altamente explícitas además de escenas de gran crueldad. No recomendable para menores de 18 años o personas impresionables. Como medida de no desaparecer, cada año, algunas de nosotras, queram...