ARDO POR TÍ

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Transparentes.

Membranosas y colosales.

Un espectáculo extraño flotaba delante de mí. Destellos como pequeños diamantes adornaban esas alas, las cuales, se camuflaban en el cielo nocturno a ojos inexpertos. No poseían garras ni ningún elemento afilado; era una masa elegante y etérea.

Portia tenía la cabeza hacia atrás, como si disfrutara de la noche y ésta le confiriera la paz que tanto necesitaba. Quedé mudo ante esa transformación que no cesaba en comparar con la mía. Morfológicamente, éramos diferentes, pero la sensación de paz, de poder, de no necesitar esconderse...era exactamente la misma.

En un principio, Sottunga era una isla sólo para vampiros y sus descendientes, por lo que podíamos caminar sin usar ningún tipo de disfraz. Con el paso del tiempo, la isla se hizo popular, viviendo en gran medida del turismo que recibíamos. Por ende, muchos se enamoraron del entorno tranquilo y marítimo que ofrecía el lugar, así que muchos humanos decidieron echar raíces, terminando con esa libertad tan importante para nosotros.

Algunos vampiros decidieron usar el encanto vampírico para lograr convencerlos de que éste no era un lugar lo suficientemente bueno como para prosperar y tener una buena vida, que estaba demasiado alejado de todo. Con ello, se consiguió que algunos se marchasen, pero las olas de turismo no cesaban y siempre había alguien que compraba alguna casa para quedarse aquí. Y entonces, los vampiros que se encontraban en los estratos superiores, decretaron que esa idea era pésima, puesto que algunas mentes humanas estaban desarrollando una resistencia hacia nuestros poderes, por lo que podríamos ser descubiertos. Y así, todos y cada uno de nosotros, comenzamos a desarrollar una nueva habilidad: el disfraz, la máscara que todos y cada uno de nosotros, lograba ponerse la mayor parte del tiempo.

Eso nos trajo consecuencias, ya que nuestro poder, al utilizar mucha magia para soportar el disfraz, menguó considerablemente y apenas podíamos recuperarnos en las noches de luna llena. Hubo reyertas, disputas por esa terrible decisión de nuestros superiores, pero pronto demostraron que no podíamos abrir la boca en contra del consejo superior.

Muchas familias desaparecieron de la noche al día, casualmente, aquellas que no desearon utilizar el disfraz ni en ellos ni en sus pequeños. En los vampiros más jóvenes, ese gasto de energía se traducía en largos letargos en los que no se despertaban en semanas o meses, hasta que lograban perfeccionar su entrenamiento y comenzaban a tener una vida más o menos normal. Así le pasó a mi hermano el año pasado.

Markus no había sido siempre ese niño psicópata y extremadamente avispado que era ahora. Antes, cuando de verdad era un niño, no le interesaban nada más que su familia y sus juguetes. Cuando ya alcanzó los tres años, mi padre recibió una carta de nuestros superiores para que comenzara a instruirse en el arte del disfraz mágico, ya que el niño iba a ir a la guardería tarde o temprano, con niños que serían tanto humanos como no humanos.

Mi padre quiso posponerlo por lo menos dos años más, pero no lo logró. Con el dolor de su alma, comenzó a llevar a Markus al lugar donde todos éramos instruidos desde bien jóvenes en diferentes habilidades y poderes vampíricos: La Academia de la Noche.

Todos hemos tenido que pasar por ese calvario y siempre nos cambia. Incluso, deja una huella imborrable en algunos casos, como mi madre. Psicológicamente, ella nunca estuvo estable; mi padre la conoció siendo madre soltera justo cuando llevaba un tiempo lejos de un sanatorio. Incluso con sus dificultades, ella fue una psiquiatra de primera.

En principio, sus episodios eran esporádicos, pero para cuando tuvo el primer embarazo con papá, sus problemas se acentuaron enormemente. Por culpa de ello, nuestros superiores le advirtieron a papá que quizás la descendencia que tuviera con ella, se podría enfrentar a la cabeza tan volátil que poseía su esposa. Por mucho que intentó despejar las dudas de todos ellos, no logró que nuestra familia viviera en paz.

Kupari Lanka y los hilos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora