Un extraño hormigueo fue lo primero que sentí en cuanto abrí los ojos. Mi vista se deslizó hacia la ventana que ahora estaba cubierta por una pesada cortina, aunque no necesitaba mirar al exterior para saber que era de noche.
Las flores siempre huelen distinto en la humedad nocturna, además, un frescor agradable se había asentado en las paredes de la casa. En cambio, mi cuerpo estaba experimentando una serie de sensaciones que no me eran agradables.
Al escuchar un crujido en el suelo, mi cabeza se giró en dirección de la puerta; allí me observaba en silencio Eilam, que me sonrió ligeramente en cuanto nuestros ojos hicieron contacto. Aparté la vista, girándome en sentido contrario para intentar salir de la cama.
La tela de mi camisón se encontraba pegada a mi cuerpo, como si hubiera sudado durante mi sueño. Quizás, me había visto envuelta entre pesadillas tras conocer a esa especie de niña por llamarla de alguna forma, que parecía desear divertirse a costa de mi miedo. Varios pasos escuché a mi espalda.
―Ni se te ocurra acercarte―le advertí. Una carcajada retumbó en su pecho, haciendo caso omiso a mi petición. Me giré para mandarlo a la mierda, pero no estaba allí, se había esfumado.
―Portia cielo, haz el favor de cambiarte de ropa. Tenemos algo que hacer y es importante.
―No voy a hacer nada y menos contigo. No me fío de ti.
La sombra de él tomó forma delante de mí con sus manos apoyadas en mis rodillas. Sus ojos amarillos brillaban con más fuerza esta noche.
―No me hagas tener que sacarte con este aspecto angelical afuera. Piensa que alguien podría verte, alguien que podría tener peores formas que yo. O bueno―hizo una pausa, revisándome de arriba abajo. Una sonrisa malvada apareció en su boca―si lo prefieres, yo mismo podría encargarme de vestirte.
Lo tiré al suelo de un empujón, poniéndome en pie para salir del dormitorio. En cuanto salí al pasillo, el corazón se me congeló en el pecho.
La niña estaba sentada en la mesa con un libro en su regazo y ella...ella tenía una bandeja de galletas en sus manos. El familiar aroma golpeó en mi mente, haciéndome tastabillar y apoyarme en la pared. Los ojos de ella, casi idénticos a los míos, se cristalizaron al instante.
―Portia...despertaste. ―Musitó con cierta sorpresa. Luchaba contra el deseo de acercarse a mí o quedarse donde estaba. No iba a creerla, nada de lo que viera o escuchara sería real en mi cabeza. Haría lo imposible como para escapar de aquí.
La niña me sonrió como si se tratara de una vieja amiga. Entrecerré los ojos queriéndome apartar de ella; ya había tenido una muestra más que suficiente como para saber que preferiría no tener nada que ver con ella. Mi reacción la entristeció, volviéndose a esconder entre las páginas.
―Siento lo que pasó con Mallow, ella nunca ha aprendido modales. Lo he intentado a lo largo de los años, pero...a veces creo que es un caso imposible.
Eilam se sentó en la mesa, girándose en dirección a mí esperando a que hiciera lo que tenía pensado; largarme corriendo por la puerta. Incluso a veces, miraba la puerta como si esperase mi reacción. Apreté los puños, ¿cómo podía llegar a ser tan molesto?
Pero si quería lograr algo, no podía quedarme de brazos cruzados. Quería respuestas y me las iban a dar.
― ¿A dónde demonios se supone que vamos? Si no me equivoco es de noche.
―Concretamente, las diez y media de la noche. Hoy es especial, ya lo verás―dijo Mallow enigmáticamente. Si algo sabía sin apenas conocerla era que, si le alegraba, es que no podría ser buena cosa. Mi madre dio varios pasos hacia mí; no pude evitar alejarme de ella.
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Kupari Lanka y los hilos del destino
FantasyADVERTENCIA: Este libro puede contener escenas sexuales altamente explícitas además de escenas de gran crueldad. No recomendable para menores de 18 años o personas impresionables. Como medida de no desaparecer, cada año, algunas de nosotras, queram...